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sábado 21 diciembre 2024

Por si acaso…

por José Antonio Polo Oteyza

The best lack all conviction, while the worst

Are full of passionate intensity

W. B. Yeats

En principio, eso del “juicio de la historia” es una mala frase, buena para el mármol, para simplificar y distorsionar; una cama de Procusto en la que se mutila todo lo que salga del lecho mental al que se nos quiera ajustar. A la pretensión de estrechez se suma —o se resta— la esencia del juicio en tanto opinión, fundada o no; y luego, además, ambos, el registro histórico y su valoración, se tamizan por una tupida enramada de victorias y derrotas, acomodos y arbitrariedades. Es decir, la política; es decir, el poder. En Roma, cumbre del imperio práctico, cuando era necesario adaptar las genuflexiones al reflujo de los tiempos, sustituían las cabezas de sus estatuas y asunto arreglado. Podría uno entonces simplemente menospreciar y darle la vuelta a esos juicios de lápida, salvo por el detalle admonitorio de que suelen servir de ladrillo para que la vanidad en turno convoque a una conquista o a una revancha.

Julio César, por ejemplo, catapultó su figura por los siglos de los siglos, con sus genocidas proezas y con La guerra de las Galias, propaganda elevada a gran literatura. Churchill dijo, y cumplió, que la historia sería benigna con él porque sería él quien la escribiera. Una figura mucho menor pero mucho más exaltada, el señor Castro, anunciaba desde muy joven que la historia lo absolvería (para qué un juicio si ya hay sentencia), con lo que ya exudaba una megalomanía a prueba de cualquier crimen.

Aquí, la renovación cierta, legal y legítima del poder permitió que las ambiciones potencialmente mortales fluyeran por décadas en relativa paz. Esa renovación es la que hoy socava quien busca grandeza por donde no la hay: mientras levita encima de las tragedias y evade su responsabilidad, degrada la mentira en aburrimiento (hay quienes a eso le llaman “gran comunicación”), sublima la ineptitud en himno de gobierno, pisotea instituciones (ahora especialmente al Instituto Nacional Electoral, por si acaso), y se vende como un imposible siamés político, todopoderoso y víctima de todo.

@ernestoperezgom

Pero así como son legión los que se desvivieron por matar a granel, y luego brincaron el proceso que merecían para entrar ya muertos a “la historia”, tampoco una ineptitud excepcional garantiza una corrección. Y aún así el espejismo del juicio histórico también sirve de parapeto emocional a quienes debrayan con un advenimiento deus ex machina que bajará para asegurarnos que una mayoría, por fin harta, le dé la vuelta a la tortilla en unas elecciones libres. La necesidad de psicología analgésica no debería excusar la peligrosa ingenuidad de refugiarse en semejante determinismo justiciero, una providencia luminosa que no se ve por dónde pueda concretarse, porque mientras Pemex y las Fuerzas Armadas fagocitan, en piloto automático, presupuestos e instituciones, no hay semana en la que el gobierno no cruce una línea roja. Ya vimos que, para festejar el año nuevo, se destruye la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Con eso de los cambios de humor y las cabezas caídas… Por si acaso.

La pasividad no es prudencia, y si grupos significativos de las élites y clases medias no hacen lo que no les nace hacer —esto es, unir y jalar a los innumerables damnificados, crear conciencia y promover movilización—, la ilusión burguesa de que todo tendría que mejorar quedará, en cualquier juicio que se haga de esta historia, como un monumento a la estupidez política.

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