Anaís de Melo. Un ciervo desechado

La sexy comedia del cine mexicano alcanzó la cima en los años 80 y 90 del siglo XX. Es la etapa más penosa en la historia de la industria, sostenida en una vigorosa fábrica de basura de bajo costo y altos rendimientos. Un negocio alimentado por la idiosincrasia del consumidor promedio que se regocijó con la piel femenina a la intemperie como si ésta fuera una chuleta puesta en un refrigerador, el albur tosco y el chiste misógino.

En contraste con los años anteriores a esa era ominosa, cuando el cine se alimentó de lumbreras de teatro y carpas hasta para detonar al llamado “Cine de oro”, la sexy comedia engulló a una generación completa que tenía cualidades histriónicas o al menos cercenó sus ilusiones (Maura Monti, italiana radicada en México, es un ejemplo entre decenas). Tiempo después, las edecanes de esas historias improvisadas fueron desechadas como carne vieja. Literalmente. Y Anaís de Melo fue una de ellas.

Hablo de un ser hermoso nacido el 9 de mayo de 1960 en Portugal. Llegó a México casi a los veinte años luego de vivir en Israel y Francia. Tuvo buena ventura en estas tierras o eso creyó, al modelar para la marca de lencería Carnival, e impactar con su rostro candoroso y sus remates de ciervo. Su intención era hacer teatro y cine serios, según registran las publicaciones de esos años que también rieron de ella porque había errado de país para iniciar tales empresas, cuando la principal demanda era el encuere plano y llano. La principal, aduje, no la única, pero el arrojó de Anaís situó ante las cámaras sus clavículas altivas y sus dulces combaduras. El éxito entonces, fue atronador, tanto, que ella todavía es parte de la memoria de legiones que desahogamos a su salud nuestras habilidades onanistas.

Debo advertir que antes del triunfo o lo que se entienda por triunfo en estas lides, el destino le hizo una oferta a Anaís. En febrero de 1980 fue parte del elenco de “Hilario Cortes, el rey del talón”, un bodrio fílmico en el que, por cierto, infortunadamente actuaron Ana Luisa Peluffo y Grace Renat. Más o menos un mes después, Anaís de Melo alternó en el teatro con el cantante Luis “Vivi” Hernández en “La jaula de las locas”, una obra mediana que, sin embargo, le abría oportunidades por aquel sendero. La disyuntiva estuvo clara y Anaís optó por el rumbo de su primera cinta, igual que Grace Renat y Ana Luisa Peluffo quien, tiempo atrás, había actuado en excelentes producciones y abierto brecha a la libertad femenina.

Como sea, Anaís de Melo disfrutó el momento, lo sabemos por ella misma. Ganó cantidad de dinero, según narra, y disfrutó la fama que “a todos nos gusta aunque sea por quince minutos”, dijo parafraseando a Warhol. Lo dice desde su complexión ancha y choncha, como su vanidad inmarcesible. Tiene más de 61 años y, sobre todo, la madurez que no busca atajos para comprender el destino que la situó como periodista y dueña de una agencia de relaciones públicas. No acusa a nadie de su abandono al alcohol y las drogas durante la juventud, porque aunque si hubiera sido monja, atavíos que serían impensables en un espíritu lúdico como el suyo, ella sostiene que hubiera sido una drogadicta con sotana.

Anaís sabe que en sus mocedades era más fácil ser bonita que inteligente. Y apostó por el portento que la naturaleza le prodigó aún siendo inteligente y preparada. Desde entonces habla cinco idiomas y lee a Anaís Nin, a quien sigue admirando. El problema es que al caducar las pieles en la pantalla grande ella tenía 35 años, una trayectoria profesional y personal que no era para presumir, fue ignorada por la industria del cine. Anaís cuenta con firmeza su intrincada vida sin rezar o eludirse en el arrepentimiento religioso. Cuando terminó en la calle o se inyectó droga. No llora, no al menos frente a las cámaras, cuando recuerda que fue violada y tuvo dos abortos porque, como si estuviera numerando películas, enseguida relata haber sido novia de algún príncipe y amante de prosapia. Ahora se define como una judía a la que le gusta hacer dinero y, sobre todo, como alguien que espera la oportunidad de actuar en el cine. Lo dice con una fortaleza que contrasta con el cabello marchito, el rostro ajado y la flacidez que le rodea. Mientras la miro, me digo cuánta razón tuvo Philip Roth cuando advirtió que “la vejez es una masacre”.

Por todo esto creo que Anaís de Melo puede estar satisfecha. Si antes fue un objeto codiciado ahora es el reflejo de una vida vivida que no se atormenta ni busca dar lecciones a nadie. Es decir, los imberbes que antes la deseamos ahora podemos aprender de ella porque algo es seguro: Anaís de Melo sabe que la inteligencia y la experiencia son más perdurables que sus muslos de ciervo y su altiva guapura.

Autor

Scroll al inicio