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*Este artículo fue publicado originalmente en la edición impresa de etcétera en enero de 2006

Una entrevista de Thelma Gómez Durán

Esta plática sucedió hace poco más de seis meses, no la publicamos porque el entrevistado así lo pidió y nosotros reconocimos su derecho para hacerlo. En cambio, los directores de Proceso y de etcétera convinieron en que tendrían una conversación sobre temas varios del periodismo y que sería difundida en esta publicación.

Rafael Rodríguez Castañeda incumplió el acuerdo y no quiso estar en foro alguno donde se reflexionara sobre la postura editorial de Proceso. A pesar de su falta de seriedad, no habríamos publicado la conversación, como no lo hicimos en este tiempo.

Sin embargo, ahora difundimos la charla por dos razones. Una es porque cada vez resulta más claro que la línea informativa de ese semanario –aun en desdoro de la información– forma parte de la defensa que el fundador de la revista hace de su hijo, acusado de diversos ilícitos. La otra es porque según Proceso habría un complot en su contra si el juez falla a favor de Marta Sahagún en su conocida demanda. En el primer caso no se justifica el denuesto del gobierno si es para lograr el perdón del familiar entrañable y, en el segundo, habrá que ver por qué el director de Proceso resta solvencia ética y profesional a la señora Olga Wornat mientras descalifica a los críticos de esa periodista argentina.

¿Cuál es el periódico con el que se despierta?

Me despierto con la lectura de tres diarios: La Jornada, El Universal y Reforma.

¿Alguno de ellos es su preferido?

Leo por necesidad de información, no los leo por preferencia.

Entonces, ¿cuál es el periódico que más le gusta?

The New York Times. Creo que es un periódico muy serio, que ha sabido ajustarse a los tiempos; es un periódico muy viejo, pero nunca ha perdido la frescura de la información. Su lectura es muy rápida. Pese a los tropiezos que ha tenido en fechas recientes es un periódico muy confiable.

¿Hay demasiados periódicos en el país?

Sí. Hay demasiados periódicos y muy pocos verdaderos periodistas. Los periódicos cumplen papeles muy diversos, no todos necesariamente tienen como función estrictamente informar; creo que la mayoría tienen objetivos muy personales o particulares de grupos o de empresas y son, o intentan ser, factores de presión o de influencia para obtener ciertas prebendas políticas o económicas.

Dice que no hay verdaderos periodistas. ¿Esto se ha agudizado en los últimos años, había más antes?

Sí, ha habido un deterioro de la calidad profesional del periodista promedio. Esto no quiere decir que en México no haya ediciones excelentes o que no existan excelentes periodistas, pero creo que la sobreoferta de la información, la explosión demográfica en el campo del periodismo propicia que no lleguen necesariamente los mejores elementos a estar al frente o trabajar en los medios que importan. Esto tiene que ver también con la apertura informativa de los últimos años, por lo menos de hace unos diez o 12 años, desde que el país ha experimentado una evolución a una apertura mayor a lo que existía antes. Eso, como en otros terrenos, también propicia la improvisación. Cualquiera puede sentirse capaz de ser periodista. Creo que estamos viviendo un momento de enorme mediocridad en el periodismo. Uno de los peores momentos que a mí me ha tocado presenciar.

¿A qué periodista admira?

El periodista más admirable para mí es Julio Scherer. Su influencia fue decisiva en la segunda mitad del siglo XX, tanto en Excélsior, durante los años en que fue director, como en Proceso, durante los 20 años como director de la revista. Creo que dejó una escuela o un parámetro de comparación muy alto.

Si compara el periodismo que se hizo durante la época de Scherer al frente de Excélsior (finales de los 60 y principios de los 70), con el periodismo que se hace en la actualidad, ¿cuáles serían las principales diferencias?

