Tras la derrota del bastión histórico del PRI en el Estado de México, vuelve a surgir una vez más las dudas sobre su futuro como partido. En 1998 vislumbré la derrota presidencial del PRI para el año 2000, en el libro ¿Tiene futuro el PRI? La nueva autonomía del IFE en 1996, y la pérdida de la mayoría absoluta del partido oficial en el Congreso anunciaban el fin del partido hegemónico, por tanto vulnerable a la derrota.
Y la tendencia electoral del PRI a la baja apuntaban a un 36 % del voto que en efecto obtuvo, con lo cual la derrota era sumamente probable. Pero yo no planteaba que pese a ese descalabro, el PRI necesariamente desaparecería. Un reto que desde luego enfrentaría es cómo tomar las decisiones centrales una vez que se quedaba sin Líder Nato y árbitro supremo en las decisiones claves. ¿Quién nombraría al dirigente del partido, a los candidatos en general y al abanderado presidencial? Al haber nacido como partido de Estado siempre había dependido del presidente en turno. De no ponerse de acuerdo en cómo tomar esas decisiones de manera horizontal, podría sufrir una caída monumental. Y estuvo cerca de hacerlo; en 2002 eligieron al nuevo presidente con Roberto Madrazo y Beatriz Paredes como competidores, y las irregularidades detectadas en Tabasco y Oaxaca a favor de Madrazo pusieron al partido a nun tris de la ruptura. Pero Paredes decidió aguantar pese a todo. Vino después la ruptura entre Madrazo y la maestra Elba Esther Gordillo, quien desde fuera hizo mucho daño, ya aliada con el gobierno de Vicente Fox. Finalmente, para decidir la candidatura presidencial, Madrazo se impuso sobre un grupo de gobernadores que fueron timados por el Tabasqueño y, si bien no rompieron con el partido, no le brindaron apoyo ni sus votos. Madrazo quedó en tercer sitio en 2006. EL PRI estaba en su peor punto y sin embargo seguía teniendo presencia en el Congreso y controlaba varios estados aún.
En ese libro sugerí que en caso de que la oposición desperdiciara su oportunidad en el gobierno, y realizara un mal desempeño, se podría abrir de nuevo las puertas para el PRI, como había ocurrido en otros países con sus antiguos partidos de Estado (aunque ahí habían cambiado ya de siglas y estatutos). “La posibilidad de que el PRI logre modificar su comportamiento y estructura de tal manera que pueda adaptarse y sobrevivir en un ambiente competitivo y democrático no puede descartarse… nada asegura que sea demasiado tarde para buscar esa transformación. En todo caso, al PRI no le queda más remedio que intentarlo”, escribí entonces. Eso ocurrió tras la decepción con el PAN, y que los excesos y la estridencia de Andrés Manuel López Obrador le quitaron la oportunidad de acceder al poder en 2006 y 2012, y en este último año retorno el PRI. También desperdició la oportunidad incurriendo en graves excesos y preparando el terreno para el triunfo de Amlo y provocar una caída libre del PRI.
Ahora sí se puede hablar de una perspectiva de desaparición, no física, pero sí como partido relevante. Podría quedar como partido testimonial, o incluso sumarse a la órbita de Morena como partido paraestatal. Y desde luego, puede haber un nuevo éxodo de militantes que, al no ver futuro en su partido, emigren a otros partidos, en particular a Morena, contribuyendo al reciclamiento del viejo priísmo pero bajo las nuevas siglas y colores de ese partido.