“Todo significado democrático de la universidad pública depende, hoy, de la calidad de la formación científica y profesional que la institución ofrece a sus estudiantes. Si la formación es deficiente por superficial, atrasada o deformada, se vuelven ilusorias las aspiraciones para que la universidad cumpla funciones democratizadoras en relación con las personas, los grupos sociales mayoritarios y la nación en su integridad. No hay democratización educativa sin democratización del conocimiento. Olac Fuentes Molinar, 1990” .
El movimiento los hizo y ellos se juntaron
De 1982 no olvido los rostros de mis compañeros por las noticias del terrible desempeño de la economía en México y el mundo; baste recordar que inició una carrera inflacionaria galopante y la caída estrepitosa del poder adquisitivo del salario de los trabajadores, que hasta hoy no se recupera.1
El revuelo de la juventud en el país y la búsqueda del camino que los jóvenes tienen como pulsión constante, nos hizo configurar un grupo en el CCH Naucalpan de la UNAM. Existían varias opciones en el plantel pero nos parecieron poco atractivas.
Conformamos el Comité Estudiantil por la Representatividad (CER). En los años previos a la caída del Muro de Berlín, en la UNAM, existía un ambiente proclive a la izquierda. Y entonces os convencimos de que un grupo estudiantil no debía desentenderse de los asuntos académicos y a eso nos dedicamosademás de participar en manifestaciones por la paz y contra la guerra nuclear, y la simpatía de los movimientos guerrilleros de liberación nacional en El Salvador y Nicaragua.
Así llegamos a 1985 (29 y 30 de julio) cuando organizamos el “1er foro de discusión alternativa” en el CCH Naucalpan; propusimos reconfigurar la manera de hacer política, porque ponía el acento en la vida académica sin desentenderse de lo que acontecía en el mundo.
Cuando llegó el documento “Fortaleza y debilidad de la UNAM” (16 de abril de 1986), con el que el rector orge Carpizo convocó a la comunidad a “no permitir el deterioro e inercia de la máxima casa de estudios de país”,estábamos organizados y con cierta claridad de lo que queríamos para la universidad.
No tardaron en llegar a nuestro CCH las convocatorias a organizarnos frente a las reformas, producto de los foros de consulta a que había convocado el Rector, y que más adelante sirvieron para conformar al Consejo Estudiantil Universitario (CEU).
Un diagnóstico fallido
Con el diagnóstico de Carpizo las reformas llegaron a los reglamentos de pagos, exámenes e inscripciones, entre 26 medidas; el Rector asumió el reto: salir al paso del deterioro académico de la UNAM. El problema no estuvo en la responsabilidad asumida por el Rector, sino en las medidas tomadas y el método utilizado.
Refiero algunas de las reformas propuestas por su importancia: materiales para el autoaprendizaje, determinación de bibliografía básica para cada materia, reforzamiento de la orientación vocacional, cursos de actualización y formación para el personal docente, revisión y actualización de los planes y programas de estudio, baja del personal docente que no asistía a trabajar; en contraste, también se propuso reglamentar el pase automático del bachillerato y el aumento de las cuotas de exámenes extraordinarios, examen médico y expedición de certificados.
Lo que vino después es encomiable: el diálogo público como iniciativa política del CEU, así como la no menos importante respuesta de la Rectoría para aceptar la propuesta. A la luz del pasado reciente, el diálogo autoridades- estudiantes, frente a los acontecimientos de 1968 y la matanzade estudiantes, no logró el aprendizaje político de un movimiento triunfante. De esa misma actitud, también lo es la salida negociada frente a la huelga estudiantil: suspensión de las reformas y Congreso Resolutivo.
Las reformas del 11 y 12 de septiembre fueron medidas administrativas dispersas que no atendían el problema complejo de políticas para enfrentar los problemas creados por la masificación de la universidad pública.
A toro pasado
La única reforma que debió haberse sostenido –medida que tampoco ayudaba a corregir de fondo los problemas–,es la del pase automático reglamentado del bachillerato a la licenciatura para los que hubieran cursado ese ciclo académico en tres años y concluido con un promedio mínimo de 8.
Pero incluso la reforma fue tímida, porque un estudiante de cualquier otro sistema, debería tener la misma posibilidad de ingresar a la licenciatura al menos para el caso de los mexicanos, porque sencillamente todos tienen el mismo derecho, lo cual significa para el momento actual, el examen de ingresos para todos los que deseen acceder a la licenciatura de la UNAM.
Los integrantes del CER crearon una corriente dentro del CEU, la Corriente de la Reforma Universitaria (CRU) y ésta propuso un sistema de colegiaturas donde no existiera un estudiante de la UNAM que deje sus estudios por razones económicas, lo cual traía aparejada la existencia de un sistema de cuotas en función de los ingresos del estudiante o de su sostén económico y, que estos ingresos, ayudaran a construir un sistema de becas –de montos significativos–, para los estudiantes destacados y de bajos ingresos.
