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El asesinato de Santiago Barroso en San Luis Río Colorado, Sonora, confirma la indefensión en que vive un buen número de periodistas en el país. No han cambiado las cosas en lo que va de este sexenio; da la impresión de que como sociedad estamos rebasados, por más que haya conciencia sobre el estado de las cosas.

La alarma y preocupación acerca de los altos riesgos de ejercer el periodismo en nuestro país son mundiales. Somos, a nivel internacional, una de las naciones con una de las tasas más altas de periodistas intimidados, amenazados y asesinados.

Mucho de lo que pasa va de la mano de la impunidad. Si a quienes amenazan y asesinan no les hacen nada, la cadena crece porque los asesinos saben que hagan lo que hagan, no les va a pasar nada.

El gran problema no está, por lo general, en los grandes medios de comunicación o en las grandes ciudades; aunque no están exentos de que algo se viva o padezca. Al estar en el centro de la opinión pública se crea una especie de dique ante el cual quienes ataquen a los periodistas saben que pueden enfrentar situaciones que, se presume, no quedarían impunes.

El problema tiende a ser más severo en el ejercicio periodístico en pequeñas comunidades. Se tienen menos elementos de defensa y los periodistas viven, y están, más expuestos. Por lo regular, los periodistas saben bien qué tipo de intereses tocan con su trabajo, pero también es posible que en algunos casos no tengan claridad de toda la dinámica que envuelve y rodea lo que hacen.

Las marañas que se han construido en el país llevan en ocasiones a escenarios inéditos, los cuales pueden rebasar cualquier buena investigación periodística. Pero también es de destacar que un gran trabajo es importante para la sociedad, porque puede terminar por mostrar, evidenciar y denunciar situaciones que nos permiten conocer hechos que de otra manera no conoceríamos. Es, además, eje de la necesaria y alentadora crítica al ejercicio del poder en todos sus ámbitos.

La amenaza y asesinato de periodistas es un ataque directo a la libertad de expresión, a la democracia y a la pluralidad de la sociedad. Es también un ataque a la convivencia y a las instituciones; es la impotencia del Estado para defender y garantizar que un trabajo, el periodismo, pueda desarrollarse en libertad y con seguridad.

En la medida en que los periodistas tengan condiciones favorables para desarrollar su trabajo, éste será más profesional y auténtico. Así se podrían desterrar algunos temores, y en el camino hacer a un lado la autocensura, la cual se ha ido convirtiendo en una forma de sobrevivencia.

Si bien a veces no hay manera de saber lo que puede provocar lo que publica o difunde un periodista, sigue ausente un mapa de riesgos en el país.

Las cosas no han cambiado hasta ahora; no se ha logrado revertir una situación que merecería toda la atención del Gobierno. Lo que sí ha cambiado es la sensibilidad, por lo menos verbal, que han mostrado las autoridades.

El periodismo de suyo conlleva riesgos. Es uno de los centros de la crítica y el análisis de la sociedad. Estar atento y crear condiciones para el desarrollo del periodismo es una de las prioridades de cualquier tipo de gobierno.

El asesinato del periodista Santiago Barroso es uno más, pero no por ello debiéramos permitirnos que se lleve a cabo una larga investigación que al final se pierda o que no llegue a nada. El trabajo que había desarrollado Santiago puede llevar a hipótesis de quiénes pudieran estar detrás de su muerte.

Al actual Gobierno se le empiezan a sumar periodistas asesinados.

RESQUICIOS.

A la CNTE no le va a parecer ningún tipo de reforma educativa, de no ser que sea la que ellos quieren. El juego de vencidas va a estar muy bravo, porque lo que está de por medio es la educación de todo el país y no sólo la defensa de los intereses de un grupo. A ver hasta dónde llega el cobro del apoyo que la CNTE le dio a ya saben quién.


Este artículo fue publicado en La Razón el 19 de marzo de 2019, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.

Autor

  • Javier Solórzano

    Javier Solórzano es uno de los periodistas mexicanos más reconocidos del país, desde hace más de 25 años. Licenciado por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad Nacional Autónoma de México, cursó estudios en la Universidad Iberoamericana y, hasta la década de los años 80, fue profesor de Comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana.

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