Es muy difícil hacer estas equiparaciones, pero en estos momentos, en un análisis muy somero, no existe en México un periódico de la profundidad, de la importancia, de la densidad, de la influencia y del prestigio que llegó a tener el Excélsior de finales de los 60 y principios de los 70.

¿Con qué noticiario de televisión se informa?

Por las mañanas, con el de (Carlos) Loret de Mola.

¿Y en radio?

Escucho una parte del noticiario de Carmen Aristegui (Hoy por Hoy). Al medio día no tengo posibilidad de escuchar noticiarios y en la tarde no suelo hacerlo.

¿Cuál es el futuro periodístico que le depara a Carlos Loret de Mola y a Carmen Aristegui?

La impresión que tengo es que a Carlos lo están preparando para que llegue a ser, algún día, el conductor estrella de Televisa. Y siento que él mismo tiene esas pretensiones, que tiene la virtud de la frescura que da la juventud, que no es un mérito necesariamente, pero que es una aportación en el sentido de la improvisación, tiene buen modo, tiene carácter. Pero obviamente es un Loret de Mola que yo llegué a escuchar porque participo como comentarista en su programa, que tenía una forma en el radio muy distinta a la televisión. Creo que podrá en un momento dado llegar a alcanzar esa meta que le han trazado, pero ya lo veo muy ajustado a las normas tradicionales de la televisión comercial, Televisa en particular, lo siento golpeador en ciertos ámbitos, con evidente línea por parte de la empresa. Y en radio lo siento más suelto y golpeador, pero de otras partes de los elementos en conflicto. Entonces yo creo que le está pasando lo que le pasa a López-Dóriga, que es un López-Dóriga en la televisión y otro López-Dóriga el del radio.

Y Carmen tiene… creo que es una buena reportera, tiene capacidad de exposición, creo que es buena entrevistadora, pero tiene un defecto que es inevitable en los conductores pero en ellos particularmente agudo: que habla demasiado, generalmente habla más que el entrevistado, con una enorme cantidad de intenciones y comentarios.

¿Qué se siente ser el director de la revista política más importante del país?

¿Qué se siente? Pues voy a contestar como político o funcionario público tradicional: una enorme responsabilidad (risas). No, no se siente nada en particular; es una responsabilidad asumida en plenitud; lo que yo considero está dentro de mi capacidad. Durante muchísimos años fui jefe de redacción bajo la conducción de Julio Scherer, y no sólo aprendí por los años, sino aprendí por la cercanía con él, no sólo en el campo estrictamente del periodismo sino también en cómo manejar grupos humanos. Y en este caso conducir una empresa es sumamente delicado; es una empresa que contrariamente a lo que se ve desde afuera –muy fuerte, muy agresivos en su trabajo periodístico– al mismo tiempo es una empresa muy eficaz que se requiere manejar con mucho cuidado, no se le puede trastocar arbitrariamente porque una de las metas que me tracé desde que asumí la dirección es conservar la línea editorial, la disciplina. Y lo hemos logrado, nuestra independencia absoluta, nuestra capacidad crítica permanece. Y podemos haber asumido algunas formas distintas en el tratamiento de los asuntos y aun en la parte visual de la revista respecto de lo que era cuando era dirigida por don Julio, pero son cambios de forma, no de fondo. Yo creo que uno de los éxitos de la revista es que durante casi 29 años hemos conservado la independencia, nuestra línea editorial, nuestros principios, nuestras convicciones. Se siente la enorme responsabilidad de que esto no se salga del cauce que siempre ha tenido y al mismo tiempo mantener la viabilidad en un mercado de altísima competencia, y saber que siempre vamos a estar sometidos a la observación rigurosa y a ratos excesiva no sólo de otros segmentos de la sociedad sino de nuestros propios colegas. Siempre es un desafío.

