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El eventual gobierno de Delfina Gómez en el Estado de México es una incógnita, como suele suceder con los cargos terminales, que revelan y concretan la realidad de los deseos y la constitución moral de las personas. Podríamos así decir, por ejemplo, que el López Obrador de la Presidencia es más auténtico que aquel jefe de Gobierno de la capital. Sin embargo, como inexpertos en las artes adivinatorias, sólo podemos recurrir al pasado para hacer la prospectiva, con todas sus limitaciones. ¿Y qué nos dice el pasado de Delfina Gómez?

  • No es una líder, sólo representa los intereses de otros 

A juzgar por su gestión en Texcoco, Delfina representaría públicamente a un grupo político sólido que sería el que realmente gobernaría. Como presidenta municipal de Texcoco, sus funcionarios fueron nombrados o recomendados por el senador Higinio Martínez, el dirigente del poderoso Grupo de Acción Política (GAP), quien junto con sus operadores y asesores más destacados —Horacio Duarte, por ejemplo— realizaba también buena parte de la intermediación y diálogo con los grupos del municipio. 

Acaso esta experiencia de gobierno podría ser tranquilizante, pues involucra a políticos profesionales con conocimiento de la población y el territorio en las tareas de gobierno fundamentales. Pero esas ventajas desaparecerían si nos atenemos al estilo político más reciente, el de su gestión como titular de la Secretaría de Educación Pública (SEP). En esa línea, Delfina Gómez obedecería sólo las indicaciones de López Obrador en las grandes políticas del estado, sin iniciativas propias o proactividad alguna y sin importar su sentido y alcance, como se puede atestiguar en la inaudita decisión de desaparecer las escuelas de tiempo completo, o su errática actuación ante la pandemia. 

  • No tiene capacidad de control político

Como secretaria de Educación Pública, conservó jefes de oficina, asesores y funcionarios cercanos a su antecesor, Esteban Moctezuma. En la subsecretaría más importante, la de Educación Básica, mantuvo a una persona recomendada, que algunos atribuyen a Alfonso Romo y otros a Beatriz Gutiérrez Müller; un personaje que no ha hecho ruido mientras los encargados del diseño curricular y materiales educativos —quienes, por cierto, tampoco responden a la secretaría ni a la subsecretaría— actúan por su cuenta inspirados por la teoría decolonial y un sentido común de seudoizquierda, atendiendo más a sus fantasías revolucionarias que a las auténticas emergencias de la desigualdad contemporánea. Mientras niños y jóvenes viven el abandono y el rezago producto de la pandemia, la SEP, en gran medida gracias a Gómez, se ha coronado como campeona del deporte nacional de la ceguera voluntaria.

Todo esto sucedió porque en los hechos Delfina Gómez no tenía ninguna capacidad de control político ni burocrático-organizacional: llegó sin proyecto propio para la SEP, sin equipo de trabajo y sin mayor legitimidad que la de decirle que sí a todo lo que le pidiera el presidente. Los expertos politólogos optimistas podrían decir que se trata de una anarquía semiorganizada; otros lo conceptualizarían únicamente como un soberano desmadre.

  • Es una facilitadora de recursos

Sin liderazgo ni capacidad de control, el perfil político de Delfina Gómez se reduce al de una facilitadora: de poder, de cuotas y de recursos. No mencionaremos los famosos diezmos, pero sí el más grave hecho de que la Auditoría Superior de la Federación (ASF) encontró anomalías por cientos de millones en el ejercicio de recursos del programa “La Escuela es Nuestra” durante su gestión. Este programa ha sido un barril sin fondo que devoró los recursos del antiguo fondo minero y buena parte de la llamada austeridad republicana en materia educativa. Todo esto, insistimos, en medio de una crisis educativa de la cual ni siquiera tenemos un diagnóstico serio de parte de la SEP.

En suma, el hipotético gobierno de Delfina Gómez estaría caracterizado por su falta de liderazgo y de control político, y por su comprobada facilitación de recursos públicos para actividades de corte político y otras de corte dudoso.

