Beckett on Film —Beckett en cine— fue un proyecto que llevó las obras teatrales de Samuel Beckett a versiones cinematográficas en 2001. El criterio fue producir 19 piezas que se consideraron teatrales; aunque Beckett (1906, Dublín-1989, París) también escribió para radio y televisión. Entre los 19 directores invitados se cuentan, por mencionar algunas de las figuras más conocidas, los realizadores Atom Egoyan y Anthony Minghella, así como el artista Damien Hirst. Los repartos difícilmente podrían haber sido más atractivos pues incluyeron —también por referir sólo algunos— a Jeremy Irons, Julianne Moore, Kristen Scott Thomas e incluso al dramaturgo Harold Pinter, quien se convertiría en ganador del Premio Nobel de literatura en 2005; distinción que Beckett había obtenido en 1969. Ahora, en 2024, la mayoría de estas producciones —me parece que inestablemente— se encuentran disponibles en YouTube.
El proyecto —que considero debe ser ponderado cinemáticamente más que en relación con Beckett— era magno y comenzó sin respaldo económico completo, aunque al final estuvieron involucradas las televisoras RTÉ, Raidió Teilifís Éireann (la pública Radio y televisión de Irlanda), el Channel 4 británico (canal de propiedad estatal que debe financiarse con sus propias actividades pues no recibe presupuesto público) y el Irish Film Board (el instituto cinematográfico irlandés). Las películas nunca se estrenaron en cines, pero hubo una temporada que incluyó todas. El ciclo completo de Beckett en cine se proyectó en Londres —entre el jueves 13 y el jueves 20 de septiembre de 2001— en el centro cultural Barbican. Fueron ocho programas en que algunas piezas se repetían. Tuve la oportunidad de asistir a las funciones viendo cada uno de los filmes desde el que dura escasos 45 segundos —que aquí analizo— hasta las dos horas de Esperando a Godot. En años subsecuentes estas películas se convirtieron en materiales didácticos en escuelas británicas e irlandesas.
La memoria juega constantemente a la recomposición. Por ahora me concentro en una de las cintas. La brevísima obra Aliento (1969) dura en escena menos de un minuto y como texto ocupa apenas una página. A pesar de haberla leído numerosas veces, no sólo la he recordado de manera distorsionada, sino que la he contado así —en mi propia versión— a numerosas personas, creyendo erróneamente apegarme al original. Se trata de mi Aliento, que me ha llevado incluso a cuestionar la versión cinemática que se encargó a Hirst como parte de Beckett en cine; aunque, en realidad, la del artista contemporáneo parece apegada al libreto de Beckett. Sin embargo, como anotaba, considero que el acercamiento que conviene a las obras de Beckett en cine no ha de ser en términos de fidelidad al escritor sino de plenitud fílmica.
Si no se trata sólo de evaluar la adaptación en cuanto a la distancia o cercanía respecto al espíritu literario de la obra, entonces hay que ver cómo operan los rasgos audiovisuales del filme. Pero el contraste, como referencia, es imprescindible. En la obra de Beckett el audio de un prolongado respiro tiene importancia primordial y hay basura en el escenario teatral, plantada horizontalmente; es decir, es visible, pero sin constituirse en lo principal, aunque esté presente. La obra es tan breve porque Beckett la escribió, en inglés, a petición de Kenneth Tynan para su espectáculo ¡Oh! ¡Calcuta! (1969). Otros colaboradores de Tynan eran John Lennon y Sam Shepard. Hay cierta controversia en el sentido de que Beckett habría contado la obra oralmente desde años antes a algunas personas. Posteriormente Beckett retiró el permiso a Tynan para usar Aliento, ante una alteración que añadía cuerpos desnudos entre la basura. En el Aliento de Beckett hay un lamento, una inhalación y simultáneo aumento de la intensidad de la iluminación, un sostenimiento del máximo momento de aire y luz, para continuar con un decremento de la iluminación y una exhalación, concluyendo con el mismo lamento. Unos cuantos segundos. Eso es todo.
En el Aliento de Hirst para Beckett en cine, la cámara captura algo que se asemeja mucho a lo descrito por Beckett. No falta adaptación: donde Beckett puso basura indiferenciable y esparcida, Hirst dio preferencia a residuos hospitalarios en cúmulo abundante e intransitable. El movimiento de la cámara sobre el exceso de basura de Hirst, deja en segundo plano el respiro de Aliento y elimina los lamentos. Lo que Beckett ideó para ser apenas percibido se vuelve centralmente visible y lo auditivo no está enfatizado en la forma sugerida, pero estas decisiones de dirección de Hirst no son el problema.
La deficiencia es una idea simplista: dar por hecho que movimiento hábil y llamativo en la imagen es igual a cinematicidad. Es la concepción predominante —y equivocada— entre involucrados en el mundo audiovisual, quienes confunden una cámara, a veces sofisticada, y la parafernalia del equipo técnico y humano con generar belleza y, peor, con hacer cine. Hirst se demuestra en ese ínfimo nivel. Con su conocida capacidad para coordinar talentos, Hirst logró lo mismo en su Aliento. La cámara no está sólo en vista de pájaro, sino en vuelo que planea con suavidad alrededor de la basura. Ahí radica su falsa cinematicidad. La inclusión de una cruz gamada formada por colillas de cigarros agrava la debilidad pues supone que embutir símbolos otorga valor y significado a una obra; como si recurrir a símbolos no estuviera en buena medida fechado en la historia de las artes y resultase hoy, por lo general, más mecánico que estético. Los debates sobre el significado de obras de Beckett son casi infinitos —mi Aliento imaginario la cree una despiadada tomadura de pelo— y Hirst no los resuelve con un símbolo. Hacer películas a partir de Beckett —así como él hizo en teatro, radio, televisión y cine— requiere de adentrarse en la especificidad del medio, buscar el cine, hurgar qué se puede hacer para encontrar la experiencia y la belleza con recursos particulares del medio; aunque el resultado contradiga lo mediocremente lucidor, aunque lo vislumbrado sea terrible.