Creo que si alguna característica tiene ser director de Proceso es que no hay vacaciones en esto, no hay días de descanso, quizá ni siquiera haya jornadas de sueño pleno. Es permanente la sensación de tener bajo la responsabilidad esta pequeña maquinaria que tiene un sentido hacia fuera y un sentido hacia dentro, de esta revista que emplea a alrededor de 200 familias, que no cambiarían su casa de trabajo por nada y que dependen de esta casa de trabajo y dependen de la congruencia y coherencia de su casa de trabajo. Yo creo que esa sensación de qué se siente es exactamente eso, estar permanentemente en la dinámica de esa responsabilidad.

¿Le pesó demasiado la sombra de Scherer?

Yo creo que la palabra exacta no es pesar y tampoco la palabra exacta es sombra. Refleja lo que es una presencia que nace del ser excepcional que es él, y del periodista excepcional; es decir, es un ser humano con valores, con influencia pública, con presencia pública, con peso público, con prestigio gigantesco, con aprecio gigantesco. Esa presencia, obviamente, es permanente en la revista. Él no coopera en cuanto al manejo periodístico pero su presencia está aquí y convivimos muy cerca de él y al mismo tiempo cerca de nosotros sin intervenir en las decisiones editoriales pero ciertamente sí se manifiesta cerca de nosotros. En cuanto a algunas de las cosas con las que estuve cierto cuando llegué a la dirección es que lo peor que le podía pasar a Rafael Rodríguez es pretender compararse con Julio Scherer García.

Así que no sólo no me pasó por la cabeza compararme sino imaginar superar esa presencia. Quizá sea el hecho que pasa todas las semanas, sentirme honrado de tener esa responsabilidad y hacer honor a ella. Y en este boleto no es cosa de una semana ni dos, sino de todas las semanas hasta que esté yo aquí o hasta que me muera. La meta no se alcanza más que cada domingo en que la revista salga al público; ésa es mi prueba de fuego de cada semana y lo será para siempre. La mejor revista, la mejor edición que hayamos hecho no importará nada si fallamos en la siguiente. En ese sentido el haber ubicado los pies en la tierra es para mí creo que uno de mis valores fundamentales, es decir, no soy “el sucesor” de Julio Scherer, soy el director de la revista Proceso, que debe hacer un buen producto o intentar hacerlo, una empresa exitosa y debe hacer que esta casa de trabajo sea importante para quienes estamos aquí, que nos permita sostener decorosamente a nuestras familias, y que al público lector –tanto aquel público duro que se identifica con Proceso desde hace muchísimos años como el nuevo– siempre le llegue a sus manos por 30 pesos un producto de la mejor calidad que esté a nuestro alcance.

Sobre la responsabilidad que es dirigir esta revista, ¿cuál es el momento o la decisión más difícil que le ha tocado tomar?

Creo que estamos presenciando una de ellas, la decisión de cómo confrontar una demanda, aunque sea sólo de carácter civil proviene del máximo poder en nuestro país. Y la otra decisión también difícil tiene que ver con otra agresión por parte de una instancia estatal: el caso de Notimex, cómo afrontar eso desde el punto de vista informativo; digamos que las dos decisiones nada tienen que ver con la versión del Ministerio, no con problemas políticos específicos.

¿Para usted es una agresión la denuncia de Marta Sahagún?

Yo creo que es una clara agresión contra Proceso, por las formas como se dieron, por el contexto, oscuro y manipulado en el que se da la demanda y el persistente ocultamiento de la demanda contra Proceso y por el cuestionamiento que se le hace a la revista, que es en última instancia por no haber ejercido la censura previa. Yo creo que es una agresión, y tendremos que abordar un litigio.

¿Según usted, cómo actúan las demandas?

Bueno, no fue un golpe instantáneo porque fue confuso: nos llegó una notificación casi al mismo tiempo que se difundía un boletín de la oficina de la señora hablando de una demanda contra Olga Wornat en aparente relación con la difusión de Crónicas malditas y las alusiones que ahí se hacen a los hijos. Incluso muy confuso, no sabía yo si era una misma demanda, si había dos demandas, si eran dos demandados y una sola demanda… no sabíamos. En ese sentido fue más difícil digerirlo por confuso.