  • Gobernabilidad 

Encima, la pronunciada curva de aprendizaje (en el gobierno federal ha tomado cinco años) presenta riesgos no sólo para la propia gobernabilidad del estado, sino del país. El Estado de México colinda con Querétaro, Hidalgo, Puebla, Guerrero, Michoacán y la Ciudad de México, los cuales, en cierta medida, dependen de la capacidad de gobierno del Estado de México, de sus caminos, vías férreas, ayuntamientos limítrofes y seguridad. 

La inmediación con la Ciudad de México es crucial. Muchos mexiquenses se trasladan día con día a la capital y padecen su inseguridad y problemas de movilidad; pero también a la inversa, la seguridad en ciertas zonas de la capital depende del manejo de la seguridad del Estado de México, que tiene zonas asoladas por el narcotráfico, como Tierra Caliente. 

Dada la experiencia de gobierno relatada, es válido suponer que el encargado de seguridad sería alguien elegido por el presidente y quizá un militar. Cabe recordar la fea manera en que fueron revocados los nombramientos de secretarios de seguridad en Tamaulipas y Quintana Roo de los gobernadores entrantes, reemplazados sin explicaciones por militares.  

Imaginemos entonces un escenario en el que se conjuguen esta falta de liderazgo y confusión en la jerarquía, con todos los intereses de Morena y sus gobiernos metidos en el estado. La determinación de las estructuras de gobierno no dependería solamente de la voluntad e intuición de López Obrador, sino de la compleja e intrincada vida política del Estado de México. Esto es así porque durante el proceso de designación de la candidata se articuló un bloque de facciones alrededor de ella. Ese bloque tenía en común su animadversión por Higinio Martínez, el principal dirigente de la izquierda partidista en el Estado de México desde hace décadas y quien también introdujo a Delfina a la vida política.

De esos grupos de poder, los que más pesan son quizá cuatro: 1) los autodenominados obradoristas, encabezados por Alejandro Peña, otrora colaborador de Gabriel García —el operador electoral que devino jefe de los superdelegados y que ahora aspira a gobernar Iztapalapa en la Ciudad de México, con la que no lo une nada más que su ambición—, dueños de la estructura del partido en Tlalnepantla, Naucalpan, Tizapán y parte de Chalco y los volcanes; 2) los puros, encabezados por Daniel Serrano y Xóchitl Zagal, con presencia en Cuautitlán Izcalli, Coacalco, Nicolás Romero y La Paz; 3) grupos sueltos pero importantes por el tamaño de los municipios que dominan, como Unidos, de Juan Hugo de la Rosa, o el grupo de Fernando Vilchis en Ecatepec y el de Horacio Duarte en Valle de Bravo, y, finalmente 4) el partido del trabajo, liderado por Óscar González Yáñez, que se cuece aparte, pero que sin duda pesará en diversos municipios y en la interlocución con otros partidos.

Todos estos grupos pedirán cuotas de poder permanentes y querrán un pedazo del estado, reclamando cargos desde 2023 y candidaturas en 2024. Sin liderazgo y con todos los intereses políticos y económicos de Morena metidos en el estado, el caos reinaría los primeros años de gobierno. En ese ambiente, un eventual gobierno de Delfina Gómez sería una especie de obradorismo en esteroides, marcado por el desorden, la ineptitud y la corrupción. 

Finalmente, con la experiencia gubernamental de los involucrados en la campaña de Delfina Gómez, podemos imaginar la materialización de sus propuestas. El plan de reforestación histórica tendría el mismo cuidado que el del ahuehuete de la Ciudad de México; la construcción de la Línea Martín Carrera-Tepexpan estaría igual de bien trazada que el Tren Maya y la inaugurarían sin terminar, a la usanza de Dos Bocas hasta en sus sobreprecios; la política de “alfabetización y de finalización del rezago educativo” estaría elaborada con la seriedad que implementaron “La Escuela es Nuestra” y con la solvencia pedagógica con la que han realizado los libros de texto gratuitos; “la rendición de cuentas de las compras públicas” y el plan de “cero corrupción” tendría la misma transparencia que la presidencia municipal de Texcoco y que la SEP, y “los nuevos programas sociales” tendrán un censo con el rigor, la solidez y la transparencia que ofrece el sello de Gabriel García.

¿Es eso peor que lo que ofrece el PRI? Lo que es seguro es que no admitiría ninguna exigencia, pues, como siempre, alegaría ser “un gobierno del pueblo y para el pueblo”.

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