Pienso en Rulfo y oigo las primeras palabras de Pedro Páramo. Pienso entonces, mexicana y sacrílegamente, que son mejores que las primeras de El Quijote.
Son estas:
"Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo cuando ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo".
Recuerdo el deslumbramiento solitario de haber leído esto hace más de medio siglo, sin saber qué leía. He vuelto a leer a Rulfo en estos días, sabiendo algo más de él. Su magia resonante y áspera volvió a apretarme las manos.
Hace unos días, el 17 de abril, releí El llano en llamas, el cuento. Ahí está todo lo que hay que saber y sentir de la violencia heredada de México. De la violencia hereditaria a secas.
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