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martes 15 octubre 2024

El plan de Marx

por Pablo Majluf

Desde que la SEP dio a conocer el nuevo Plan de Estudios 2022 –un bodrio marxista del obradorismo a cargo de ilustres personajes que hasta en el nombre llevan la fama, como Marx Arriaga–, ha sido habitual escuchar a diversos comentaristas de izquierda –tanto detractores deslactosados, como adeptos del régimen– refutar que el plan tenga algo de marxista o de neomarxista. Unos lo dicen como lamento y otros como un tímido deslinde.

Es cierto que el plan no es exclusiva y únicamente marxista. En parte porque, como todo lo producido por el régimen, es un potaje mal hecho con buenas dosis de guacamole, pipián, nacionalismo revolucionario, Pachamama, Chavo del Ocho, New Age, zapatismo y Noam Chomsky. También es cierto que tiene bastantes elementos alejados del marxismo tradicional (que tampoco fue un monolito). Por ejemplo, exhibe cierto comunitarismo, cuando el marxismo clásico es internacionalista; tampoco cuadra del todo su anticientificismo, cuando el marxismo original es cientificista.

En cualquier caso, el nuevo plan educativo tiene fuertes e innegables influencias y raíces marxistas. Sí, las clásicas del capitalismo diabólico e imperial que explota a los proletarios y enajena a las almas humanas y del cual hay que librarnos. Yo conté al menos cinco referencias directas (págs. 29, 96, 97, 98, 99) a la dialéctica histórica en términos de explotación material. Más cercano al marxismo clásico, imposible.

En la discusión para escurrir el bulto de la paternidad marxista del plan de estudios, algunos se la adjudican filosófica e ideológicamente al posmodernismo; otros al wokeismo estadounidense; otros a la pedagogía crítica del brasileño Paulo Freire, a partir de su libro Pedagogía del oprimido; y otros a la Teoría Crítica de la Escuela de Fráncfort. Algunos más dicen que es un pastiche de todas las anteriores.

Suponiendo, sin conceder, que el plan sea más bien una mezcla de todas las escuelas filosóficas previas, lo curioso es que se niegue que esas también tengan una base marxista. Los neomarxistas y sus apologistas siempre han buscado ocultar a toda costa sus raíces. Por ejemplo, es muy gracioso que nada de marxista ven en su gusto por adoctrinar a los niños contra el sistema colonial, neoliberal, patriarcal, eurocéntrico, occidental, racista y explotador. 

La realidad es que la mayoría de esas escuelas tienen su origen en el marxismo: algunas como continuación, otras como reedición, otras como fase superior. Lo crucial es entender que esa negación de los orígenes ha servido para sortear la mala fama y empujar la agenda subrepticiamente, vendiéndola como “inclusión”, “justicia social” y otras marcas similares. Agotado el marxismo clásico, hubo que reinventarse, reempaquetarse y volverse a intentar por otros medios y otros rumbos. Si uno lee el plan, encontrará en esencia la misma historia: opresores malos, víctimas buenas, que viva la revolución. 

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