El “Estado profundo” es la nueva obsesión de los conspiranoicos. El concepto alude a la supuesta existencia de una misteriosa red de políticos y funcionarios públicos cuya presencia en el gobierno rebasa las angosturas de los mandatos presidenciales y, secretamente, en algún lugar fuera de la mirada pública, escondida incluso de presidentes, parlamentos y ministros, tiran de las cuerdas del poder y manipulan el devenir del mundo. Esta idea no es nueva. Se ha hablado de “Estados profundos” desde hace muchos años y en una buena cantidad de países. En la URSS, por ejemplo, se señalaba a la poderosa KGB como una especie de “Estado dentro del Estado”. También con esto se hacía referencia a supuestas estructuras soterradas en naciones como Egipto, Turquía y Brasil, entre otras. En Estados Unidos, la cruzada anticomunista de Joseph McCarthy en la década de los cincuenta se basó, en gran medida, en la paranoia generada por un posible “Estado profundo”. Pero también es un término presente en la izquierda. En los sesenta se popularizó mucho la idea entre los movimientos defensores de los derechos civiles del predominio de un “complejo militar-industrial” verdadero amo y señor de la política estadounidense, y el profesor de Berkeley llamado Peter Dale Scott lo usó para catalogar “un patrón de actos encubiertos y criminales cometidos por funcionarios estadounidenses en nombre de la política exterior de Washington”.
Existe, por tanto, una coincidencia transideológica en esta noción de poder subterráneo, pero ha arraigado más en las corrientes del pensamiento derechista estadounidense, tan puntualmente descritas en 1964 por el historiador Richard Hofstadter es su célebre ensayo “El estilo paranoico en la política estadounidense”, donde describía una línea conservadora obsesionada con “conspiraciones y traiciones” en todos los rincones del gobierno. Quizá por ello ha sido en estos tiempos de fake news y desvaríos populistas cuando la idea ha cobrado mayor auge. En 2014 un oscuro ex asistente de la fracción del Partido Republicano en el Congreso, Mike Lofgren, cobró cierta fama al publicar un ensayo titulado “Anatomía del Estado Profundo”, donde alegaba la existencia de un tipo diferente de autoridad la cual operaba dentro del gobierno de los Estados Unidos en un ensayo titulado “Anatomía del Estado Profundo”. Lofgren describe “una asociación híbrida de elementos de gobierno y partes de finanzas e industria de alto nivel que es capaz de gobernar los Estados Unidos sin el consentimiento de los gobernados”. Más tarde, ya con Trump como presidente Steve Bannon, y otros medios ultraconservadores acusaron al expresidente Obama de estar orquestando un ataque estatal profundo contra la administración Trump. En un artículo aparecido en el portal de derecha alternativa Breitbart con el ominoso título “El Estado Profundo vs. Donald Trump” se describía a una vasta red de fuerzas aliadas contra el presidente la cual incluía a “George Soros y los de su calaña” e incluía “no solo a los demócratas sino también a los republicanos y a un andamiaje de burócratas, tecnócratas y plutócratas” determinados a sabotear la promesa trumpiana de “drenar el pantano” y devolver el poder al pueblo.
La nueva mayoría republicana la Cámara de Representantes ha aprobado la creación de un comité dedicado a indagar sobre el Estado profundo. Así de grande se ha hecho el mito. Fue una de las concesiones hechas a la extrema derecha para permitirle a Kevin McCarthy convertirse en el nuevo speaker. Paranoicos de buena cepa son estos extremistas, aglutinados desde hace años en el llamado Freedom Caucus, quienes aseguran querer modelar a este nuevo juguete a la imagen del famoso Comité Church, el cual realizó desde el Senado investigaciones sobre abusos de espionaje e inteligencia cometidos por de agencias del gobierno federal, incluidos el FBI y la CIA, a mediados de los setenta. Este Comité, junto con su homólogo de la Cámara de Representantes, el Comité Pike, ayudó a sacar a la luz campañas de propaganda supervisadas por la CIA contra ciudadanos estadounidenses, vigilancia telefónica, complots de asesinato contra líderes extranjeros y hasta experimentos con LSD. Como resultado se aprobaron una serie de reformas, de las cuales -por cierto- ahora abjuran los republicanos, como la independencia del departamento de Justicia, supervisiones del Congreso, abogados independientes, inspectores generales, etc.
Los demócratas rechazan esta comparación con el Comité Church y más bien asemejan esta creación del Freedom Caucus con el Comité del senador Joseph McCarthy de la década de los cincuenta, la cual dio lugar a una feroz y paranoica persecución anticomunista. Temen ver convertido a este comité en un arma partidista para perseguir a funcionarios federales. Y aunque, ciertamente, muchas de las actividades de las agencias de inteligencia aún operan de forma encubierta, ello no es suficiente para demostrar la existencia de un “Estado profundo” manejado por un grupo selecto de malvados. Más bien es una teoría conspirativa incapaz de captar las tensiones naturales normal entre burócratas, muchos de los cuales manejan programas por años y suelen tener fricciones con políticos recién llegados y determinados a tratar de cambiar las cosas. Son efectos de la política normal. Eso sí, las teorías sobre la existencia de “Estados profundos” existen también en el Reino Unido, Alemania y otras partes de Europa, particularmente en Escandinavia. En el Reino Unido los partidarios del Brexit todavía se refieren a un mítico “Estado profundo” europeísta determinado a impedir la concreción de los “beneficios” del Brexit. El complot golpista Reichsbürger en Alemania de diciembre del año pasado también tuvo su inspiración en estos dislates. Tanta polarización solo incrementa la desconfianza irracional entre adversarios políticos y, por tanto, corroe a las democracias.