El politólogo norteamericano Samuel Huntington fue muy eficaz en pronosticar grandes eventos políticos. En los 90’s profundizó sobre las oleadas democráticas, es decir, una avalancha mundial de varios países que entraban en un proceso de democratización dejando atrás diversos tipos de autocracias (La tercera ola; 1991). La primera oleada fue a principios del siglo XX; la segunda después de la Segunda Guerra Mundial y la tercera en los años ochentas.
La lógica de dicho proceso fue el agotamiento de las diversas dictaduras militares o de partido, la búsqueda social de libertad, la reivindicación de los derechos básicos, la reivindicación de la pluralidad política y la construcción de contrapesos políticos para evitar – en lo posible – el abuso de poder propio de toda autocracia. Pero Huntington habló también de un “reflujo democrático”; es decir, a cada oleada, democrática, después de cierto tiempo, le sobre-viene un reflujo, es decir, una amenaza de colapso en las nuevas democracias. En cada reflujo, algunas de las nuevas democracias subsisten y otras caen.
La causa de este retroceso es esencialmente la decepción que inevitablemente conlleva toda democratización a partir de las expectativas que dicho proceso suele despertar, no sólo en cuanto a libertades y nuevas prácticas políticas, sino sobre todo en el plano económico y social. Mucha gente que luchó por la democratización y contra las dictaduras, espera que en poco tiempo eso redundará en claros beneficios económicos, de empleo, crecimiento, oportunidades, igualdad social. Pero eso lleva tiempo, y eso si se hacen bien las cosas (hay que ver a los países escandinavos).
Al pasar el tiempo y si diversos grupos de la sociedad ven que tales logros socio-económicos no terminan por llegar, o no en la magnitud esperada, empiezan a voltear a líderes de corte populista (de izquierda o derecha) que incorporan en su discurso una utopía social, económica, educativa, sanitaria; mágica, imposible, pero atractiva. Y quienes se han exasperado con las limitaciones de la democracia, deciden creer que el demagogo en cuestión puede hacer el milagro que promete, aunque ello implique sacrificar algo o mucho de la democracia recién ganada. En cuyo caso, tales populistas utilizan su poder así ganado para desmantelar en lo posible lo que se había avanzado en términos democráticos.
Los países con democracias más antiguas y sólidas tienen más probabilidad de resistir los impulsoso demagógicos por derrumbarlas. Las nuevas democracias, en cambio, son altamente vulnerables y pueden caer más fácilmente. Escribe al respecto Huntington: “Los problemas no resueltos refuerzan las tendencias hacia la decepción en las nuevas democracias… El colapso de los autoritarismos previos generan entusiasmo y euforia… La dificultad para resolver tales problemas estructurales (pobreza, desigualdad, desempleo, salud) generan indiferencia, frustración y decepción… Una consecuencia de ello es el surgimiento de una ‘nostalgia autoritaria’.. Y eso es más probable donde los autoritarismos fueron más blandos”. Es justo el caso de México que hoy enfrenta esa decepción y esa nostalgia.