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jueves 07 noviembre 2024

Hernán Gómez: burro del revanchismo

por Óscar Constantino Gutierrez

En alguna época conocí a un sujeto que, para identificarlo, lo llamaremos el enano racista. Petizo y obeso, era la descripción de manual de un protofascista: carrera trunca, sus padres lo detestaban, resentido, diría un marxista que era lumpen ario. De hecho, su principal motivo de orgullo era su raza criolla, la que solía invocar para descalificar a la gente: “moro”, “mestizo”, “negro” y otras lindezas frecuentemente salían de su boca de orco. Pero, como el erizo del verso de Arquíloco, aquel gnomo maligno sabía hacer una cosa muy bien: escribir. Era el Marcial Maciel de la narrativa: redactaba como los ángeles, pero para todo lo demás era un miserable, un maldito demonio.

Su virtud de erizo lo llevó lejos, lo hizo famoso, le consiguió premios, le dio la respetabilidad que su origen social y naturaleza humana le habían negado. Sus actos juveniles de skinhead estaban olvidados, nadie recordaba que había incendiado el local de metal de un boletero de lotería, mientras el pobre hombre dormía dentro. Tampoco se recordaban sus cuentos racistas publicados en diarios, contra las parejas que lo habían engañado y sus corneadores. Ya instalado en la notoriedad, incluso se daba el gusto de escribir columnas políticamente correctas, escudado en que la fama da autoridad moral.

Pero no todos los enanos racistas saben hacer algo bien. Algunos no son zorros, ni erizos, más bien son como los burros, que sirven para jalar bultos sumisamente. Uno de ellos es Hernán Gómez Bruera, un sicario inflado por los medios y el oficialismo, que se dedica a hacer propaganda televisiva con cargo al erario, un Squealer sin la gracia del personaje de Orwell ni el talento del Molotov en que se basa.

Hernán Gómez es hermano del humorista Facundo. Se supone que Hernán es el académico y Facundo el cómico, pero el doctor en Desarrollo ha pasado de ser académico a fungir como vocero del nuevo régimen y, a últimas fechas, ha transmutado en propagandista televisivo que intenta ser gracioso. Y hay que plantearlo claramente: Facundo puede ser chistoso o no, pero sabemos que su función es echar relajo y hacer reír, lo de Hernán es una tragedia, es el favorecido que estudia postgrados en Países Bajos y Reino Unido, pero que maldice el privilegio que le permite tener espacios para denostar al sistema que le dio algo de relevancia. Critica la blancura como criterio de casta, pero es evidente que sus opiniones no serían publicadas ni escuchadas por su calidad, cumple el rol de güerito fresa renegado que quiere verse progre.

@LaMaromaEstelar

Si alguna utilidad tiene Hernán es que nos revela el México discriminador y racista. Como mantra, torpemente repite que no hay racismo inverso, pero eso no implica que sus expresiones no son parte de un discurso de odio y venganza. Pretende usurpar el papel del Marcos, fungir como el rubio subcomandante que dirige y redime a la masa discriminada. Va y ofende al ITAM y a los itamitas y, en lugar de un fusil de palo, su herramienta es un programa de televisión pagado con recursos fiscales, en un medio público. Hace propaganda política oficialista con cargo al erario, lo que es malo, pero resulta peor que esa propaganda sea de odio a una clase social y aspecto físico.

Los medios públicos se financian con nuestros impuestos y son para hacer televisión de calidad: que una, no que divida. Ana Francisca Vega preguntaba hoy mismo en Twitter, respecto a ese “programa de televisión pública, esa que se hace con los impuestos de los mexicanos”: “¿Cómo es posible que hoy siga al aire? ¿Cómo es posible que no se le pida la renuncia al director del canal?”.

Insulta la exageración del discurso progre, que pretende retratar a México como si fuera la Sudáfrica del apartheid. Si, en verdad, a estos propagandistas del oficialismo les interesara que la discriminación se abatiera, buscarían canales de educación para la paz, no para el encono y la división, que lleva al revanchismo. Apuntar, con índice de fuego, a una escuela privada por la clase social y características de las personas que la integran, es una torpeza, no es gracioso y, peor aún, es inútil para cualquier propósito equitativo: el ITAM no va a cambiar porque un bodrio televisivo critique su supuesto clasismo, la sociedad no se va a conmover porque en esa bazofia audiovisual se señale al privilegio blanco.

Como en el caso del enano del comienzo de este texto, el racismo no es siempre un asunto de clase económica: desde ahí comienza el error de los progres que mezclan un asunto formativo con otro de ingreso. Privilegiados siempre habrá, el tema es cómo se le pueden facilitar oportunidades a los que padecen desventajas. Si hubiera honestidad intelectual en los propagandistas, su crítica debería ir dirigida a los gobiernos que poco hacen para que la gente tenga movilidad social, que cancelan becas, disminuyen sueldos, cierran guarderías, limitan el acceso a medicamentos, restringen proyectos de investigación y posgrados en el extranjero —como los que, en su momento, beneficiaron a Hernán—. Si les molesta el clasismo y la discriminación, esos problemas se atienden con educación e infraestructura, no fustigando a una escuela privada por ser fifí.

Lo peor es que la estupidez nos cueste a todos: gastar dinero público en odiar gente es un insulto para quienes necesitan una operación, medicinas o una beca y el gobierno les dice que no hay recursos para ello. Por eso las peticiones de Ana Francisca Vega son legítimas: dejen de desperdiciar dinero de los contribuyentes en discursos de odio. De eso deben responder Hernán Gómez y el director de Canal Once.

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