Allá por los años 60 del pasado siglo, con la seriedad que da la infancia, pregunté a un maestro reconocido por sus conocimientos, cultura e información: “¿Para qué sirven los diputados?”. La respuesta fue rápida y escueta: “Para nada”.
La explicación vino posteriormente, dando detalles de qué eran y qué hacían en la práctica esos señores. Con los años, y observando el actuar de una mayoría de esos legisladores, he confirmado que en lo general la respuesta sigue siendo válida: “para nada”, pues es evidente que el grueso de ellos solo ofician de “levantadedos” para aprobar lo que sus coordinadores les indican que aprueben.
Sobra decir que los coordinadores solo transmiten las indicaciones de su jefe, verdadero dueño de la voz que suena en la Cámara. De hecho, bien se podría aligerar la carga económica de la Cámara de Diputados dejando un solo diputado por partido, cada uno con un valor numérico de acuerdo a la cantidad de distritos ganados, con lo cual las sesiones serían más rápidas, expeditas, sin discusiones bizantinas que a nada llevan, y lo más práctico: se podrían realizar en una oficina de reducidas dimensiones, ahorrándose los enormes gastos actuales.
La triste realidad es que una de tantas razones por la cual el común de los ciudadanos se encuentra en permanente desencanto con la política la encontramos en el desempeño de los diputados. Es un hecho que diversas encuestas nacionales nos informan que la credibilidad del Poder Legislativo —diputados y senadores— se encuentra prácticamente en el último lugar de cualquier escala de medición; por debajo incluso de la corrupta justicia mexicana. ¿Razones? Todas las que se nos ocurran y las que nos falten.
Analicemos: ¿Cuáles son los requisitos para ser diputado en México? La verdad, son muy elementales. El artículo 55 de la Constitución nos lo informa.
- Ser ciudadano mexicano, por nacimiento, en el ejercicio de sus derechos;
- Tener veintiún años cumplidos el día de la elección;
III. Ser originario del estado en que se haga la elección o vecino de él con residencia efectiva de más de seis meses anteriores a la fecha de ella.
¿Y en cuanto a conocimientos, cultura o cuando menos saber leer y escribir? No, nada, esas son cosas superfluas, no necesarias según la actual Constitución.
Como puede observarse, no se encuentra como requisito un mínimo de instrucción para ser legislador (ni diputado ni senador) ya que el artículo 58 constitucional dispone que para ser senador, se deben de cumplir los mismos requisitos que señala el artículo 55, con excepción de la edad, que es de 25 años.
¿Por qué no se aceptó el requisito de escolaridad mínima?
Resulta que en la 2ª Comisión del Congreso Constituyente de Querétaro, a pesar que dentro de su dictamen presentado a la Asamblea el 6 de enero de 1917, sí contemplaba el “saber leer y escribir” la Asamblea no lo aceptó, como tampoco aceptó la restricción del voto a sólo los que supieran leer y escribir.
Cabe mencionar que antes del dictamen presentado a la Asamblea, en la fracción I del artículo 55 la misma Comisión, más que saber leer, exigía como requisito para ser diputado, que se tuviera la instrucción primaria, pero no se aceptó.
En otros países, como Chile, que culturalmente nos lleva buen trecho, se exige haber cursado la enseñanza media o su equivalente; en México, un analfabeta puede perfectamente ser electo diputado.
Y en la práctica, ¿cuáles son las características de la chamba de diputado, aparte de servir de levantadedos y ruidosa carne de cañón en los alborotos del Congreso?
Dentro de una perspectiva realista, lo que le ofrece un partido político a un candidato a una diputación es lo siguiente:
-Trabajo sencillo.
-Percepción bruta anual: 1 millón 557,160 pesos para el 2020.
-Prolongadas vacaciones.
-Si no es eficiente no importa.
-Se permite dormir en el trabajo.
-Se permite llegar tarde al trabajo.
-Se permite faltar al trabajo.
-Puede atender asuntos personales en el trabajo.
-Amplia posibilidad de desarrollo de acuerdo a la velocidad de flexión de su columna y su carencia de escrúpulos.
-Inmunidad frente a las autoridades: puede escandalizar en la vía pública, agredir y golpear policías si intentan detenerlo y de paso, si así lo desea, puede orinarse en la calle.
Ciertamente, en el Congreso existen algunos integrantes muy competentes y altamente calificados, eso es innegable. Lamentablemente son pocos. También lamentablemente, no son ellos los que toman las decisiones ni determinan la conducción de una bancada. Las ordenes son de unos cuantos, de la nomenklatura de cada partido, y la conducción que se ejerce obedece, fatalmente, a criterios inmediatos, de grupo o partidistas.
Esa es la incómoda realidad. Y mientras esa no cambie, pocas esperanzas tenemos los ciudadanos de a pie.