Esta podría ser la historia de la nana de los hijos del presidente de México que, gracias a ello, ocupó altos cargos en la administración pública. No lo es, sin embargo, porque sería falsa; la especie se difuminó como parte de la crispación política y el estado de desinformación que impera en el país. Así es que una cosa es que, siendo periodista La Jornada, en efecto, en varias ocasiones cuidara a los hijos de López Obrador y otra es que los hubiera arrullado o atendido como niñera de manera formal. Imaginen a la muchacha cargando a un niño del tamaño de José Rámón, seguramente su columna vertebral se habría quebrado, lo que habría significado que la criatura cayera y, entonces sí, qué cuentas se le darían al líder de Macuspana y a su comadre Carmen Lira, directora del diario.
Lo que sí es cierto, y esto importa más, es que como militante del PRD, primero, y de Morena más tarde, Rosa Icela ha asumido cargos para los que carece de la más mínima preparación por lo que, digamos, no puede explicarse sin ella el actual desastre de la seguridad pública en el país dado que esta fue la encomienda que tuvo, al menos de manera formal, en el último tramo del sexenio de la autoproclamada 4t. Más aún sí Rosa Icela no fue mucama de sus vástagos en un sentido formal, lo que sí ha sido es maquillista del gobierno, vale decir, cultora de una belleza demagógica que afirma que México es menos violento que antes cuando, en realidad, nunca había padecido una etapa tan cruenta como ésta.
El tirano de Macuspana aprecia más la lealtad que cualquier otra virtud. Prefiere confiar en la fidelidad e incluso en la devoción que se le profese que en los conocimientos y la capacitación requeridos para el desempeñó eficaz de cualquier encomienda pública. Él mismo es un ejemplo de tal creencia, como cuando señaló que no se requería mayor instrucción para extraer petróleo o para desempeñar el papel de abogado. Entonces, sí Rosa Icela cuidó a sus chamacos, coordinó a un gabinete en la CDMX, fue titular de Desarrollo Social de la misma demarcación y coordinó los puertos y la marina mercante dentro de la SCT, por qué no podría dedicarse a la seguridad del país y luego a la política interna desde la Secretaría de Gobernación ya en el gabinete de Claudia Sheinbaum, gracias a la comedida invitación de su jefe y mentor, López Obrador. ¿Qué podría salir mal cuando hay lealtad aunque escasee la formación que requiere cada espacio de la administración pública?
Hay un contraste notorio entre la realidad lacerante de la inseguridad que priva el país y el panorama que ofreció el presidente, casi siempre anteponiendo sus propios datos sin detallar jamás en ellos y siempre siendo tan cordial con los líderes del crimen organizado. Ahí estaba siempre, incólume y leal, Rosa Icela Rodríguez, sin decir nada y sólo gesticulando cuando el guión le marcaba seriedad o sonrisas. Parecía un florero hecho en la Huasteca Potosina donde ella nació. En el último tramo presidencial, sin embargo, para sorpresa de todos el florero habló y preguntó a López Obrador si podría dar una información sobre el señor Zambada y el tabasqueño de inmediato y con tono imperativo respondió que no, por lo que ella solamente expresando una sonrisa forzada, comentó que por eso era mejor preguntar.
Rosa Icela ha sido, además, parapeto de un presidente que se ha promovido como feminista cuando no fue así. Como lo fueron otras tantas mujeres silenciadas por él, Olga Sánchez Cordero e incluso entre otras más, su propia esposa quien acuñó los términos “feminismo silencioso”.
En la memoria reciente, esta mujer de formación periodista será más recordada por presumir sus aretes de oro con la figura de su jefe, que por haber dado las cifras exactas de la violencia en nuestro país. Eso último hubiera sido honrar la profesión que estudió en la escuela Carlos Septién no lo hizo. Siempre fue primero atender niños y luego maquillar al presidente.
