Un miedo profundo envuelve las noches y los días de quienes dirigen las prisiones y se convierte en pesadillas con las posibilidades, siempre presentes, de los motines o las fugas.
Cuando los centros de encierro revientan y se apodera de ellos una violencia incontrolable, las desgracias y las muertes se pueden contar por decenas.
Los pases de lista suelen ser un tormento para los carceleros, porque ahí se cercioran de que la población esté completa y en esos momentos se solucionan incidencias y se previenen riesgos.
Hay presos que se esconden por diversión, que lo hacen para elevar la presión o para conseguir algo. Por regla general son los que tienen poco que perder y suelen ser encontrados rápido, sin que las alarmas suenen.
Los criminales más peligrosos, los que provienen del linaje del narcotráfico, suelen tener los recursos para controlar la vida en los penales, pero también para escaparse de ellos.
En la gran mayoría de los casos se requiere de la complicidad de custodios, porque de otro modo es casi imposible el evadirse y más aún cuando se es un interno de importancia.
Joel Kaplan escapó de la penitenciaría de Santa Marta Acatitla en un helicóptero que aterrizó en uno de los patios en 1971 y Alberto Sicilia Falcón se fugó de Lecumberri por un túnel. Ambos eran, en su momento, narcotraficantes de relieve.
Joaquín “El Chapo” Guzmán es uno de los escapistas más célebres, ya que se evadió de penales de máxima seguridad en dos ocasiones.
La primera fue con la llegada de un nuevo gobierno y en pleno enero de 2001. En aquella ocasión el escape de Puente Grande, en Jalisco, requirió que las puertas del diamante donde se encontraba se fueran abriendo de una en una y para ello participaron al menos 17 servidores públicos. En narcotraficante iba escondido en un carrito de lavandería que nadie revisó.
La fuga la planeó Dámaso López Núñez “El licenciado”, quien había fungido, hasta un mes antes, como el jefe de seguridad del propio penal.
López Núñez sabía que su vida cambiaría desde el 19 de enero del 2001, fecha establecida para que “El Chapo” volviera a las andadas. Es más, “El Licenciado” se convirtió en uno de los operadores más importantes del cártel de Sinaloa, por su capacidad de organización y su cercanía con el líder.
El segundo escape del penal de El Altiplano, en el Estado de México, el 11 de julio de 2015, requirió de la construcción de un túnel de 1.5 kilómetros que culminara en la regadera de la celda en la que se encontraba el capo, en el único punto en el que las cámaras de seguridad no tenían alcance, para darle algo de privacidad.
La celda de Guzmán Loera era monitoreada, las 24 horas del día, por elementos de la Policía Federal y en espejo, por agentes del CISEN.
Es más, en la oficina del secretario de Gobernación, también había una pantalla en la que se podía observar al preso y así dar cuenta al propio presidente de la República, de que el objetivo de captura más relevante continuaba asegurado.
Por fortuna lo volvieron a capturar y tendrá que purgar una muy larga condena en Estados Unidos y en condiciones de seguridad que hacen imposible que se pueda evadir, de nueva cuenta, de la justicia.
Las fugas ponen al descubierto muchas de las debilidades del sistema penitenciario, pero ocurren también porque los maleantes tienen forma de lograrlo, muchas veces al ser trasladados a penales de seguridad intermedia, como al parecer ocurrió con los tres evadidos del Reclusorio Sur en la Ciudad de México y que son integrantes, por cierto, del cártel de Sinaloa y por tanto expertos en los escapes.