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lunes 30 diciembre 2024

El aval original

por Pablo Majluf

En su libro Qué es el populismo, Jan Werner Müller afirma que la gran diferencia entre un régimen democrático y uno populista es que este último “pretende que ninguna acción pueda cuestionarse, pues el ‘pueblo’ así lo ha deseado.” A esto le podemos llamar el “aval original”.

El aval original representa la inevitabilidad destructiva del populismo, pues lo único que necesita un gobernante populista para desarrollar su proyecto es el beneplácito inicial de las urnas. Después de ser votado, el populista interpreta sin límites el mandato a su parecer imperecedero que le otorgó el pueblo. De ahí que siempre aluda a la “voluntad mayoritaria” o a su “legitimidad de las urnas” para hacer lo que quiera, incluyendo violar la Constitución, destruir instituciones y finalmente acabar con la democracia.

Los regímenes populistas casi siempre terminan con la democracia. La base de datos empírica más robusta que lo demuestra la desarrolló el Tony Blair Institute y se llama El daño populista a la democracia, un saldo estadístico de los regímenes populistas en el mundo. Reproduzco sus principales hallazgos:

  • Los populistas duran más en el cargo. En promedio, los líderes populistas permanecen en el cargo el doble de tiempo que los líderes no populistas elegidos democráticamente.
  • Los populistas suelen dejar el cargo en circunstancias dramáticas. Sólo el 34% de los líderes populistas dejan el cargo después de elecciones libres y justas o porque respetan los límites temporales del mandato.
  • Es mucho más probable que los populistas dañen la democracia. En general, el 23% de los populistas provocan un retroceso democrático significativo, en comparación con el 6% de los líderes no populistas elegidos democráticamente.
  • Los populistas erosionan con frecuencia los límites, controles y equilibrios democráticos. Más del 50% de los líderes populistas enmiendan o reescriben las constituciones de sus países, y muchos de estos cambios amplían los límites de mandato o debilitan los controles sobre el Poder Ejecutivo.

El aval original también es usado por los líderes populistas para deslegitimar opositores en lo poco que va quedando de democracia. Dado que los nuevos contendientes no gozan de esa venia fundacional, son considerados por el líder ilegítimos representantes del pueblo, de modo que cualquier triunfo suyo es desconocido por espurio.

Desde el poder, López Obrador alude una y otra vez al aval original. Si la oposición logra un triunfo considerable en las elecciones intermedias –como el agregado de encuestas sugiere–, buscará desconocer los resultados, y, de no ser esto posible, rechazar su legitimidad frente al aval original obtenido en 2018.

En pocas palabras, primero intentará alegar fraude; y si la nueva configuración de fuerzas se lo impide, intentará gobernar sus próximos tres años de forma autoritaria, tal vez a través de decretos, con el uso faccioso de instituciones, o incluso despliegues de fuerza. Todo esto anclado en el aval original.

Por eso es peligrosísimo darle el poder a un populista de entrada, pues basta con un error inicial en las urnas que muy pocos países resisten. Intentemos que México resista instalando una nueva configuración de fuerzas en la próxima elección. Sin embargo, ya tenemos en el poder a un populista que se siente investido con el aval original, de modo que es previsible un desenlace ominoso. El error fue en 2018. Si logramos corregirlo en 2021, asegurémonos de no volver a cometerlo. López Obrador debe ser el clavo en el ataúd del populismo mexicano.

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