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jueves 26 diciembre 2024

La Constitución ha muerto (II, y última parte)

por José Ramón López Rubí Calderón

Son tiempos políticos oscuros. Porque crece el autoritarismo y porque con él decrece la transparencia, con lo que vuelve a crecer todo tipo de corrupción. Contra la oscuridad política mexicana hay que ganar claridad mental. Y para ganar esa claridad sobre el presente hay que entenderlo históricamente: entender el pasado del que viene. Por eso recordemos la primera parte del análisis:

Está la Constitución de 1857, sobreviviente tras las guerras de Reforma e Intervención francesa; por los problemas de la “república restaurada” –gobiernos de Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada y la oposición armada de Porfirio Díaz- se llega al porfiriato, la dictadura de Díaz. Dictadura con (re)elecciones porfiristas. El porfiriato mata a la Constitución. Contra la dictadura porfirista se hace la Revolución. La Revolución hace otra Constitución, la de 1917. Por los problemas de la Revolución –desde el asesinato de Carranza y la elevación del obregonismo- se llega al priato, el régimen autoritario del PRI, etapa del régimen posrevolucionario del partido oficial (PNR-PRM-PRI). El PRI hegemónico mata a la Constitución. O la remata. Contra el régimen priista y sus elecciones autoritarias se abre una transición democrática basada en lo electoral. Por los problemas de la transición y la postransición –ésta los gobiernos de 2000 a 2018- se llega al obradorato. Y el obradorismo mata a la Constitución, regresando a un régimen autoritario que representa otro tipo de priismo, el priismo obradorista.

¿Qué es una Constitución muerta? No significa que no haya ninguna Constitución de ninguna forma, no exista un documento con ese nombre o haya desaparecido física y totalmente. La expresión se refiere a cómo existe la Constitución (y cómo no): sin plena vigencia en realidad, con partes violadas y otras ignoradas, reformable a gusto de una fuerza política, reformada al capricho de dicha fuerza y, sobre todo, como texto sin efectos democráticos suficientes. Eso es una Constitución muerta, “democráticamente” muerta, y esto quiere decir no que murió por y para la democracia sino que la asesinaron en su nombre. Se necesita, en algún grado, una previa división fáctica del poder político para que sea realmente posible y políticamente obligado activar y sostener la división funcional del poder que prescribe la Constitución. El formalismo y/o acontextualismo de algunos abogados les impide ver estos fenómenos políticos, no jurídicos, sí reales. La Constitución mexicana ha muerto. Murió en noviembre de 2024.

Son varias las causas de la muerte:

  1. Ya fue aprobada la reforma judicial original –original de AMLO.
  2. A ésa se le añadió otra reforma que fue su efecto político inmediato y la empeoró aún más (a la originaria): la “supremacía constitucional”, eufemismo para “supremacía obradorista”. De eso se trata: de la supremacía política de un partido respecto a la Constitución. Según el doctorado sin doctor Ricardo Monreal, esta reforma protege a la Constitución frente al poder Judicial, implicando una supuesta supremacía de la Corte contra la Constitución, pero lo que en verdad hace es proteger el poder obradorista y el proyecto hegemónico de Morena. La reforma vulnera derechos ciudadanos y deja inoperante a la Suprema Corte sobre la constitucionalidad. La inimpugnabilidad de las reformas obradoristas como nuevo texto constitucional es una de las estocadas  contra el régimen democrático, uno de los tiros de gracia contraconstitucional.
  3. No sólo renunciaron en medio de un absurdo formal todos los ministros independientes o críticos, para no participar en elecciones falsamente populares, sino que serán reemplazados por militantes formales o informales del obradorismo, por medio de esas elecciones controladas por el partido oficial. Elecciones autoritarias, no democráticas.
  4. Se desestimó el ahora famoso proyecto del ministro González Alcántara Carrancá (incluido en el hecho el giro político del ministro Pérez Dayán), con lo que se aseguró que todo saliera mal… Si el proyecto hubiera sido aprobado por una mayoría, hubiera sido desacatado por el obradorismo: mal, y hubiera empeorado la crisis constitucional. Si lo hubieran aprobado e hipotéticamente lo hubiera obedecido el obradorismo, mal también: no se habría resuelto nada, ya que de todos modos el oficialismo hubiera obtenido el control total de la Corte, y sólo se habría pospuesto lo demás, el resto del mal. Pero desestimaron el proyecto y la reforma judicial sigue como estaba: mal. Todo mal. El resultado hubiera sido, con distintos ritmos, el mismo: la muerte constitucional.
  5. Por último, pero muy importante, ya no existe una dispersión o distribución del poder político suficiente para hacer de la Constitución la referencia normativa o una de las referencias normativas para la lucha por el poder del Estado y de la vida pública. Esta situación no va a cambiar ni a favor de equilibrio alguno ni a favor de la oposición: para eso querían y para eso hacen sus reformas los obradoristas.

Repito, es tan complejo como sencillo: 1 + 2 + 3 + 4 + 5 = Constitución muerta.

La “buena” noticia es que la crisis constitucional ha terminado. La mala es que terminó porque terminó también la vigencia democrática de la Constitución. Sí la hubo, pero no hay más crisis constitucional, porque ha sido sustituida por la muerte constitucional, por una Constitución sin vida democrática.

Muerta la Constitución, está casi terminada la transición autoritaria o cambio de régimen democrático a régimen autoritario. Sólo falta la reforma electoral: la reforma “definitivamente” obradorizadora del sistema electoral.

Extra: usé la palabra “definitivamente” entre comillas porque nada en la política es absolutamente definitivo. Nada es verdaderamente eterno. Lo que tampoco quiere decir que no haya nada duradero o tardado. La oposición mexicana en general debe entender ambos detalles, además de entender el pasado y el presente, para empezar a pensar cómo preparar las bases sociales para en su momento iniciar una nueva transición democrática. Digo, si de veras es una oposición prodemocrática… Porque en un régimen autoritario la “oposición” de partido puede ser transformada en un “buen” negocio por largo tiempo. Ese riesgo existe desde hoy.

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