A mediados de la década de 1970, el físico Gerard O’Neill estaba reflexionando sobre el futuro de la humanidad en el espacio y llegó a la conclusión de que sus compañeros estaban abordando la cuestión de forma equivocada.
Muchos hablaban sobre la posibilidad de asentarse en otros planetas, pero él se dio cuenta de que en realidad eso no era muy posible dentro del Sistema Solar.
La atmósfera que rodea a gran parte de la superficie planetaria disponible para la construcción de asentamientos es peligrosa, y dado que estos mundos rocosos y sus lunas tienen gravedad, ir y venir a ellos consumiría mucho combustible.
En cambio, O’Neill imaginó enormes asentamientos flotantes, no muy lejos de la Tierra, en forma de cilindros.
La gente viviría en su interior, en ciudades rodeadas de bosques, lagos y campos verdes.
Era una idea descabellada, pero gracias a las impresionantes visualizaciones que la acompañaron, los sueños de O’Neill influyeron en su generación.
Una de esas personas es mundialmente conocida.
Un estudiante entusiasta
En la década de 1980 hubo un estudiante en los seminarios de O’Neill, en la Universidad de Princeton, Estados Unidos, quien cuidadosamente tomó notas de las ideas de su profesor.
Aspiraba a ser un “empresario espacial” y veía los asentamientos más allá de la Tierra como una forma de garantizar el futuro a largo plazo de la humanidad.
Como empresario, hizo una enorme fortuna (Amazon) que luego empezó a gastar para impulsar esa ambición.
El nombre del estudiante era Jeffrey Preston Bezos.
Para comprender por qué los multimillonarios como Bezos quieren ir al espacio, hay que conocer cuáles son sus influencias.
Para algunos, la iniciativa de su firma, Blue Origin, y las de sus competidores pueden parecer no más que los proyectos vanidosos de unos pocos hombres extremadamente ricos con cohetes extremadamente caros.
Y para muchos otros no podría haber un momento más inadecuado para estos paseos, con el cambio climático, una pandemia, una creciente desigualdad y muchos otros problemas globales graves.
Pero el hecho merece un escrutinio más profundo: la idea de la salvación duradera a través del espacio.
Un sueño centenario
Bezos no es la primera persona en proponer que expandirse hacia el cosmos es la única forma de garantizar el futuro de la humanidad.
La gente ha soñado con crear una civilización más allá de la atmósfera de la Tierra durante más de un siglo y es probable que las generaciones futuras continúen haciéndolo.
Hasta finales del siglo XIX y principios del siglo XX, los académicos sentían que el universo tenía valor y estaba “lleno de humanoides”, dice Thomas Moynihan, quien estudia historia intelectual en la Universidad de Oxford, en Reino Unido.
La idea de que el cosmos está casi con certeza predominantemente vacío es una creencia relativamente reciente en la historia de la humanidad, dice Moynihan. Lo que llevó a los estudiosos a pensar más seriamente sobre establecerse en el Sistema Solar y más allá fue la conciencia de que nuestra especie podría extinguirse algún día, a través de la muerte del Sol o algún otro destino.
Una de las propuestas más originales provino del fabricante de cohetes ruso Konstantin Tsiolkovsky, quien imaginó el asentamiento en asteroides gracias a naves espaciales de propulsión nuclear.
“La mejor parte de la humanidad, con toda probabilidad, nunca morirá, pero migrará de sol en sol a medida que se vayan apagando”, escribió Tsiolkovsky en 1911.
Él y sus compañeros enmarcaban el asentamiento en el universo en una narrativa sobre del destino humano, llamando a nuestra especie a difundir la vida en el cosmos estéril.
En Occidente también comenzaron a surgir visiones seculares de la salvación galáctica.
Una figura influyente fue el ingeniero estadounidense Robert Goddard, quien creó el primer cohete de combustible líquido.
Concibió expediciones que llevarían todo el conocimiento de la humanidad para que, en sus palabras, “una nueva civilización pudiera comenzar donde terminaba la vieja”.
Y si eso no fuera posible, propuso la idea radical de lanzar “protoplasma” en su lugar, que eventualmente sembraría nuevos seres humanos en mundos distantes.
Todo esto llevó a la idea de que si la humanidad pudiera poblar la Vía Láctea, podría sobrevivir durante decenas de billones de años, dice Moynihan.
Y de muchas maneras, estas creencias han apuntalado las visiones del asentamiento galáctico desde entonces, incluidas las de Bezos y otro de los multimillonarios espaciales, Elon Musk.
Los problemas que ya tenemos
El multimillonario Elon Musk es más directo al hablar del riesgo de extinción y argumenta que si nos volvemos multiplanetarios, estableciéndonos en Marte en particular, entonces una catástrofe en la Tierra no tiene por qué aniquilar a toda nuestra especie.
Creador de SpaceX, está influenciado por la idea de trascender el “gran filtro”, la teoría de que todas las civilizaciones del cosmos se enfrentan a un punto de quiebre en su evolución que termina matándolas.
Espera que podamos ser los primeros en la galaxia en superar ese punto.
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