domingo 19 mayo 2024

Recomendamos también: El vaso medio lleno, por Carlos Loret de Mola

por etcétera

Enrique Peña Nieto podría ser calificado como un mandatario extremista. Lo más destacable de su sexenio ocurrió en los extremos: al mero principio y al mero final.

Se podrá o no estar a favor de las reformas estructurales, pero es innegable que sus antecesores intentaron hacerlas sin conseguirlo, e incluso su más acérrimo crítico —López Obrador, que no participó del Pacto por México que las engendró— dice que de 14 va a acabar con una y someter a revisión otra. El presidente y su equipo tuvieron la sagacidad política de descifrar a los dirigentes opositores y los sentaron a la mesa para consensar un cambio institucional muy relevante.

Luego vinieron los tropiezos en la implementación de esas reformas, los interminables escándalos de corrupción y la desgracia de Ayotzinapa. El sexenio cayó en un bache del que no pudo salir después. Y encima la violencia aumentó a niveles récord.

La recta final del mandato de Peña Nieto, sin embargo, le ha significado una dosis de miel que ha de estar disfrutando. En la elección no se metió con el puntero y éste le agradeció guardando todos los agravios, denuncias e insultos. El ánimo entre los presidentes saliente y entrante no podría ser mejor. Lo que pudo ser una pesadilla está siendo de ensueño. Encima, en su última ronda de apariciones públicas el Presidente se animó a pedir perdón. Es cierto que hubiera sido mejor pedir permiso, que justificó sus errores en vez de reconocerlos y que la disculpa se queda corta cuando no hay justicia, pero un asomo de autocrítica es tan inusual que destaca (el juicio popular se refleja en una aprobación inferior a 20%).

Listo para recibir la estafeta, Andrés Manuel López Obrador acapara todo. Si el Constitucional tuvo sus horas de reflector fue porque el electo fue cortés en no competirle por la atención mediática.

Más información: http://bit.ly/2MMnsSy

También te puede interesar