¿Qué opina del libro de Olga Wornat?

Mira, no he leído Crónicas malditas más que tres capítulos –el destinado a López Obrador, el de Carlos Ahumada y el de los hijos de Marta Sahagún–. Yo creo que Olga Wornat hace un periodismo muy peligroso para ella; es un periodismo en el que debemos creerle ciento por ciento a ella porque se supone que tienes fuentes sólidas de información, pero que cada vez toma más el riesgo de que los textos tengan validez por ser de ella y cada vez menos se cuida de conservar un mínimo de rigor. Por lo demás, su lenguaje creo que está demasiado adjetivado, creo que puede hacer un periodismo de muy alta calidad sin adjetivos y aparte del adjetivo, y después trata de sustantivar en lugar de que sea al revés: primero lo sustantivo y después lo adjetivo. Ella pone de por medio la calificación, y en ese sentido prejuicia al lector, pero además creo que tiene un lenguaje soez, eso en detrimento de su propio trabajo, que yo creo que en lo fundamental tiene datos que nos permiten describir algo, que le permiten hacer esas denuncias, pero que ella misma se descalifica con un lenguaje y los excesos y sus adjetivos.

¿Hasta dónde el periodista debe respetar esa línea entre la vida privada y la información pública?

Bueno, es un tema por supuesto a debate, no sólo en México sino en muchas partes. Yo creo que finalmente puede dividirse en dos o tres, como de hecho lo hacen los expertos: la vida pública, la vida privada y la vida íntima. Creo que uno como periodista no debe incursionar en la vida íntima de los personajes públicos, con sola una excepción creo yo, pero es igualmente muy subjetiva: cuando los personajes públicos hacen uso ostensible de su vida íntima para obtener objetivos en su vida pública. Yo creo que cuando los propios personajes públicos trastocan el respeto a su vida íntima, es decir, ellos mismos rompen por conveniencia política su imagen, automáticamente le dan derecho a los periodistas a asomarse a su vida íntima. ¿Qué es lo que les sucede a los personajes del mundo del espectáculo y algunos del deporte, pero particularmente del mundo del espectáculo? Que necesitan de los reflectores, y entonces corren las cortinitas de su vida privada y aun de su vida íntima, se dejan ver haciendo esto, se dejan ver haciendo esto otro, pero porque lo necesitan; sus agentes de relaciones públicas dicen: “oye, nadie habla de ti. Tienes que decir que andas con no sé quién, que te gusta tal cosa”. Entonces descorren las cortinitas, y esos mismos son los que se escandalizan porque los periodistas de espectáculos se vuelven muy devoradores de esta intimidad.

¿De quién debe venir la mesura para tener una mayor calidad en el periodismo: de los medios, periodistas, la sociedad?

Creo que tendría que venir de la parte más reflexiva de los medios de información; probablemente de los colegios o asociaciones de profesionales de la comunicación, de las escuelas, de las universidades, etcétera, como una especie de alto en el camino, porque se vuelven peones de una causa y efecto muy difíciles de romper. Entonces, ¿por qué nos ocupamos de temas que debieran ser triviales y por lo tanto no ocuparnos de ellos? Porque la clase en el poder, que es la clase que periodísticamente interesa más, pues si no tiene poder no interesa –hay que decirlo con claridad–, es decir, el periodismo se interesa por la gente que tiene el poder –poder político, poder económico, poder cultural–. Los que no tienen poder no interesan. ¿Por qué nos ocupamos de lo frívolo y no de lo sustancial en el país? Porque las clases en el poder son frivolizadas, es decir, si entramos en un terreno de mayor análisis vivimos realmente en una mascarada. ¿Por qué debemos estarnos ocupando de la anulación del matrimonio de la señora? Porque quien metió el tema fue ella, fueron ellos, es decir, los que desde el principio mostraron las cartas con las que querían jugar fueron ellos.

