El primer candidato de López Obrador será siempre López Obrador. Los demás serán siempre “plan b”, con minúscula, y quienes piensan que no se avienta porque no lo permite la Constitución, o por la desestabilización que provocaría, merecen a estas alturas ciudadanía distinguida en Babia. Esto no quiere decir que lo logre, sino que lo quiere, y además parece que el horno sí está para bollos. En la encuesta “Cultura política de la democracia, 2021” del Barómetro de las Américas, se dice que en este país poco más del 30% toleraría un golpe del Ejecutivo si el país enfrentara “momentos muy difíciles” y que casi un 40% apoyaría un golpe militar “cuando haya mucha corrupción”.

Pocos entre los que apoyarían el atropello sabrán lo que significa, pero las proclividades ahí están, y ni así hay mucha prisa por entender la podredumbre política de un militarismo militante y del abrazo ecuménico al mundo criminal, definiciones complementarias de privilegios y omisiones que forman pinza con las arremetidas contra instituciones, jueces, periodistas y opositores, para quebrar al sistema político. Sí, para quebrarlo, porque precisamente de eso va el bodrio mejor conocido como “la guardia”, en realidad rutina simple de comandas para montar cuarteles y despachar soldados a rondín, y que nunca fue pensada como una corporación funcional de seguridad pública. Como si los ejércitos sirvieran para eso en una democracia y como si su inconstitucionalidad fuera un detalle inconveniente, no son pocos los que muerden el cebo y escudriñan su desempeño para ver si “funciona”. El horizonte represor pasa también de noche para legiones de “progresistas”, quizá porque tendrían que conectarlo con su voto hace cuatro años para aupar a un gobierno fraudulento como ninguno. Postrados ahora en la sandez de que el militarismo de hoy es la militarización continuada del pasado, los otrora perspicaces ven de reojo, nunca de frente, con su orgullo magullado pero siempre hinchado, cómo desfila oronda una pretensión dictatorial que por algo los desprecia.
Ni modo, hay que insistir: la militarización como proceso y ahora el militarismo como ideología, la asfixia de las policías y ahora “la guardia”, la claudicación ante el crimen organizado ahorcando al país con una tributación bicéfala, son derivadas naturales de una obcecación de poder que nunca ha disimulado su naturaleza. Difícil entonces no entrever que se cocina una prolongación personal más allá del término constitucional, una prórroga dizque juarista para salvar a la patria de un desmadre tan mayúsculo como premeditado. Si la campechana de apoyos y resistencias no da para tanto, entonces procederá una prolongación vicaria (el “plan b”) mediante unas elecciones corrompidas y amenazadas, por vocación y por si acaso. Cualquiera que sea la modalidad para quedarse, todavía hay buen tiempo para perseguir, para mentir, para derrochar, para desviar más a las Fuerzas Armadas, para gritarle a los gringos, y para quemar las escaleras por las que pudiera subir algún despistado ajeno al rebaño.
El golpe empezó hace una eternidad: dinamitar la democracia, amputar al Estado, presumir la Constitución violada, parecería rutina, uno diría. Las penumbras pasean a la luz del día, nunca se van, no se irán, uno diría. Pero eso no sucederá, por supuesto, porque habrá elección, con opositores y con corcholatas y con ciudadanía. Todo torcido y brumoso, y todo transparente. No checa. O sí, uno diría…
Autor
Ha colaborado en el diseño y gestión de proyectos en los ámbitos de comunicación social, política exterior, seguridad. Actualmente es director de la organización social Causa en Común.
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