¿Por qué tantas personas, inteligentes en otros aspectos, pagan considerables sumas de dinero por productos y terapias de la llamada “medicina alternativa”? ¿De verdad ignoran que la mayoría de ellas, si no es que prácticamente todas, no han pasado (ni intentado pasar) ninguna prueba científica? ¿Será que su cultura no les alcanza para saber que es el llamado “efecto placebo? ¿Ni idea se dan de que el manido argumento “Es que a mi tía y a mi amigo les funcionó” no es un argumento válido en la llamada “metodología de investigación”? ¿Tan mal estamos?
Se puede pensar en un buen numero de razones para entender esta situación. Primero: Incapacidad para hacer una elección informada acerca de un producto. Segundo, una actitud anticientífica mezclada con una comercialización vigorosa y afirmaciones exageradas. Tercero, una patológica aversión hacia la medicina científica abonada por la falsa creencia en la superioridad de los productos “naturales”. Cuarto: Razones psicológicas como un anhelo vehemente de curación aunado a errores de juicio. Finalmente, la descabellada ilusión de que determinada terapia, de probada ineficacia, funcionó en “x” caso de un conocido, cuando realmente fueron otros factores los que actuaron, como el propio curso natural de la enfermedad, el efecto placebo, una remisión espontánea o incluso, por que no, un diagnostico equivocado.
Un dato básico. Un medicamento promedio tiene una fase de pruebas, comprobaciones y vigilancia de más de 10 años. En los estudios in vitro se comprueba su eficacia en células, después se verifica en modelos animales y, a posteriori, se van realizando los ensayos clínicos en personas. Al principio, con un subgrupo muy reducido y ya después en grupos más numerosos. A su vez, muchos ensayos clínicos en la llamada Fase 3, se realizan con un mecanismo “doble ciego”, lo que significa que el paciente no sabe si toma el fármaco testado o un placebo y el médico tampoco. Todo ello con el fin de evitar cualquier sesgo.
No deja de ser extraño que personas razonablemente inteligentes y medianamente cultas se adhieran a creencias rechazadas por la ciencia. Graduados universitarios y aún algunos médicos aceptan ciertos aspectos de la Medicina Alternativa y Complementaria, como la astrología, la parapsicología, magnetoterapia, Flores de Bach, la iridologìa, la homeopatía, el psicoanálisis etc. Esto es especialmente válido si ellos están evaluando situaciones en las cuales tienen un interés emocional, doctrinal o lo mas grave, un interés monetario como lo es el caso del psicoanálisis, actividad en la cual se tiene un paciente cautivo por años.
Todos aquellos que defienden pseudoterapias, como la homeopatía y el psicoanálisis tienen la obligación de probar que sus productos son seguros y efectivos. Pero ninguno puede hacerlo, por la sencilla razón de que no cumplen los requisitos básicos para ser tomados en serio en un protocolo de investigación. A lo sumo recurren a la llamada “falacia de autoridad”, que es cuando se pretende apoyar una creencia por su origen y no por argumentos.
Desde hace mucho tiempo existen procedimientos que han sido desarrollados para evaluar la efectividad de los medicamentos y que han ayudado a distinguir los cambios terapéuticamente inducidos por dichos fármacos en una determinada enfermedad, separándolos de la mejoría que puede seguir a cualquier otra intervención. Estos procedimientos forman las bases de la llamada “Medicina Basada en la Evidencia”. Podemos afirmar sin margen de error que sin la demostración de que un tratamiento es seguro y efectivo, es éticamente reprobable ofrecer un tratamiento al público. Dado que muchas terapias “alternativas”, “complementarias” o “integrativas” carecen de este tipo de soporte, uno debe preguntarse porque muchos consumidores pagan confiadamente considerables sumas de dinero por productos de salud no probados y posiblemente peligrosos.
Si una terapia no ortodoxa es inadmisible a una evaluación a priori (debido a que sus mecanismos implicados o sus efectos aceptados van en contra de leyes establecidas en física, química o biología), si carece de un razonamiento científico aceptable por sí misma, sí tiene insuficiente evidencia de soporte derivada de ensayos clínicos controlados; y además ha fallado en ensayos clínicos controlados realizados por evaluadores imparciales no deja de ser sorprendente, aún para los profanos en el tema, por qué hay tanta gente que continua creyendo y comprando este tipo de tratamientos. ¿Ingenuidad o algún otro adjetivo?
¿Remedio a lo anterior?, con nuestras escuelas, nuestra televisión, con las actuales leyes sanitarias y con la saturación de fake news en las redes podemos afirmar que no hay remedio alguno. No es nuestra generación