¿Cómo llegó Hitler al poder?

Adolf Hitler aceleró el deterioro de la democracia de Alemania, empezó a destruirla desde dentro y a ganar poder para sí mismo –las tres cosas- después de fracasar en su intento de golpe de Estado en 1923. Todo eso lo hizo también desde abajo, desde lo local, con las estructuras de su partido en pueblos y ciudades pequeñas. Un partido, por cierto, populista y nacionalista pero no socialista, no sólo no democrático. Ese proceso político-cultural de abajo hacia arriba puede verse en el libro clásico de William Sheridan Allen, The Nazi Seizure of Power. The Experience of a Single German Town, 1930-1935.

Es cierto que Hitler llegó al poder “democráticamente”, es decir, por la vía institucional democrática o explotando espacios y medios del régimen democrático, pero no es cierto que lo haya hecho además pacíficamente. No. Hitler nunca dejó por completo la violencia. El fascismo no se entiende sin violencia: un verdadero y cabal fascista fue y será violento. Hitler lo fue antes y después de tomar el poder nacional en 1933. No lo tomó ni en un acto violento, como sería un típico golpe de Estado, ni absteniéndose de toda violencia, pero sí usando la legalidad. Usó la violencia como medio principal diez años antes (1923), cuando intentó el infame “putsch de la cervecería” para apoderarse del gobierno en Bavaria, un hecho también de política local por el que fue encarcelado. Pero tras salir de la cárcel, beneficiado políticamente por ella y habiendo cumplido menos de un año de la sentencia de cinco, no prescindió por completo de la violencia: prescindió de aquel golpe como la técnica política para el acceso al poder, e inició su lucha electoral, nacional y local. A esta lucha llevó destacadamente las armas retóricas y en varias ocasiones, como complemento o acicate, las armas de la fuerza física.

Más detalladamente, Hitler usó en combinación lo local –o tanto la política no local como la local-, las elecciones como espacio de conflicto y competencia, la propaganda como medio de penetración y condicionamiento sociales, la violencia como uno de los recursos decisivos, y aprovechó tres elementos del contexto de la llamada república de Weimar: la crisis económica a partir de 1929, las fallas de las élites políticas y gobernantes -incluyendo el choque paralizante entre izquierdistas y conservadores- y el crecimiento del nacionalismo y el anticomunismo. Así, en ese contexto y con esas herramientas, fue acercándose al mayor poder. Mientras que en 1928 el partido nazi logró sólo el 2.6% de los votos en las elecciones parlamentarias, para 1930 había ganado una cuarta parte del electorado nacional y para 1932 era la fuerza determinante en el Parlamento. Una de sus mayores fuentes de voto, si no es que la mayor para su crecimiento electoral, fue la clase media nacionalista. Una lección sobre los riesgos del nacionalismo… Así como no hay fascismo sin violencia, no hay fascismo sin nacionalismo (a los nazis también les encantaba hablar todo el tiempo de soberanía nacional y de hecho fue una de las líneas de su programa electoral desde 1925).

Todo terminaría a favor de Hitler poco tiempo después. En 1933, el presidente de la república, Paul von Hindenburg, presionado tanto por el avance electoral y social nazi como por el ex canciller conservador Franz von Papen, le entregó la cancillería a Hitler. Aunque los nazis habían perdido votos en la elección inmediata anterior, Von Papen decidió que con ellos tenían que aliarse los conservadores para formar gobierno, lo que volvió a fortalecer a Hitler y su partido; Von Papen tal vez esperaba ser capaz de controlar a un Hitler poderoso pero un poco disminuido por aquellos resultados electorales, tal vez le apostaba a que la responsabilidad de la cancillería exhibiera y desfondara al líder nazi, pero no ocurrió nada de lo que esperó… Es importante un detalle: Hitler fue uno de los candidatos presidenciales en 1932 pero no ganó la elección, quedando en segundo lugar, y llegó al poder de la cancillería –jefe de gobierno bajo el presidente- por designación, no por elección ciudadana. Cuando se dice que Hitler obtuvo “democráticamente” el poder ejecutivo se debe agregar y entender que eso no significa haber ganado la elección respectiva ni haber sido un demócrata que actuaba por el bien de la democracia, significa que pasó de intentar derrocar al gobierno legal a intentar entrar en el gobierno de manera electoral y legal. Desde el momento en que obtuvo la cancillería se dedicó a terminar de destruir la democracia e instaurar institucionalmente y a nivel nacional un régimen dictatorial, que llegaría a ser totalitario. Hindenburg terminó aprobando las reformas de Hitler o simplemente no pudo oponerse a ellas, reformas legales que se reforzarían políticamente con actos violentos como el incendio del edificio del Parlamento. Hindenburg moriría en 1934 y con su muerte crearía otra oportunidad para Hitler, pues el canciller pudo fácilmente nombrarse a sí mismo como jefe de Estado sustituto.

Ese proceso de simultáneas destrucción y construcción, el completamiento de la destrucción de la democracia y el inicio y cimentación del autoritarismo dictatorial, tomó menos de dos meses… Leyó bien: dos meses. Pero esta rápida transición la resumiremos próximamente, en una serie sobre las transiciones autocráticas o antidemocráticas en el mundo.

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