La frase “cada pueblo tiene el gobierno que se merece” o su variante “los pueblos tienen gobernantes que se les parecen” ha sido objeto de reflexión y controversia en contextos políticos y sociales a lo largo de la historia. Atribuida al filósofo Joseph de Maistre en el siglo XIX, la sentencia expresa una reflexión sobre la responsabilidad colectiva y el vínculo entre una sociedad y sus líderes. Utilizada en múltiples contextos, para fines prácticos refleja la idea de que los gobiernos son, en gran parte, producto de las actitudes, creencias y acciones o inacciones de una ciudadanía bien, mal o pésimamente informada.
En países con una sociedad mayoritariamente apática (¿tiene en mente alguno?) la posibilidad de que una dictadura aparezca y se consolide es mucho mayor. La falta de resistencia organizada y de cuestionamientos abre las puertas a regímenes que pueden limitar los derechos y controlar todos los aspectos de la vida pública al pasar por encima (y destruyendo, de paso) de los mecanismo democráticos que les permitieron acceder al poder.
Recalco algo ya conocido: una dictadura es un sistema de gobierno en el que el poder se concentra en manos de un solo líder o un grupo reducido, que ejerce un control absoluto y suele limitar las libertades civiles y los derechos políticos. Esta forma de gobierno impide la libre expresión, suprime la oposición y gobierna sin responder a las necesidades ni opiniones del pueblo.
Recordemos: cuando las instituciones democráticas están destruidas o cooptadas, el dictador no sólo controla el Poder Ejecutivo, sino también el Legislativo y Judicial, asegurándose de que no haya contrapesos efectivos. Sin estos frenos y equilibrios, cualquier forma de oposición, sean partidos políticos o estructuras de la sociedad civil, queda neutralizada, los ciudadanos pierden gradualmente los derechos y libertades y todo se va al traste.
Recalquemos lo evidente: bajo una dictadura, las decisiones no reflejan los intereses del pueblo, sino los del dictador y su círculo de poder. A largo plazo, la falta de pluralidad y el abuso de autoridad generan estancamiento social, económico y cultural. La corrupción se vuelve endémica, además de algo que ya estamos viendo en nuestro país: la represión convierte en traidores a quienes osen criticar o intenten cambiar el sistema. La población queda sometida a las decisiones de una minoría que no rinde cuentas a nadie.
Las consecuencias de una dictadura para el pueblo son profundas y devastadoras. La represión y la censura limitan la libertad de expresión y de prensa, sofocando cualquier disidencia. Esto crea una atmósfera de miedo en la que las personas sienten que no tienen voz ni poder. La economía también se resiente, ya que las decisiones económicas suelen estar orientadas a beneficiar a la élite gobernante, y no al desarrollo integral del país. El acceso a servicios esenciales, como salud y educación, suele empeorar, afectando sobre todo a quienes menos tienen, ya que las limosnas que reciban por conceptos vagos de “ayuda” o “beca” no resolverán ni siquiera una urgencia quirúrgica mediana, no digamos una catastrófica como lo son un evento cardiovascular o un padecimiento oncológico.
Algo que en México se soslaya o se prefiere no pensar; el Ejército juega un rol clave en las dictaduras. En muchos casos, es la institución que en realidad sostiene al dictador en el poder, pero no gratis, sino a cambio de privilegios o de una cuota de control sobre el gobierno. La militarización de la política se vuelve un medio para reprimir a los opositores y mantener el orden mediante la fuerza. La lealtad del Ejército al dictador garantiza que las decisiones del régimen sean implementadas sin cuestionamientos. Su sola presencia tiene las funciones de la espada de Damocles.
En conclusión: las dictaduras prosperan en contextos de indiferencia ciudadana, en los que la sociedad acepta o no cuestiona los abusos de poder. Los pueblos pueden aprender de su historia y errores, pero ello depende de factores clave como una buena educación, libertad de información y una cultura de memoria activa; pero considero que ese no es nuestro caso.
Así las cosas.