La presidenta Claudia Sheinbaum negó en su cuenta de X haber incitado las protestas recientes en Los Ángeles, tras los señalamientos directos de la secretaria de Seguridad de Estados Unidos, Kristi Noem. Sin embargo, los registros están ahí: sí llamó a la comunidad migrante a movilizarse.
Es cierto, Sheinbaum no estuvo el fin de semana arengando en las calles ni alentando la violencia. Pero también es cierto —y el obradorismo lo sabe perfectamente— que en contextos de alta tensión, un discurso ambiguo o mal calculado puede detonar consecuencias graves.
Noem no habló en abstracto: lo hizo desde la Oficina Oval, acompañando a un Trump que ya evalúa invocar el Acta de Insurrección para militarizar aún más Los Ángeles. En medio, miles de migrantes mexicanos quedan expuestos, atrapados entre la retórica populista de Sheinbaum y la mano dura de Trump.
En lugar de deslindarse con cinismo o minimizar los efectos de sus palabras, Sheinbaum debe asumir la responsabilidad que implica su cargo. El Estado mexicano no puede operar como un mitin permanente.
Urge que la presidenta llame a la calma, dialogue con las autoridades estadounidenses y deje de hablarle solo a su base. Porque lo que se juega ya no es una gira ni un aplauso fácil, sino la seguridad de miles de connacionales.