¿Y por qué Proceso publica una carta de amor de Rosario Robles, ese texto tenía un valor de información pública?

Obviamente, la publicación de esa carta fue decidida después de una amplia discusión aquí en Proceso con quienes participan en la toma de esta clase de decisiones.

Finalmente, entramos en el campo de los protagonistas. La expectativa creada, por la importancia que tuvo la relación de Rosario Robles con Carlos Ahumada. Mucha gente decía: qué le pasó a Rosario Robles, para que haya ocurrido esto y esto y esto, si yo la conocía; sostenía una cantidad de admiradores leales.

Hasta periodistas.

Posiblemente, y no sólo periodistas, sino gente del PRD, gente de otros partidos o sin partido que la admiraban en su calidad de mujer peleadora, luchona, que la veían incluso como una expectativa que apuntaba más allá. Entonces, qué pasó. Yo recuerdo haber hecho varias llamadas telefónicas por esa carta. Y la decisión fue, a partir de un par de párrafos, de cómo la relación va de la cima a la sima. Yo creo que vamos a difundirlo para entender el fenómeno Rosario Robles, que para mí no es ningún misterio. ¿Qué le pasó a esta señora, se volvió loca, en qué momento?

En ese sentido, no aspiro el aplauso cien por ciento, ni de mis propios compañeros. Fue una decisión verdaderamente difícil, en el filo de la navaja, pero Proceso se está construyendo sobre decisiones que dan tristeza, que a lo mejor después me arrepiento o nos arrepentimos.

¿De cuál decisión que toma usted?

Sin duda de estas dos. Me avergüenzo por lo fallido del concepto.

¿De qué se arrepiente en su carrera periodística?

No, pues no acabaría. Hay muchas (risas). Pero lo que tiene que ver sobre decisiones editoriales no son muchas, más bien sobre errores, erratas, fallas, conceptos, palabras equivocadas, etcétera, pero forma parte de un trabajo ya tan largo, en ese terreno se han cometido muchos errores. Pero creo que lo que estamos viendo en estos cuatro años de gobierno –casi cinco– es un deterioro de la vida pública, de la clase política; esta cuestión del desafuero que termina de tan mala manera para el gobierno federal, en fin, todo esto crea un ambiente en el que los medios no pueden sustraerse, porque si no reflejan lo que está pasando ni modo que inventen. Yo quiero ver qué valiente periódico, revista o medio electrónico importante, en medio de lo que está pasando, se dedica a analizar vertebralmente el problema de la reforma fiscal y por qué no ha salido, cuando a lo mejor sí debiera ser un tema sustantivo. Pero a qué vacío llegan los análisis cuando eso no es una propuesta de la clase en el poder. La clase en el poder, y pongo a todos, ni el PRD ni el PAN ni el PRI, ni los partidos pequeños, no se salva nadie, por lo menos yo no veo a un personaje público digno de ser observado de otra manera; yo estoy viendo que López Obrador ya se puso un reloj Tiffany. Yo no digo que esté bien pero es lo que los medios estamos reflejando, lo que es la escenografía pública.

¿Sobre el desafuero, cree que los medios estuvieron a la altura de lo que demandaba ese momento político y social?

Yo creo que los medios, por razones diversas, fueron tomando partido en contra o a favor de las distintas partes. Y qué quiere decir portarse a la altura, no sabría respoder a ese cuestionamiento, portarse a la altura de qué: el asunto era tan nimio, tan chiquito, tan insignificante y eran tan evidentes sus intenciones que realmente nunca tomó altura, es decir, no podía tomar altura cuando ninguna de las partes se expresaba con altura, era muy difícil realmente acercarse con pulcritud al tema.

¿Qué es lo que más le gusta de Proceso?

