En la noche del 30 de enero de 1948, un tal Nathuram Godse asesinó a Mohandas Gandhi disparándole a quemarropa poco después de las cinco de la tarde en los jardines de la villa en Nueva Delhi donde el Mahatma residía. Se dirigía el líder de la independencia india, acompañado de dos familiares, al lugar donde cada tarde rezaba junto con centenares de seguidores. El magnicida era miembro de Hindu Mahasabha, un partido ultranacionalista. Acusaba a Gandhi de haber traicionado a los hindúes por, supuestamente, estar demasiado a favor de los musulmanes. Este asesinato fue el paradójico epílogo a una vida dedicada a la no violencia. Según la crónica del diario británico The Guardian: “El hombre sacó una pistola de su bolsillo y le disparó tres tiros a bocajarro. Las balas alcanzaron el pecho, el estómago y la ingle. Gandhi levantó las manos, todavía unidas a modo de saludo, por encima de su cabeza, y cayó. Fue llevado a su casa donde murió media hora después”.
Godse fue detenido por la policía y evitó su linchamiento a manos de la masa. Terminaría ejecutado en la horca año y medio más tarde. Por décadas sería recordado como un criminal terrorista y traidor, el asesino del “padre de India”. Pero desde hace ya años, conforme el nacionalismo hindú salió de los márgenes extremistas y se ubicó en el centro de la política india con el ascenso de partido Bharatiya Janata (BJP) al poder, la reputación pública de Godse se ha transformado radicalmente y ahora en vez de ser condenado como felón es objeto de veneración como un patriota indio incomprendido. Hace un par de semanas, en un edificio en la ciudad de Gwalior en el estado de Uttar Pradesh, las autoridades locales inauguraron muy orondas la Godse Gyan Shala, una biblioteca conmemorativa y “centro de conocimiento” dedicado Godse. ““Esta biblioteca le enseñará a la próxima generación cómo este hombre fue un verdadero mártir nacionalista quien hizo lo correcto al asesinar a Gandhi”, declaró el secretario nacional de Hindu Mahasabha, la organización nacionalista hindú detrás de la biblioteca conmemorativa, la cual demanda la expulsión a Pakistán de los 200 millones de musulmanes asentados en el país.
Esta biblioteca es sólo uno de los múltiples esfuerzos recientes de conmemorar y reverenciar a Godse. Se han erigido decenas de estatuas en su honor e incluso se ha intentado levantar templos en su nombre. Los hinduistas radicales celebran el cumpleaños del magnicida como un día sagrado. Los más fanáticos incluso solicitaron cambiar el nombre de la ciudad de Meerut (Uttar Pradesh) a Ciudad Godse En este mismo estado se está pidiendo reconocer en los libros de texto al magnicida como “un visionario del nacionalismo hindú”. Mientras tanto, la visión de Gandhi de una India secular con igualdad de derechos para todas las religiones ha perdido popularidad y fuerza. El gobierno del primer ministro Narendra Modi impulsa una agenda nacionalista hindú, incluyendo una ley de ciudadanía diseñada para discriminar a los musulmanes. Este líder populista considera a la India una nación hindú donde las otras minorías deben adaptarse.
Desde luego, Gandhi es una figura política cuestionable. Las vidas y carreras políticas de las grandes figuras históricas deben estar siempre sujetos a reinterpretación y análisis. La adulación irreflexiva a Gandhi exhibida en las décadas subsiguientes a la independencia india fue exagerada, pero nadie puede negar su legado como pacifista y sus valiosas aportaciones en la lucha por la libertad. No debe ignorarse su papel formativo en los esfuerzos por construir una república democrática y secular. Hoy, desde la llegada de la derecha hindú al gobierno, a filosofía de no violencia de Gandhi y su compromiso con la armonía interreligiosa son anatema. Y aunque Modi le rinde formalmente homenaje público, él y su partido lo consideran una figura non grata, pusilánime y debilitadora de la India. Lo rechazan por aceptar la escisión de Pakistán y, sobre todo, por haber abogado en favor de la igualdad de derechos para los musulmanes. Por eso, desde el inicio del gobierno de Modi, el BJP, con el control de la educación y la propaganda y con una máquina de medios sociales muy eficiente, intenta asiduamente reescribir la narrativa histórica. En acuerdo a esa estrategia los gobernantes musulmanes de la India del pasado (las dinastías mogol) son retratados como conquistadores crueles y, por lo tanto, los musulmanes de hoy deben responder por sus malas acciones. En cambio, destacan la presencia de una nación hindú desde tiempos inmemoriales. En este contexto Gandhi es la principal figura de odio. Se le culpa de castrar a los indios predicando la no violencia; de no detener la creación de Pakistán; de insistir en la igualdad jurídica y política de los musulmanes ciudadanos de a India. Modi, como otros demagogos populistas, instrumentaliza la historia y genera una versión donde el padre de la patria es un villano a quien se debe odiar por su compromiso con el pluralismo religioso.
La adoración a Godse es sintomática de la muy peligrosa transformación de la vida política, cultural e institucional de la otrora democracia más grande del mundo y plantea grandes interrogantes sobre el futuro de India. Hoy se propalan tergiversaciones para tratar de justificar un magnicidio idiota e injustificable. Gandhi, pese a sus claroscuros, trabajó como nadie para nutrir a su nación. En lugar de asesinarlo por segunda vez, India necesita rescatar sus ideas para renovar las instituciones de la sociedad civil, actualmente acosadas por un régimen autoritario, y para frenar el deslizamiento de la república laica en una teocracia hinduista.