marzo 10, 2025

Compartir

Hay a quienes los animales nos gustan sólo en videos. Audiovisualmente resultan simpáticos: hay materiales que los demuestran, o hacen ver, como empáticos, solidarios y hasta inteligentes. Pero, por ejemplo, los perros se nos vuelven repugnantes, cuando sus dueños les permiten acercarse a olfatearnos; como si todos al ir por la calle quisiéramos acariciar mascotas encontradas casualmente. En cambio, entre una gama de alternativas, están también esos propietarios de pequeños cuadrúpedos o gente que, cuando menos, está convencida de que la única reacción sana ante un animal es la de experimentar ternura. Esto pasa por alto que los animales nos comemos unos a otros, en actos que difícilmente escapan de la violencia, se trate de un delfín en el mar devorando el equivalente a buena parte de su peso corporal cada día —interrumpiendo la vida de cefalópodos y peces como calamares y bacalaos— o de un bonaerense que se come un bife en un emperifollado restaurante. Aún así, para muchos, no fingir enternecimiento sería y revelaría la monstruosidad de quienes preferimos a los animales en videos… breves y humorísticos.

Desde hace poco más de dos meses, en México, he notado entusiastas reacciones a la película de ficción Eo (2022), largometraje de Jerzy Skolimowski (1938), que cuenta los andares de un burro llamado Eo (la primera dueña que le conocemos, una domadora de circo en Polonia, lo pronuncia [ío]) . El director es un prolífico hombre de cine —también guionista y actor, además de dramaturgo y pintor— quien antes había realizado 17 largometrajes; incluyendo una adaptación (1991) de la novela Ferdydurke (1937) de Witold Gombrowicz (1904-1969). La proyección comercial de Eo ha estado precedida por el Premio del Jurado del Festival de Cannes, especie de medalla de bronce entre las películas seleccionadas para competencia —detrás de la Palma de Oro y el Gran Premio del Jurado— que se le concedió en empate con Le otto montagne el pasado mayo de 2022. En Italia, la publicidad anuncia el filme de Skolimowski como “una fábula poética sobre la empatía” y en otros países no han faltado adjetivos elogiosos. Me parece, sin embargo, que la atención a Eo está influenciada en exceso por la ternura hacia las mascotas y la distorsión sobre criaturas salvajes y domesticadas: un sentimentalismo hacia los animales que, paradójicamente, es creación de la imaginación humana.

Sandra Drzymalska interpreta a la domadora de Eo.

El director exhibe su capacidad para crear un producto global que emociona —con recursos como la música que indica qué sentir en diferentes escenas— y logra solventar el reto de dirigir burros. En las escuelas de cine es habitual que uno de los primeros clichés que los alumnos aprenden es el consejo de no trabajar con niños ni animales, porque su impredecible comportamiento puede volver tormentoso, o aun imposible, un rodaje. Skolimowski sólo atina a construir el personaje de Eo de la manera menos imaginativa y empática posible. Eo recuerda a su domadora como lo haría cualquier enamorado. Una visita de ella a su nuevo espacio de cautiverio —en caricaturesca ebriedad y escogiendo la compañía del burro sobre la de su novio— tiene como consecuencia que Eo escape de ahí. Esto, junto con la sugerencia de intenciones de rebelión por parte de Eo es una personificación del burro: darle cualidades que el público relaciona con su idea de lo humano. A pesar de algunas posiciones de la cámara que mostrarían la visión de Eo, hay atestiguamiento de su recorrido, no exploración de su experiencia. Tampoco hace falta llegar a los créditos —pues basta ser observador— para notar que se filmó a diferentes cuadrúpedos, que no tienen la misma cara ni el mismo color de pelo. Eo es muchos burros.

La domadora Kasandra y Eo tienen un vínculo perdurable.

