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Por Wendy Fernández Martínez

Celebrar el cumpleaños número tres de tu hijo en el salón de fiestas de la colonia no es lo mismo que organizar todo un evento en el Palacio de Bellas Artes.

Hace algún tiempo, uno de mis clientes eligió este sitio para llevar a cabo su fiesta de fin de año. Yo no era su event planner, sin embargo estaba muy comprometida con el cliente, con el equipo de trabajo y con todo aquello que representara éxito para el proyecto.

Haber participado tan de cerca en la logística de aquel evento me hace dudar de la teoría de los actuales funcionarios de la Secretaría de Cultura, quienes pretenden hacer creer a la opinión pública que fueron engañados respecto del objetivo y alcances del concierto celebrado recientemente en Bellas Artes para agasajar al líder religioso de la Luz del Mundo.

Y es que, si bien no se trata de los mismos funcionarios que conocí, resulta que el recinto -al igual que otros inmuebles públicos o privados- se renta a particulares para llevar a cabo eventos de índole diversa, por lo que quiero creer que aquí la administración pasada sí dejó un protocolo para estos fines.

Conseguir fecha disponible en diciembre era el primer reto, por eso el tiempo de anticipación era clave en este venue. Un contrato de por medio, lo normal. Me puedo imaginar lo quisquilloso, pero necesario, del documento, habida cuenta del valor artístico y cultural del edificio y de la obra que resguarda. Un pago justo, naturalmente: si bien los edificios públicos no viven “de sus rentas”, sí constituyen un ingreso considerable.

Hasta aquí todo bien, la fiesta sería en Bellas Artes, ¡qué felicidad!

Pero conforme se acercaba la fecha empezaron los dolores de cabeza. Para entonces yo era cercana a la compañera que estaba a cargo de la logística, así que la apoyé durante el proceso.

La funcionaria de Cultura, mi compañera y yo recorrimos una y otra vez el palacio, emulando el programa del evento. Por esta puerta, a esta hora entran los músicos; por aquella entrada, a tal hora ingresan tus invitados; a partir de tal momento, por aquel acceso, puedes traer los regalos, cuyas dimensiones no deben sobrepasar… la lista de restricciones era inmensa. Y seguía la funcionaria: como bien sabes, a partir de tal fecha, las obras musicales ya no están sujetas a pago por derecho de autor, sin embargo la asociación de intérpretes enviará a un delegado para supervisar que tu programa de música ambiental… De todos modos necesito el repertorio completo de lo que estés considerando que el saxofonista va a interpretar en el vestíbulo mientras ingresan tus invitados… Los extintores, las conexiones eléctricas, si vas a hacer uso de radios, recuerda que el equipo de cómputo… Parecía no tener fin.

En mi área de competencia me preparé para la ocasión. Publiqué varios artículos sobre el edificio, su historia, su importancia arquitectónica, sobre el ballet de Amalia Hernández (con lo que abría el programa de nuestro evento), sobre Rivera, Montenegro y O’Gorman. Yo quería que mis lectores estuvieran informados, qué tal si, a la mera hora, llegaba la funcionaria y les hacía examen…

El programa de mano fue otra historia, al igual que las invitaciones y todo aquello que se publicara, análogo o digital, era sujeto a minuciosa revisión, visto bueno y autorización desde el vigilante hasta Cristina García. Bueno, no tanto, pero casi. Para el programa elegí un diseño estilo art déco, aquí se consignó todo lo relativo al protocolo del evento, pero también lo que la funcionaria indicó: el directorio del INBA, el crédito de los bailarines, los empleados sindicalizados, de iluminadores hasta tramoyistas, técnicos, etcétera.

Llegó el día. La funcionaria estaba en su papel: impedir a toda costa que alguna imprudencia de parte nuestra mancillara el preclaro recinto y su reputación.

Mi compañera se sintió rebasada, así que decidió mezclarse entre los vestidos largos de las asistentes. Pero esto no iba a detener a la funcionaria, quien optó por utilizarme como mensajera: dile a tu amiga que no quiero aquí esta mesa, qué hacen ahí esos regalos, el recorrido por los murales empieza en tres, dos…

Finalmente los asistentes disfrutaron el lugar y el programa. Casi todos, hubo uno, el anfitrión, que tuvo que recibir uno de los mensajes de la funcionaria. Como en casi todas las fiestas de fin de año, se organizó una dinámica para entregar regalos entre los invitados; cuando el maestro de ceremonias estaba a punto de pedirle al primer agraciado que pasara al centro del vestíbulo a recibir su iPad, la funcionaria montó en cólera y me dijo: esto no va a ocurrir. Not today, diríamos en tiempos de GOT.

Así se lo hice saber al anfitrión, quien estoico acató la orden y se comprometió a enviar los regalos posteriormente. Despidió a los invitados, se me acercó y me dijo en voz queda: son unos sepultureros, no lo volvemos a hacer aquí. Respiré aliviada.

Me pregunto por qué esta profesional del marcaje personal no estaba en Bellas Artes el miércoles 15 de mayo de 2019.

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