Su libertad, su independencia.

¿Qué es lo que no le gusta?

La falta de rigor en algunos temas. Quizá antes, no es el mejor momento de Proceso en materia de uso del lenguaje. Creo que somos pobres en lenguaje, en la exposición de muchos trabajos y en seguida como segundo punto, de pronto caer en la cuenta de cierta falta de rigor. Eso es lo que no me gusta pero las dos cosas son superables cada semana.

¿Además de Proceso qué otra revista lee?

Bueno, de México no leo con interés ninguna otra revista política. Me asomo a todas ora sí que para ver cómo está la competencia; hojeo la revista de El Universal, Milenio; en algunas ocasiones llega a mi escritorio Vértigo pero más bien esporádico. Trato de estar actualizado leyendo algunas revistas internacionales, me gusta mucho ciertas características de El País Semanal, y la revista que me sorprende siempre por su enorme calidad y su información es The Economist, de hecho quisiera ver algunas cosas que cambiaran en Proceso, con cuidado y al paso del tiempo sería un poco en la línea de The Economist, pero son otras latitudes.

¿Qué es lo que no le gusta de etcétera?

Es difícil, no puedo hacer un ejercicio tan rápido. Me gusta mucho un medio sobre medios. Es un proyecto bien interesante –se lo comentaba a Marco en una ocasión que nos vimos–. Me gusta etcétera porque tiene sentido del humor, porque no se toma demasiado en serio, es decir, haciendo un trabajo serio, por lo menos en su presentación, no se torna tan solemne y eso es grato. Pues qué no me gusta, pues que a veces nos dan de fregadazos en Proceso (risas) algunas veces merecidos, de hecho se impugnó en etcétera la publicación de la carta de Rosario a la que no se le dio ningún tipo de interés periodístico. Pero en general me gusta, me gusta su desafío prácticamente con todos los medios. Ojalá pudiesen tener una periodicidad un poco más corta. Creo que sí están cumpliendo un papel importante.

¿Qué opina de la competencia que tiene Proceso?

No es mucha, yo creo que prácticamente no existe. Como dicen los mercadólogos, el nicho de Proceso está muy hecho para Proceso, es decir, cualquiera que pretendiera ocupar ese nicho pues se encuentra con que está lleno. Yo creo que hace algunos años, Milenio tuvo oportunidad –por un momento de debilidad de Proceso, hace ya un buen rato– por lo menos de darle un buen mordisco al mercado de Proceso, pero luego prefirieron dedicarse al diario y creo que a la revista la hicieron como una especie de película de la división A.

La revista, como todos los lugares donde hay buenos periodistas, pues puede haber buenos trabajos periodísticos, pero yo creo que no ha sabido exactamente qué quiere, lo mismo pasan de un tema político importante, relaciones documentadas, etcétera, a un tema de la vida social con un campaneo que al lector común y al observador lo destantean. Yo creo que esa variabilidad de los temas les resta personalidad, pero tiene un público cautivo potencial, porque lo que llega dentro de un periódico lo mismo se lee que no.

Y Vértigo tiene la fuerza de sus mensajes por televisión. Pero en síntesis creo que en términos de competencia realmente Proceso no la tiene.

¿Algún día veremos Proceso diario?

Yo creo que no, por lo menos a lo que hace a mis posibilidades, a mis capacidades. De hecho debo reconocer que para mí siempre ha sido una ilusión, recuerdo que lo hablaba con don Julio y con Vicente Leñero que por qué no un día lanzábamos un periódico, que lo teníamos todo porque era una redacción muy grande, teníamos como tenemos una agencia de noticias, la mayor parte del cuadro directivo que rodeaba a don Julio estábamos relativamente jóvenes y en plenitud de facultades, de capacidad, de dinamismo; creo que estábamos todos en nuestros mejores momentos de actividad reporteril. Pero nos faltaba algo, y ese algo es el capital. Y lo pensábamos mucho, pero la conclusión fue que de donde viniera el dinero nos iba a comprometer; no hay quien ponga su dinero sin decidir un cambio. Entonces, personalmente yo sí me frustré, yo sí tenía muchas ganas de sacar el periódico, trabajé en Excélsior en 1976 pero fue muy breve mi presencia ahí. En la revista es otro tipo de trabajo y también pensábamos eso entre broma y veras decíamos: bueno, imagínate hacer la revista todos los días.

