Recomendamos: La decisión de Sophie (William Styron)

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¿Con cuántas personas nos cruzaremos a lo largo de nuestras vidas? ¿Cientos, miles, millones? ¿Cuántas de ellas dejarán su impresión en nosotros y cuántas otras se diluirán por los caprichosos recovecos de nuestra memoria? ¿Cuántas quizás entrarán y saldrán a su antojo, física o imaginariamente? ¿De cuántas que apenas suponen un instante en nuestras vidas habremos imaginado qué hay detrás de una sonrisa, de una mirada melancólica, de un simple gesto que ha captado nuestra atención? ¿Nunca habéis jugado a imaginar vidas ajenas, pajaritos, a inventarlas? Inventar vidas, ¿acaso no consiste en eso en parte el trabajo de un escritor? Tal vez todos nosotros llevemos dentro un escritor en potencia, pero sólo los más audaces y visionarios son capaces de regar esas vidas inventadas y hacerlas crecer anulando las auténticas, y enredarlas y trenzarlas hasta engendrar con ellas monstruos de novelas“La decisión de Sophie” es uno de esos monstruos.

Un jovencísimo William Styron se muda a una casa de huéspedes en Brooklyn. Pretende embarcarse en la aventura de escribir la que será su primera novela. Corre el año 1947. El mundo se recupera de seis años de conflictos bélicos y de la mayor vergüenza de la humanidad. Conoce allí a una mujer, joven aunque varios años mayor que él. Es rubia, hermosa, polaca y católica. El tatuaje en su brazo delata su paso por algún campo de concentración. El dolor en su mirada y los intentos por recuperar su frágil salud lo confirman. Styron entabla conversación con ella en alguna ocasión, muchas veces en francés, pues la mujer apenas habla inglés. Nunca charlan del pasado, el escritor en ciernes no quiere indagar, prefiere respetar el dolor o tal vez se crea incapaz de manejarse con él. Conoce también a otro huésped, un hombre, pareja de la mujer. Cuando William Styron se muda de la pensión la mujer no se halla presente. Así, sin despedirse siquiera, termina el cruce casual de las vidas de estas dos o tres personas (incluyamos también a la pareja de la mujer), o al menos así lo considera el escritor en aquel momento. Poco podía imaginar entonces, que casi un cuarto de siglo después, la mujer volvería a visitarlo. Volverá en un sueño, y con su visita onírica lo sacará del bache de inspiración literaria en que se halla sumido. Dejará interrumpida la novela que estaba intentando continuar y comenzará a escribir la que será una de sus obras más conocidas.
Stingo. Es este el apelativo con el que Styron era conocido en su juventud y también es el nombre elegido para encarnar a uno de los protagonistas y también narrador de “La decisión de Sophie”. Stingo nos narra sus vivencias como recién llegado a Nueva York desde el sur del país. Stingo, ese personaje en el que no se sabe dónde termina lo autobiográfico y donde empieza lo ficticio. Cuántas veces me he descubierto en la fracasada por imposible tarea de discernir lo verídico de lo inventado, lo adornado de lo real. Stingo puede resultar petulante y pretencioso, especialmente al principio. Arrogancia de la juventud, supongo, aunque el estilo narrativo de Styron tampoco ayuda. Me ha recordado este autor a Javier Marías (sí, ya sé que lo correcto sería decir que Marías me recuerda a Styron, pero yo he leído antes al madrileño que al estadounidense, qué queréis que haga), por sus frases interminables, por su recurso ilimitado de vocablos, por ese andarse por las ramas y parecer no llegar nunca al meollo. Ay, pajaritos, cómo si las ramas no perteneciesen todas al mismo árbol, pero necesitamos a alguien que vuele más alto que nosotros para que lo vea y nos lo haga ver.
Detecto también una fina ironía en la forma de escribir del autor, o la imagino tal vez. Me sonroja descubrirme sonriendo ante algún episodio acontecido por Stingo, como si no creyera posible encontrar algo cómico en un libro destinado a desvelarnos el horror más cruel e inimaginable, como si no me permitiera reír por miedo a que la risa se helara y se convirtiera en mueca al descubrir a la vuelta de página y a traición el dolor más punzante y atroz. Qué acto de benevolencia, qué grande, ramas más ligeras entre las más pesadas, como descanso, para tomar fuerzas, para poder enfrentarnos a ese tronco grueso, fuerte y duro pero sustentado por raíces podridas.
Más información: https://bit.ly/2YOTDrG

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