Hace exactamente un año, la prensa reportaba el primer caso de COVID-19 en China; la noticia solo ocupó un pequeño espacio en los noticieros y la nueva enfermedad se veía exótica y lejana. Hoy, más de 56 millones de personas han contraído la enfermedad en todo el mundo y las muertes acumulan un millón 300 mil, con cifras de crecimiento alarmante en Europa y en los Estados Unidos. Este último país es el foco mundial de la infección con doce millones de enfermos y doscientos cincuenta y cinco mil muertes. La politización de la pandemia, la falta de un seguro de salud universal y hasta atavismos culturales (mucha gente de verdad cree que el uso de la mascarilla limita sus derechos constitucionales) han sido los causantes de la tragedia.
Demócratas y Republicanos se culpan mutuamente, se acusan de falta de sensibilidad y al final no han producido más que medidas sanitarias a medias; por ejemplo, en California, las escuelas y las Iglesias están cerradas; pero el poderoso lobby de los casinos los ha mantenido abiertos sin requerirles las medidas mínimas de precaución y el gobernador Newsom regaña por televisión a los californianos por no acatar medidas de distancia social, pero hipócritamente se fue a una boda el fin de semana.
El tratamiento contra el COVID-19 continúa muy limitado en los Estados Unidos; para quienes trabajamos por nuestra cuenta y carecemos de un seguro de salud no hay otro remedio más que permanecer en casa hasta que dificulte la respiración; es hasta entonces que los hospitales están obligados a recibir pacientes sin seguro y comenzar un tratamiento cuando muchas veces ya es tarde y se arriesga la vida de los enfermos. La comunidad latina y los negros han sido los más afectados; según cifras oficiales del Centro para la Prevención y Control de Enfermedades (CDC por sus siglas en inglés), los hispanos han sufrido 2.8 más casos y un extraordinario 4.6 más hospitalizaciones que los blancos promedio; en la comunidad negra las proporciones son igualmente altas con 2.6 y 4.7 respectivamente.
La comunidad mexicana se ha movilizado para apoyar a los jornaleros, y se ha armado toda una red subterránea que los provee de medicinas mexicanas cruzadas de contrabando; médicos del sur de la frontera hacen consultas por WhatsApp y el Facebook se ha llenado de anuncios de venta de Dióxido de Cloro y de Ivermectina, dos de los más populares remedios para combatir los efectos del COVID-19. De este tamaño es la tragedia que ha ocasionado la pandemia entre la comunidad mexicana; ningún medio estadounidense ha recogido la abismal asimetría de casos entre los blancos y otras razas, simplemente continuamos invisibles y aunque hay esperanzas en que el gobierno de Biden tenga otra respuesta, la verdad es que dos meses se ven eternos, sobre todo cuando uno ya está enfermo.