¿Qué pasó con las pláticas que sostenían con Televisa para tener un programa?

No, la experiencia única al respecto fue la entrevista de Julio Scherer con Marcos y fue tan negativa desde el punto de vista de cómo trabajan ellos, que lo puedo calificar como un agandalle, es decir, lo quieren todo para ellos y estoy hablando de la cuestión económica, es decir, te imponen unas condiciones draconianas para negociar. Sí negociamos un buen rato a nivel máximo entre el propio don Julio y Emilio Azcárraga y Bernardo Gómez pero no se avanzó demasiado porque la experiencia para nosotros fue negra. Ahí metimos todo lo que Proceso puede meter que es su capacidad para lograr la entrevista, y la entrevista y todo esto fue una plataforma de lanzamiento creada por Proceso, no Televisa y fue muy ingrato el resultado en ese terreno. Siguieron las negociaciones pero nunca pudimos aterrizarlo, de hecho trabajamos juntos un proyecto sobre remodelación de Los Pinos cuando todavía nos tenía cierta estima Marta Sahagún y dio acceso a la casa Miguel Alemán. Entraron las cámaras de Televisa y fue un material que se quedó inédito.

¿Qué piensa de Santiago Creel?

Como posible candidato del PAN. Yo creo que a Santiago Creel le gusta siempre traer las manos limpias, no quiere mancharse, salpicarse. Pero no se puede ser secretario de Gobernación y ejercer ese cargo sin mancha. En ese sentido veo un candidato sin mayores posibilidades de ganar, es muy distante.

¿Y de López Obrador?

Creo que es un hombre que se ha manejado muy apegado a una serie de principios con los cuales puede uno estar en desacuerdo. Tiene una intuición política nata; también la capacidad de convertir cualquier aparente fracaso en éxito, lo imperfecto en virtud, la deficiencia en ventaja y eso es una habilidad política extraordinaria. Creo que eso lo hace el candidato con más posibilidades de triunfo electoral.

¿Votaría usted por él?

Yo no voto, nunca he votado.

Creo que López Obrador es fundamentalista, tiene sus principios y no me gusta esa sensación que a ratos da de están conmigo o están contra mí.

¿Roberto Madrazo?

Pues Roberto Madrazo es un político que sabe su oficio, que estudia. No veo qué le pueda impedir llegar a la candidatura del PRI y, si es Creel y López Obrador, veo una carrera relativamente pareja pero en la que finalmente va a ser casi casi parejera entre el PRI y el PRD pero no por el PRD sino por López Obrador. Al contrario el PRI, a pesar de Roberto Madrazo, el PRI puede competir, es decir, las estructuras del PRI están yo creo bastante sólidas a pesar de que hay divisiones.

¿Existe el cuarto poder?

No. Creo que existen circunstancias en las que la prensa o los medios se convierten en un poder, en un factor de presión con suficiente poder para que se tomen decisiones bajo su influencia. Pero creo que hablar del cuarto poder es que permamentemente los medios de comunicación estuvieron ejerciendo un poder alterno.

¿Cree en Dios?

No.

¿Qué le enoja?

La irresponsabilidad.

¿Es cursi?

No.

¿Qué le hace llorar?

Las películas de amor.

¿Es romántico?

Sí.

¿Ha escrito poemas?

Alguna vez en mi vida.

¿Qué prefiere, Beatles o Rolling Stones?

Beatles

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