viernes 05 julio 2024

Aldo Moro y el Hacha del Destino

por Pedro Arturo Aguirre

El secuestro y asesinato de Aldo Moro representó el momento más álgido de los llamados “años de plomo” (anni di piombo), el período transcurrido desde finales de la década de 1960 hasta principios de los años ochenta caracterizado por el terrorismo y la violencia política. Entre el atentado de Piazza Fontana en 1969 (donde murieron 17 personas) y la masacre en la estación central de Bolonia (85 víctimas fatales) se llevaron a cabo cientos de crímenes perpetrados por grupos extremistas de izquierda y derecha. Las comunistas Brigadas Rojas fueron uno de los más mortíferos. Fundadas desde 1975 por un grupo de universitarios radicales, habían optado por una estrategia de lucha frontal contra el Estado italiano. El 16 de marzo de 1978, emboscaron al ex primer ministro italiano Aldo Moro cuando se dirigía al parlamento italiano para participar en un voto de confianza sobre un nuevo gobierno liderado por Giulio Andreotti. Sus cinco guardaespaldas murieron en un ataque diseñado y ejecutado con un sospechoso profesionalismo milimétrico. Fue retenido 54 días en un departamento céntrico en Roma, juzgado por un presunto “tribunal popular” y, finalmente, asesinado. Su cadáver fue descubierto en la parte trasera de un Renault 4 estacionado en un cruce equidistante entre las sedes de la Democracia Cristiana y el Partido Comunista Italiano en el centro de la capital italiana. 

Político extraordinario fue Moro. De formación católico-liberal y temperamento moderado, los 30 años fue el integrante más joven de la Asamblea Constituyente (1946), la encargada de redactar una nueva Constitución para Italia. Dos años más tarde ganó un escaño en la Cámara de Diputados como candidato del Partido Demócrata Cristiano. De ahí fue subsecretario de Relaciones Exteriores, presidente del grupo parlamentario democristiano, ministro de Justicia, más tarde de Instrucción Pública, secretario de la Democracia Cristiana (con 43 años) y, finalmente, primer ministro en dos períodos (1963-68 y 1974-76). Llegó al liderazgo de su partido reiterando su inequívoco compromiso antifascista al encabezar una rebelión en contra de quienes en la democracia Cristiana pretendían hacer alianza con el neofascista Movimiento Social Italiano (hoy rebautizado como Fratelli d’Italia, el partido de la primera ministra Meloni). Como jefe de gobierno, Moro estableció una alianza inédita de centro izquierda con el Partido Socialista Italiano y emprendió una política de reformas enfocada a modernizar a una sociedad esclerótica y profundamente conservadora.  Más adelante, en los agitados años setenta, planteó la necesidad de establecer un consenso democrático con el, a la sazón, poderoso Partido Comunista. Pretendía alcanzar una convergencia sobre una idea común mínima de democracia. 

Moro era criticado e incluso ridiculizado por la longitud de sus discursos y la complejidad de sus ideas. Nadie más alejado del típico demagogo populista. Poseía una profunda capacidad de análisis sobre la complejidad de la situación italiana. Para él la política es la proyección de un sistema de ideas donde “dirimir es persuadir y mandar significa afirmar la superioridad de la inteligencia”. Uno de sus biógrafos, Anniello Coppola, escribió: “La clase política italiana no sería la más estúpida de Europa si hubiera sabido reconocer a tiempo en este conservador iluminado a uno de sus mejores hijos”. Precisamente la desaparición de Moro sucede el día cuando se iba a plasmar el primer acuerdo parlamentario entre democristianos y comunistas, el denominado “Compromiso Histórico” (Compromesso Storico), planteado para sostener a un gobierno de amplio consenso cuando Italia se hallaba sometida a una crisis especialmente convulsa. La inestabilidad política, los graves conflictos sociales y la violencia extremista parecían conducir al Estado a una situación sin salida. El pacto entre los enemigos tradicionales se antojaba la última solución para alcanzar cierta estabilidad y aprobar urgentes reformas.

El destino de Aldo Moro constituye la página más oscura en la historia italiana de la posguerra. Desde su secuestro y muerte las teorías de conspiración han florecido, acicateadas, sobre todo, por la ineptitud demostrada por las autoridades policiacas durante en el desarrollo de las investigaciones posteriores al secuestro y por la intransigencia del gobierno de Andreotti al negarse rotundamente a emprender negociaciones con los secuestradores. Para muchos la verdadera responsable del magnicidio fue la red paramilitar Gladio, una organización anticomunista clandestina dirigida por la OTAN contraria al Compromiso Histórico porque, supuestamente, iba a provocar el retiro de Italia de la alianza occidental. También el inefable Giulio Andreotti ha sido señalado como posible autor intelectual. Otra teoría especula en torno a la logia masónica llamada Propaganda Due (conocida como “P2”), ligada al siniestro Licio Gelli, “El hombre de las mil caras”. En este poliedro incluso fue cuestionada la naturaleza de las Brigadas Rojas, infiltrada (según incluso el propio gobierno italiano) por la CIA y hasta por la Mosad israelí. Después de todo, la logística desplegada para concretar el secuestro excedía ampliamente las posibilidades operativas de una organización radical integrada, se supone, por estudiantes y maestros. 

Sus captores le permitieron a Moro escribir a sus colegas políticos, a quienes suplicaba considerar la negociación con los terroristas y ceder a su petición de liberar a trece de sus compañeros a cambio de su vida. La opinión estaba dividida. La mayoría de los demócratas cristianos, así como el Partido Comunista, estaban en contra de concertar con el terrorismo. Al final Moro escribió una serie de cartas a su familia, a Andreotti y al Papa Pablo VI. Una de ellas, para su esposa, decía: “mi sangre caerá sobre ellos”, refiriéndose los dirigentes democristianos. ¿Por qué abandonarían a uno de los suyos? Durante más de 30 años, habían monopolizado el poder y bloqueado todo tipo de reformas. Sin embargo, el cambio era ahora inevitable. Moro, con sus ojos sombríos y su aire de paciente e insondable hastío, era un peligro. Su muerte es una herida abierta la cual no cicatrizará nunca. El caso político más conmovedor, misterioso, inolvidable y complejo de Italia. Los jueces analizaron el caso en cinco distintos procesos y se establecieron tres comités parlamentarios con resultados equívocos. Hasta hoy no se sabe quién estaba detrás de las Brigadas Rojas, cuántas personas participaron en el secuestro o el verdadero motivo político del mismo. Con este magnicidio, la llamada “Primera República Italiana” entró en crisis hasta caer hecha añicos catorce años después con los ramalazos del escándalo Tangentopoli y la operación Mani Pulite. Junto con Moro, en Italia desapareció la política.

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