sábado 06 julio 2024

David Huerta, una idea de la literatura

por Germán Martínez Martínez

El poeta David Huerta murió el lunes 3 de octubre de 2022. Desde ese día se ha expresado el pesar compartido por multitud de miembros de la comunidad literaria y cultural de México. Se ha hablado de su poesía y de sus tareas como profesor. También es posible escribir sobre la idea de la literatura que traslucen los ensayos que publicó mensualmente en su columna Correo del otro mundo, en el suplemento de libros Hoja por Hoja, entre febrero de 2005 y febrero de 2008. Los textos fueron recopilados en un pequeño volumen por la editorial Grano de Sal como Correo del otro mundo (y algunas lecturas más) (2019), junto con colaboraciones previas que databan del 2001. En ellas, Huerta hizo apuntes que mostraban, por ejemplo, su atención a la diversidad de la poesía. Escribió que la antología Poesía en movimiento (1966) era referencia sólo de “ese terreno acotadísimo: la poesía culta en nuestro país”. Porque, la que uno prefiere no es toda la poesía.

El poeta David Huerta murió el lunes 3 de octubre de 2022.

La columna no eran sólo reseñas —el habitual contenido de Hoja por Hoja, que aparecía como encarte del periódico Reforma— sino que fue un espacio ensayístico. En él hubo lugar para reflexiones sobre el cómic, el personaje Kahlo —ese exitazo inducido de cultura popular global—, la novela gráfica y la perra “cosmonauta” Laika. Igualmente, Huerta desplegó su familiaridad con los clásicos latinos y la literatura española —para nombrar su columna recuperó el título de un libro de Torres Villarroel—, tuvo espacio para rarezas —como el Manuscrito Voynich, que Huerta registró puede ser un texto hermético o un fraude—, expresó preocupación por el calentamiento global —y en general mostró atracción por temas científicos, incluyendo los bioéticos—, criticó la persistencia del antisemitismo, perfiló a Sarduy, habló de iatrogenia a partir de Illich, lamentó el maltrato gráfico por parte de las nuevas tecnologías a la disposición de los versos, historió los libros de bolsillo, abordó el tiempo desde una perspectiva científica, las agendas como documentos biográficos, la obra del biólogo e historiador Gould y lamentaba que en México: “casi nada sabemos de la sociedad novohispana”. En Correo del otro mundo incluso algún dato culterano semejaba un ejercicio de imaginación: Huerta refirió que en la Edad Media se concebía que “la mirada salía de los ojos para captar el mundo en forma de ‘rayos visuales’”.

Al elogiar Cien años de soledad, Huerta quizá apuntaba a la cara de la literatura que más le interesaba. Lo hizo partiendo tanto de los comentarios morales de Coetzee como —y, sobre todo— de la observación lingüística de Jünger sobre cómo la escritura de García Márquez acumulaba sustantivos. Esto dio pie a Huerta para enfatizar la excepcionalidad de “fundir el acto con la presencia”, pues describió los sustantivos de García Márquez como “en acción, enérgicos, llenos de dinamismo, es decir, con todos los atributos y las funciones de los verbos”. Huerta calificaba a verbos y sustantivos como “las palabras más importantes y poderosas”. Acaso veía lo literario como producto del trabajo verbal, pues lamentaba que “los críticos modernos están obsesionados por los contextos” y en cambio “la andadura formal de los poemas no interesa a la mayoría de los críticos actuales”.

Los ensayos de Huerta se publicaron en Hoja po Hoja, un suplemento sobre libros.

Huerta también advertía sobre los riesgos del lenguaje. Al comentar El manantial latente (2002) —una antología de poesía mexicana contemporánea hecha por Lumbreras y Bravo Varela— encontraba que muchos poetas se refugiaban en “palabras vitaminadas” o “vocabularios ‘tremendos’”. Huerta agregaba que con el uso de tal lenguaje “no hay pierde a la hora de impresionar a las visitas, aunque no a los lectores que se toman en serio, con pasión, la poesía: lo que se escribe con esos arsenales y esos léxicos parece poesía, y con eso les basta”. Al confrontar el problema de la adaptación y de la relación entre narrativa literaria e imágenes, se inclinaba por la especificidad de la lectura, al anotar: “Una de las zonas de veras profundas de la experiencia literaria (la frasecita feliz es de Alfonso Reyes) es esa serie de imaginaciones, a veces con forma y alcances de travesura magnifica, privada, inocua”, decía, refiriéndose a cómo cada lector asignaría una cara distinta a un personaje.

