Héctor Suárez, un pincel de nuestra cultura

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Algo de lo que más disfruto es leer prejuicios e imaginarme desplantes. Por ejemplo sobre la muerte de Héctor Suárez no faltan quienes creen que su trayectoria se reduce a lo cábula y entonces fruncen la nariz en señal de que les gusta otro tipo de cine (esas poses son iguales a quienes se ostentan como lectores publicando libros aunque jamás, jamás, hablan de ellos por no decir los reseñan, que sería mucha cosa).

Héctor Suárez podrá o no gustarnos, eso sí. Pero fue un gran actor e intervino sin duda en al menos dos de las mejores 100 películas del cine mexicano. Él participó en varios lienzos que recogen parte de la cultura del mexicano (dijo parte en efecto, porque esto no se reduce a los “ñeros”). Pero como pocos dominó el idioma, el albur si lo entendemos como una cultura y en no pocas ocasiones también recuperó lo mejor de la carpa con la crítica política. También con él podemos entender al cabrón haragán y ventajoso que se abre paso con la mentalidad que alguna vez sintetizó Octavio Paz: la de chingar o ser chingado.

En varias cintas en las que él participó también está el retrato de la doble moral y la pose de los mexicanos, tan dados a pavonearse con virtudes imaginarias para esconder sus reales miserias. Y hacer de eso humor, no cualquier, me cae, no cualquiera.

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