En el México de hoy, hay dos posiciones que lo califican o si lo prefiere, que pretenden describirlo. Una, la oficial, afirma que vamos muy bien y estaremos mejor mientras que la otra, afirma y pretende demostrarlo, que vamos mal y estaremos peor.
La primera ofrece como único soporte de ese bienestar pregonado urbi et orbi la palabra del gobernante, y algo que jamás se ha mostrado estos 26 meses: otros datos. La otra, argumento irrebatible, datos duros dados a conocer por entidades como la Secretaría de Hacienda, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía y el Banco de México, entre muchas otras.
¿Es lógico y razonable, frente a los hechos y la realidad más que evidente, que decenas de millones acepten como verdades absolutas casi axiomáticas, en un acto de fe ciega, afirmaciones carentes de todo sustento y a contrapelo de una realidad que ofende?
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Si bien se entiende mas no se justifica, que el gobernante pretenda vender una imagen rosa y edulcorada de su gobierno y la gobernación que lleva a cabo; sin embargo, ¿cómo aceptar pasiva y ciegamente que los millones que padecen los efectos negativos de dicha gobernación, la aplaudan y califiquen poco menos que excelente?
¿Qué explica su conducta y esa visión irreal? ¿Cómo llegaron a ese embrutecimiento que no muestra la menor intención de querer cambiar? ¿Qué se operó en su mente para que hoy padezcamos esa ciudadanía de pésima calidad? ¿Cuándo comenzó ese proceso perverso en extremo, que destruyó ciudadanía o impidió su formación, y nos dio servidumbre y dependencia del poderoso en turno?
De lejos en el tiempo nos viene esa mentalidad y sus causas; los mecanismos de cooptación y manipulación política los perfeccionaron nuestros políticos hace más de 80 años, en el sexenio de Cárdenas. A pesar del tiempo transcurrido, esos mecanismos se mantienen vivitos y coleando, vigentes.
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Por más dolorosa que sea la realidad que golpea a millones, la aceptación gustosa de ella es incomprensible pero cierta: está frente a nosotros. Eso lo aprovecha el gobernante; no de ahora, desde hace decenios. Por ello, pensar que en pocos meses desaparecerá esa mentalidad la cual, debemos decirlo, ve una ilusión (vivir de la dádiva pública) como recurso casi único para sobrevivir.
Sacar del gobierno en corto tiempo a quienes se aprovechan de esa mentalidad lacayuna, propia del siervo no del ciudadano, no pasa de ser una ilusión de quien ignora la perversidad de un régimen, de un estilo de gobernar profundamente arraigado en la clase política: la cooptación y manipulación de los miserables y marginados. Pretender pues, lograr ese cambio cultural en corto tiempo no pasa de ser eso, una ilusión.
Si en verdad quisiéremos cambiar esa mentalidad, deberíamos empezar por reconocer con realismo y valor que las cosas van mal, y acallar con razones y argumentos los aplausos que ensordecen. Así, con el tiempo, podríamos cambiar la mentalidad de millones de manipulados los cuales, piensan que se puede vivir sin trabajar.
Aceptémoslo, esto va mal y terminará peor. Por más ilusiones que nos hagamos, esto no cambiará de la noche a la mañana. Dejemos de soñar y trabajemos para lograr ese cambio cultural.
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