Entiendo y comparto el hartazgo y la desesperación del electorado por un cambio. Entiendo y comparto que el regreso del PRI decepcionó sobremanera y que será recordado como el sexenio de la corrupción. Entiendo también que sea difícil vender al Frente como la opción de cambio de régimen porque, bien que mal, su principal socio —el PAN— estuvo 12 años en el poder y la violencia, la corrupción, la impunidad, la pobreza y la desigualdad se incrementaron.
Lo que ya no entiendo es que el discurso de AMLO cale como si de verdad nos ofreciera un México mejor con propuestas sólidas y no con puro voluntarismo.
No entiendo a los que creen en su reinvención. La nueva imagen que proyecta es mercadotecnia; la inclusión que pregona es pragmatismo puro; su promesa democrática es la de las decisiones “a mano alzada” o la de la consulta popular; su apego a la legalidad es a conveniencia; su oferta de igualdad tira más a la caridad que a la construcción de oportunidades; su ofrecimiento de gasto no encuentra sustento en los ingresos.
Los colegas de Milenio Televisión nos hicieron un gran favor con su entrevista el 21 de marzo. Permitieron un autorretrato, una selfie de López Obrador. No hubo producción, ni fotoshop. López Obrador no miente sobre lo que quiere hacer y cómo lo quiere hacer. Preocupa más lo segundo que lo primero. Más el cómo que el qué.
“Vamos a revisar los 91 contratos que se han firmado como producto de la Reforma Energética… lo que convenga a la nación se palomea, lo que no, va para atrás”. Y enseguida, “…yo no voy a hacer las cosas, sobre todo cuando se trata de asuntos tan delicados, sin consultar a los ciudadanos.” Lo mismo con el aeropuerto. Igual con la Reforma Educativa: “se equivocan menos los ciudadanos que los políticos; el pueblo tiene un instinto certero, es sabio. La democracia es el poder del pueblo … consulta ciudadana y que el pueblo diga quiero esto o no quiero esto”.
No es que se olvide que la Constitución en México no contempla ese tipo de consultas. Lo dijo bien claro y el orden de los factores sí altera el producto: son tres momentos “informar y debatir … consulta ciudadana, plebiscitos, referéndum … y modificación de leyes que corresponde al Congreso”. Primero el pueblo, luego el Congreso. Las instituciones, cuando aparecen, están subordinadas a lo que diga el pueblo.
Eso sí, de la sociedad civil, que no es más que un conjunto de ciudadanos que se organizan alrededor de un tema para estudiarlo, debatirlo y proponer alternativas de solución, tiene la peor opinión: “le tengo mucha desconfianza a todo lo que llaman sociedad civil o iniciativas independientes”. ¿Por qué? El ejemplo es suyo: el INAI es un parapeto, porque sus funcionarios ganan mucho y eso es parte del sistema de maiceo. En el Sistema Nacional Anticorrupción tampoco cree. Cree en sí mismo y en la fuerza de su ejemplo.
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