En cuanto a las genealogías literarias, en cierto sentido Huerta revelaba una posición tradicionalista. Por esto coincidía con “que la poesía escrita de este lado del océano Atlántico es una de las estribaciones de esa entidad cultural que debemos llamar, sin el menor asomo de circunscripción político-geográfica, poesía española”. Esto se contraponía a visiones que caracterizan la poesía latinoamericana como una separación de la tradición poética española. Además, Huerta veía esto en un marco que consideraba a “la cultura latinoamericana en el arduo camino hacia la universalidad”, con lo que mostraba una visión ajena a debates contemporáneos que cuestionarían tal objetivo aludiendo, en cambio —para referir sólo a Laclau—, a conceptos como la “universalidad elusiva”.

Stephen Jay Gould es uno de los autores no literarios sobre los que Huerta escribió.

Al exaltar La sombra del caudillo (1929), la novela de Guzmán, Huerta citó a Revueltas, quien escribió: “toda la prosa narrativa mexicana moderna desciende de la obra de Martín Luis Guzmán, sin exageración alguna”. Así, aunque las influencias han sido trivializadas en malas entrevistas, rastrearlas puede ser fuente para desentrañar cómo procedió creativamente un escritor. Huerta hizo alusión a la probable influencia —dado que Rulfo la leyó con atención— de la novela Derboranza (1934) en Pedro Páramo (1955). Huerta apunta esto sin insinuación de demérito, sino desde una postura realista e incluso abogando por la “investigación de fuentes literarias”, en contraposición a quienes creen que “buscar huellas o influencias en los textos literarios menoscabaría la originalidad de las obras”. Con esto Huerta mostraba curiosidad de hurgar en las obras: el conocimiento sobre la ilusión.

Su perspectiva del medio literario y la figura del escritor completaban su distancia de los misticismos. Huerta aludía a “la vanidad incurable de los poetas” y parecía favorecer una mayor discusión pública, pues consideraba que había un “temor cerval de los mexicanos literarios a las polémicas públicas (las trifulcas privadas y los chismorreos son asunto de todos los días)”. En tesitura semejante, Huerta negaba que la Academia Sueca tuviera “la máxima autoridad literaria del mundo”, atribuyendo su prestigio a invenciones, inercias, famas y medios de comunicación. Frente a ello, dado que, según él, el premio Nobel definiría los planes de lectura de las mayorías lectoras, Huerta postulaba al “lector independiente”, quien pensaría por sí mismo.

El poema extenso Incurable es comúnmente considerado la obra maestra de Huerta.

El poeta no era ajeno a la idealización de la lectura, pues aseguraba que: “siempre he creído en el talante subversivo (antiestatal) de quienes leen libros; mejor dicho: en la índole marginal de esa actividad desinteresada”. Asimismo, Huerta despojaba a la figura del poeta del aura que suele acompañarlo. Al mencionar un ejemplo de racismo de Whitman, anotó también que quería señalar “la falsedad de esa imagen ‘buena’ de los poetas”. Al hacerlo, Huerta caía en contradicción —o dividía nítidamente a autores de lectores—, pues describió con precisión: “a lo largo de los siglos, los poetas han sido cortesanos, sin una pizca de rebeldía”.

En 2006, Huerta notaba que ninguno de los candidatos presidenciales mexicanos tenía compromiso con “los libros, la cultura y el arte”. Si bien el poeta no aludía a que Vicente Fox y Andrés López compartían un irresponsable discurso populista, sí los igualaba en su actitud hacia la “megabiblioteca José Vasconcelos”, que describía como “símbolo del foxismo suntuario”. Con relación a López, aseguraba: “Estoy seguro de su simpatía por el proyecto” de la biblioteca. En febrero de 2008, en la última entrega del Correo del otro mundo, Huerta expresó —con razón de sobra— desprecio hacia el fallido presidente Fox. En contraste, si en un futuro, todavía más distópico que el previsible, un investigador tuviera acceso sólo a Correo del otro mundo, sus ensayos serían suficiente para propiciar la búsqueda y el redescubrimiento del resto de la obra de David Huerta.

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