La pandemia provocada por el coronavirus COVID-19 que apareció por primera vez a finales de 2019 en Wuhan, República Popular China (RP China), ha exacerbado el nacionalismo en los diversos países del mundo, quienes, buscando la contención de la enfermedad, han erigido barreras al flujo de personas, cerrado fronteras, expulsado extranjeros, decretado el toque de queda, puesto en alerta a sus cuerpos de seguridad… todo en el nombre de la salud.
En el momento de escribir estas líneas, existe a nivel planetario casi medio millón de casos confirmados de COVID-19, enfermedad que según la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha cobrado las vidas de más de 22 mil personas en todo el mundo. Para mitigar los embates de este padecimiento, se ha instado a las sociedades a quedarse en casa, lo que implica que un tercio de la población mundial se encuentra recluida en sus hogares.
Hasta ahora, la cooperación internacional para mitigar la enfermedad ha sido esporádica y se circunscribe, en esencia, a la información que la RP China comparte con algunas naciones del mundo, al ser el país que más experiencia empírica y médica posee en la materia. Se sabe igualmente de la asistencia provista por Rusia y Cuba a países como Italia, donde, por razones demográficas, políticas y sociales la tasa de letalidad del COVID-19 es la más alta del mundo, equivalente al 10 por ciento (es decir, de cada 10 personas que enfermen, una fallece), mientras que en otras latitudes oscila entre el 1-2 por ciento.
No es sino hasta hoy que el Grupo de los 20 o G-20 -integrado por Australia, Canadá, Arabia Saudita, Estados Unidos, India, Rusia, Sudáfrica, Turquía, Argentina, Brasil, México, Francia, Alemania, Italia, Reino Unido, RP China, Indonesia, Japón, Corea del Sur y la Unión Europea-, comunidad de naciones que alberga a las 20 economías más importantes del planeta, se enlazaron de manera virtual para abordar el tema. Incluso el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, reacio a viajar al exterior, hoy participó de este encuentro virtual con sus contrapartes del G-20, en un ejercicio de la mayor importancia para encarar el desafío más importante que enfrenta la humanidad en estos momentos.
En el G-20 coinciden el país donde se originó la enfermedad (RP China), el país que hoy es el epicentro mundial de la misma (Italia), el país que pronto superará a los italianos y se erigirá en el nuevo epicentro en las próximas horas (Estados Unidos) y tres países que a pesar del gran número de casos confirmados con que cuentan, han sido capaces de mantener a raya la enfermedad, registrando muy pocas defunciones (Japón, Alemania y Corea del Sur).
También en el G-20 se tiene a un grupo de gobernantes escépticos o renuentes a tomar las medidas de aislamiento social y de interrupción de las actividades escolares, académicas, económicas y administrativas en sus respectivos países. Donald Trump, Presidente estadunidense, lidera a este grupo con su escepticismo y respuesta tardía, habiendo minimizado desde el principio a la enfermedad, lo que ha llevado al crecimiento exponencial de la misma, a tal grado de que, en estos momentos, con 70 mil casos confirmados, se acerca a la nada grata designación de epicentro mundial de la enfermedad, cosa que ocurrirá en las siguientes horas cuando supere a Italia -que actualmente cuenta con casi 75 mil casos. A pesar de ello, Trump ha insistido en que quiere reanudar las actividades cotidianas del país el 12 de abril, en una actitud francamente irresponsable -para decir lo menos- que podría incluso costarle la reelección en noviembre próximo. Otro de los escépticos es el mandatario brasileño, Jair Bolsonaro, para quien el cierre de las actividades económicas, administrativas y académicas descritas no se justifica, toda vez que el COVID-19, en sus palabras, “es una gripita.” Boris Johnson, Primer Ministro del Reino Unido hubo de ser amenazado por países de la Unión Europea para que tomara medidas encaminadas a contener la enfermedad. En un primer momento, Johnson, como sus homólogos de EEUU y Brasil, desdeñó la importancia del COVID y hoy el Reino Unido es el sexto país en Europa y noveno en el mundo con más personas afectadas -más de 10 mil casos confirmados y medio centenar de personas fallecidas.
El Presidente de México ha pasado lentamente del escepticismo al convencimiento, tomando las medidas sugeridas -a título personal y como jefe de Estado-, a regañadientes. Hasta no hace mucho se le veía viajando por la República Mexicana, asistiendo a mítines, abrazando personas, estrechando manos, besando niños, etcétera. Diversos gobiernos estatales y locales -incluyendo el de la Ciudad de México- decidieron poner en marcha medidas de contención de la enfermedad más decididas, distanciándose, hasta cierto punto, del mandatario.
Por todo ello, la cumbre virtual del G-20 del día de hoy es importante. Puede elevar la presión de la comunidad internacional sobre los líderes escépticos para que se sumen a las medidas de contención y mitigación prescritas por organismos internacionales y diversos gobiernos y organismos no gubernamentales. Puede elevar la cooperación entre los 20, en particular en momentos en que algunos de ellos no han dejado pasar la oportunidad para criticar y defenestrar a la RP China -Trump se refirió al COVID-19 como el “virus chino” al igual que funcionarios de diversos gobiernos, como el brasileño. No es momento de buscar culpables sino de sumar esfuerzos. Como se explicaba, la RP China es quien, en estos momentos, cuenta con la más abundante y valiosa información sobre el COVID-19 a escala planetaria y, de persistir ese lenguaje insultante sobre Beijing, el gigante asiático podría frenar la cooperación médica que tan desesperadamente requiere el mundo en estos momentos. Es crucial hacer a un lado el nacionalismo recalcitrante para sumar esfuerzos. En caso contrario, la enfermedad seguirá avanzando -y lo está haciendo a pasos agigantados.
La diplomacia en salud global es el instrumento que puede salvar a la humanidad de la amenaza del COVID-19, porque constituye un puente entre la asistencia sanitaria a nivel global y las relaciones políticas internacionales. La diplomacia en salud global demanda negociaciones, diálogos, concertaciones entre los países, algo que hasta ahora ha estado mayormente ausente desde la aparición del COVID-19. La diplomacia en salud global posibilita negociaciones a diversos niveles -entre gobiernos, ministerios de salud, entre entidades gubernamentales y no gubernamentales y sector privado -y empresas farmacéuticas- lo que refresca el debate al converger intereses y preocupaciones aparentemente divergentes pero que tienen una coincidencia fundamental: la necesidad de coadyuvar a la solución de la crisis sanitaria imperante dado que, si así ocurre, será benéfico para todos y cada uno de dichos actores.
Como se ha visto, el COVID-19 es una amenaza a la seguridad internacional y nacional para la que nadie estaba preparado. La crisis de 2008 hizo mella en los presupuestos para el bienestar social de los países -especialmente en el destinado a la salud- y hoy el mundo enfrenta las consecuencias de ello. En la actualidad, el costo financiero, político, social y en materia de derechos humanos es enorme. Ya habrá tiempo de hacer el recuento de los daños. En cualquier caso, desde hace algunas semanas, la única respuesta de los gobiernos han sido medidas aisladas y diferenciadas sin coordinación nacional -en muchos casos, como el mexicano-, regional ni internacional. Es momento de una concertación global, planetaria, para afrontar a esta amenaza transnacional, porque si bien cada Estado desea resolver este acertijo, ello no se va a lograr sólo con acciones individuales, sino mediante la cooperación internacional. Todavía no es demasiado tarde para ello.
Autor
Profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.
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