Es difícil argumentar que Eo sea algo más que una película para un amplio público infantil. Pensar que es un filme alejado de lo común es errar, porque está plenamente ajustado a un lenguaje diseñado para complacer audiencias. Desde sus 88 minutos, la película de Skolimowski se atiene a la duración internacional y de entretenimiento más habitual en nuestros días. Aunque como técnico su profesionalismo sea claro, la fotografía de Michal Dymek es bonita en el sentido menos artístico: a momentos es grandilocuente, para volver vistosos y dramáticos los desplazamientos de Eo, que de otra manera probablemente no se sostendrían. Hay algo infantil en la estilización de la imagen, como al generar murciélagos digitalmente con propósitos efectistas. Las demostraciones de cariño al burro son semejantes a las impostadas poses del cariño fingido o al proceso de aprender a demostrar amor. Eo es una película infantil, tanto es sus limitaciones como en su público objetivo, porque parte de una concepción paternalista de lo que serían los niños; aunque esta aproximación podría sonar lógica, también merece ser cuestionada. Quizá cognitivamente requieran simplificaciones y, en una primera etapa, lo pedagógico sea enseñarles de esa manera. Están en desarrollo, pero, ¿los niños tienen escasas capacidades mentales?

Eo tiene tono de conseja —de cuento tradicional— entre otras razones por el maltrato que sufre el burro, sea como animal de carga con amo malvado o como incauto caminante a punto de convertirse en carne procesada. A pesar de la relativa escasez de diálogos, Skolimowski genera una película cercana al melodrama. En su carácter evidente —como unos caballos que corren por el campo, en contraste con el burro trasportado, sin mínima libertad de movimiento— es casi explicativa y linda con la propaganda a favor de los animales. Esto último se acentúa por la acumulación simplista de temas: en unos segundos Skolimowski introduce cuestiones de migración y crimen, no por riqueza audiovisual, sino por acartonamiento y amontonamiento narrativo.

La cinefotografía de Eo estuvo a cargo de Michal Dymek.

En una escena, Eo retrata protestas supuestamente guiadas por la defensa de los animales. La acción que detona el periplo del burro depende de una norma que hace imposible que Eo siga en el circo con su domadora. Los casos reales de resultados contraproducentes de la supuesta protección de animales no le son ajenas a los mexicanos. Para el verano de 2016, por la entrada en vigor de una ley que desde un año antes prohibía el uso de animales en circos, habían muerto alrededor de 80% de los que fueron despojados del ambiente que conocían y de las personas a quienes estaban acostumbrados (de 1,298 animales registrados oficialmente, sobrevivían menos de 300).  Además, la cultura del circo sufrió un golpe fatal, pues las compañías quebraron. Probablemente la muerte de estos animales de circo haya sido peor que la tortura de vivir al interior de tales espectáculos; salvo que el propósito de legisladores y gobernantes hubiera sido aplicarles la eutanasia. En vez de rescate o liberación se trató de sacrificio. Sin embargo, la defensa de los animales es una de las causas que hoy se presentan como incuestionables, lo sean o no. Eo padece un destino semejante al mexicano, pero la ambigüedad de Skolimowski no completa una crítica a la falsa defensa de los animales.

Uno de los burros utlizados durante la filmación.

Es cuestión de segundos comprender que Eo está hecha para conmover. Puestos a comparar cintas que confunden a algunos —con base en cuestiones como la fama personal o el oportunismo temático— puede ser que Eo tenga más elaboración cinemática —no artesanal— que Pinocho (2022). Pero la incapacidad de Skolimowski para tratar la situación del burro más allá de lo predecible muestra que el filme está lejos de ser personal. No obstante, sí se ocupa en declarar, antes de los créditos finales, que: “Esta película fue hecha por amor a los animales y la naturaleza”. Hacer este tipo de obra hoy, no necesariamente demuestra sensibilidad. Algunos directores se convencen a sí mismos de que los temas genuinamente han capturado su interés, aunque acaso esto pueda deberse más a la predecible buena acogida que tales asuntos aseguran. Acercarse a temas como el maltrato hacia los animales es saber leer el ambiente y tratar de colocarse ventajosamente por medio de esa útil herramienta. Escoger actualidades con un nicho bien establecido para una obra audiovisual no es garantía de abrazar una causa ética, es estar bien adaptado a cierto medio social, que, en este caso, incluye a jurados de Cannes y múltiples espectadores; aunque no sean tantos como las masas que siguen las cintas de superhéroes. Eo está asentada en la convencionalidad.

Autor