La CRU se nucleó alrededor de algunos referentes: la realización del Congreso Universitario que enfrentara el deterioro de la UNAM; para acometer el anterior objetivo no eran suficientes las consignas, hacía falta realizar propuestas más allá de demandar el acrecentamiento de la matrícula y la consecuente construcción de más planteles. Para lo anterior, compañeros nuestros, Ricardo Becerra y Francisco Deceano, se relacionaron con el académico de la UAM Olac Fuentes Molinar.
La CRU abrevó de Olac Fuentes. Este académico tenía la claridad de planteamientos de izquierda para lo que acontecía en las universidades públicas, así como la generosidad de escuchar consignas e ideas sueltas de nosotros; su paciencia nos ayudó a ordenar las ideas de manera colectiva, durante muchos sábados en que funcionó lo que llamamos “El seminario”.
La masificación
La masificación de las Universidades ocurrió a gran velocidad en los 70 y creó una serie de problemas de diverso orden. A este aspecto se refirieron dos posiciones con visiones encontradas y que, de manera reduccionista, plantearon solucionar los problemas de las universidades públicas con visiones cuantitativistas: reduciendo su matrícula para mejorar su calidad –unos–, y los otros proponiendo su ampliación, como una forma de atención social a los miles de jóvenes demandantes de educación.
La CRU se cobijó en la visión de Rollin Kent, que en su artículo publicado en la revista Crítica, “Invitación al debate: ¿Qué es la universidad de masas y qué queremos hacer con ella?”, señaló que ambas posiciones pierden de vista los de problemas que surgieron o se acentuaron en el curso de la masificación y que han ido transformando la organización interna de las universidades, los valores que circulan en su interior y las modalidades específicas bajo las cuales estas instituciones producen y distribuyen la cultura.
Las universidades crecieron sin reformas que atendieran los problemas asociados con la masificación, sin una nueva pedagogía para salones de cincuenta o más estudiantes; para problemas de índole administrativo, de carácter laboral por los nuevos académicos que se pusieron frente a grupo, que atendiera la ausencia del sistema de creación de medidas dirigidas a los cambios estructurales necesarios y la verificación del éxito o fracaso de las mismas.
Y este es el problema que no atendieron las reformas de Carpizo, o conjunto de medidas dispersas desprovistas de una de política coherente.
La solemnidad de las consignas
En ese entonces existía un clima de asfixia en algunos grupos que conformábamos el CEU. Había una religiosidad de la cultura política de varios grupos traducida en una militancia intolerante para quienes no compartían nuestro ánimo y visión del mundo. No pocas ocasiones hubo que reclamar el derecho de los otros a existir, incluida nuestra Corriente que hasta el final estuvo dentro del CEU. Nos decíamos reformistas, sin rubor alguno y para escándalo de los otros. En respuesta a ese clima, generamos nuestras consignas políticas: ¡Hasta la reforma siempre… Negociaremos!
Primera definición de reforma
De nuestro seminario resultaron varias propuestas que se presentaron en la Facultad de Economía, en enero de 1989 en un acto que llamamos: “Primera definición de reforma”. Con ello, el movimiento estudiantil, caracterizado por ser reactivo, estaba dando un paso importante por hacer planteamientos que intentaban atender de manera diferente las complejidades de la institución, producto de la masificación y que formaban parte de una nueva forma de hacer política estudiantil en la UNAM.
El Congreso, por sobre todas las cosas
Parte del arreglo político para levantar la huelga en la UNAM fue la aceptación de la realización del Congreso. La CRU se lo creyó y teniendo a varios miembros de nuestra corriente en la Comisión Organizadora del Congreso Universitario (COCU), acordó con su contraparte, que representaba a las autoridades y a otros sectores, la elección de los delegados al Congreso. Del acuerdo, destaco que hubiera proporcionalidad en la elección de los delegados y que participara una representación suficiente de los grandes actores, incluídas las autoridades de la Rectoría.
No obstante pusimos toda la carne al asador, con tal de que hubiera Congreso; lo que fue capitalizado por el ala radical de los grupos que componían el CEU; logramos la realización del encuentro de delegados electos para reformar a nuestra universidad y frenar su deterioro –al menos eso creíamos– lo cual nos llevó a la elección de delegados con un desgaste político que no supimos manejar.
Quedó una de nuestras propuestas al Congreso: los Consejos Académicos de Área, medida que buscaba lograr una mínima coordinación de política académica entre carreras afines.
Esos tiempos definieron lo que somos. Con los amigos, han quedado recuerdos que de vez en cuando rememoramos. La amistad persiste con muchos de aquellos camaradas. Noto que ahora, como antes, somos amigos por la comunión de ideas. Si algo ha valido la pena de aquellos años, son los sueños compartidos, las emociones vividas. Hasta la reforma siempre….
Nota:
1 Carlos Tello en Estado y desarrollo económico en México, nos dice que el salario mínimo en 1983 cayó casi 30% y para 1988 era tan solo el 48% del que prevaleció en 1982.