Había vivido un par de años en Madrid en la década de 1930, destinada como cónsul de Chile, y con su residencia fijada en la entonces lejana Ciudad Lineal. Para entonces Lucila Godoy Alcayala (Chile, 1889-Nueva York, 1957) hacía ya 15 años que era conocida por su pseudónimo, Gabriela Mistral, —nombre de pluma que rendía homenaje a dos de sus admirados poetas, Gabriele D’Annunzio y Frédéric Mistral—, y aún faltaba más o menos otro tanto para que fuera distinguida por la Academia Sueca con el premio Nobel en 1945.
Pedagoga, poeta y diplomática, Mistral dejó España en 1935 y fue trasladada a Lisboa después de que se hiciera pública en Chile una carta suya en la que se mostraba crítica con algunos usos y costumbres de los españoles, explica la académica Francisca Montiel Rayo en la introducción al epistolario De mujer a mujer. Cartas desde el exilio a Gabriela Mistral (1942-1956), editado por la Fundación Banco Santander en la colección Cuadernos de Obra Fundamental, y presentado hoy miércoles telemáticamente.
Vino a sustituir a Mistral a la capital española el también poeta —y también Nobel— Pablo Neruda, y las amistades que él entabló, así como el compromiso del autor de España en el corazón con la causa republicana son de sobra conocidos. Más oculta ha estado la ayuda que prestó Gabriela Mistral a un buen número de intelectuales españoles empujados al exilio. La poeta promovió activamente la gestación de la Casa de España (germen del actual Colegio de México) con Daniel Cosío Villegas; ayudó a salir de Europa vía Lisboa, entre otras a la pintora Maruja Mallo; recaudó fondos para ayudar a los desplazados por la guerra que envió a Victoria Kent; y destinó todo el dinero por los derechos de uno de sus poemarios al auxilio de niños vascos atrapados por la guerra. “Mistral es un ejemplo maravilloso de un personaje famoso y respetado que pone todo su prestigio y energía al servicio de los que sufren”, subrayó el responsable literario de Fundación Banco Santander, Francisco Javier Expósito.
La poeta mantuvo un vínculo epistolar con mujeres exiliadas, y en el rastro de esa correspondencia se aprecian las penurias y el apoyo que Mistral las prestó. “Algunas la escribieron porque la habían conocido en Madrid como Teresa Díez-Canedo, Margarita Nelken o Zenobia Camprubí. Otras, porque mantenían con ella una gran amistad como Victoria Kent o habían recibido ayuda suya como Maruja Mallo o Francesca Prat y Barri”, explica Montiel. La chilena se había descrito a sí misma como “mujer errante, siempre trashumante, una vagabunda”, recuerda la académica, y en ella las españolas, que se vieron forzadas al exilio, encontraron “un importante apoyo emocional”.
Las 30 cartas inéditas reunidas en el nuevo epistolario fueron rastreadas por Montiel en el archivo digital de la Biblioteca Nacional de Chile que custodia más de doce mil. Un apéndice reúne otras 17 cartas que Mistral mandó a algunas de estas corresponsales, y también incluye dos textos sobre Mistral firmados por María Enciso y Victoria Kent.
Frente a la polémica que rodeó hace años el epistolario de Mistral con Doris Dana, la investigadora española se refiere a la sombra que ha planeado sobre la homosexualidad de la poeta y su supuesto conservadurismo.
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