Como no se aguantan y como no les falta instinto para el ridículo, fueron a escoger a la campechana señora de Campeche para pontificar sobre ética y barniz mientras difunde las grabaciones ilegales de un gobierno que “no espía”. Y además lo hacen mientras se persigue penalmente a un periodista por retomar profesionalmente el tema de las intervenciones, esta vez a un fiscal. Sólo son congruentes en su hipocresía, como expandir la pobreza en nombre de los pobres, o hablar de principios desde la mentira, o pregonar justicia y dispersar arbitrariedad. Nada nuevo entonces: la marca de la casa.
Alrededor de las grabaciones siempre hay un morbo especial, un voyerismo que incluye al placer de ver intimidades por una cerradura y abarca un gusto general por echarle un ojo a las miserias ajenas. La mal llamada clase política, incluidos muchos periodistas y buena parte de las también mal llamadas élites, conforman un patético peeping Tom colectivo. Pero si no se quiere perder contexto y perspectiva, conviene trascender la sudorosa excitación y reconocer que algunos asuntos delicados o bochornosos o ilegales ventilados en algunas intervenciones clandestinas no le llegan a las tropelías mayúsculas que se despliegan impunemente a plena luz. Si uno considera, por ejemplo, a Nixon, que se hundió políticamente en sus propias grabaciones, el señor resulta un caballero en armadura reluciente al lado de Trump en cualquiera de sus rallies fascistas o reuniones de gabinete. Y aunque aquí el presidente del PRI haría bien en responder por lo que tenga que responder (y desaparecer un rato), ninguna grabación en su contra demerita la importancia del voto contra la contrarreforma energética, que fue precisamente lo que motivó la venganza desde el palacio. Y ninguna grabación en su contra es más grotesca que las amagos para meter a la cárcel a quienes impidieron con sus votos la contrarreforma. Ningún asunto en esas grabaciones es tampoco más delicado que la pretendida manipulación de las cortes, Suprema incluida, por parte de un perseguidor que, entre sus desfiguros, incluye la sepultura de su independencia.
Por cierto, la radionovela tampoco debería desviar la responsabilidad de los dizque gobernadores, dizque priistas, que salieron triunfantes claudicando en las pasadas elecciones. Integrantes del partido de los quintacolumnistas, en el que unos entregan las plazas políticas portando unas siglas y otros las cachan con otras siglas en el lado contrario, una opción sería que, ya cumplida la misión, se fueran a MORENA a dar clases de lealtad en tiempos de la transformación.
El contenido en muchas de las conversaciones de opositores puede ser lamentable, o peor, sí, pero se cruzan muchos cables cuando sólo la abyección determina cuándo se vale grabar y acribillar. Y se cruzan, sobre todo, cuando un gobierno que viola sistemáticamente la Constitución y leyes a granel, horadando la economía, la salud, la educación, la seguridad y la democracia, se vende como el faro moral de la nación.
Corolario: ninguna imagen aguanta incólume la divulgación de conversaciones privadas… salvo que se trate de los adeptos a la pornografía al aire libre, en cuyo caso la mirada clandestina ya no tiene sentido. En el caso de Trump, las investigaciones avanzan sin que aparezcan los registros de sus pláticas en corto, antes y durante el 6 de enero. Ayudarían, pero tampoco son indispensables. Como muchos acá, el señor es un chivo en cristalería, y a confesión de parte, relevo de pruebas.
