Retomo las acertadas reflexiones de Héctor Aguilar Camín en artículos recientes sobre cómo valorar a la oposición desde la disidencia, es decir, por parte de quienes no cierran filas con Morena.
Y es que desde el anti-morenismo hay muchas voces condenatorias y sumamente críticas hacia la oposición, a la que le atribuyen toda la responsabilidad de su débil situación actual.
Desde luego no justifico los errores y faltas en que ha incurrido la oposición desde hace varios años, y que en buena parte explican el triunfo del populismo bolivariano en México, en 2018. Pero esa no es la única variable que explica dicho suceso. Veamos. Primero las fallas.
Es cierto; el PRI y el PAN, ya actuando en una democracia (desde 1997), hicieron poco contra la corrupción, contra la impunidad y contra la desigualdad social.
Su derrota en 2018 no se debió tanto a la llegada de una figura providencial y altamente carismática – como sostienen los obradoristas-, pues de haber sido así, Amlo hubiera ganado con gran ventaja desde 2006 o en 2012 con gran ventaja (sus fanáticos rondaban en el 25 %, insuficiente para ganar).
Si lo hizo en 2018 con gran ventaja, no fue tanto por su presunto carisma, sino más por la decepción hacia el PRI y el PAN en sus gobiernos (y también por el pleito entre estos partidos en 2017 debido a la elección de Coahuila, que le puso tapete rojo a Amlo).
El gran poder con que llegó el macuspano le permitió ir concentrando cada vez más poder, mismo que utilizó para ir desmantelando la democracia, de acuerdo a la directriz bolivariana del Foro de Sao Paulo.
Pese a lo cual, en 2021 la oposición en conjunto recuperó 55 diputaciones que alejaron a Morena de la mayoría calificada que rascaba desde 2018, así como varias plazas en su bastión capitalino.
Lo cual hizo pensar a muchos que Morena iniciaba su caída, y la oposición su recuperación. Eso pudo haber ocurrido de haberse mantenido la democracia electoral construida al menos desde 1997.
Pero justo ese golpe electoral a Morena provocó que utilizara su aún gran poder para cooptar a las instituciones electorales e iniciar una gran elección de Estado para 2024.
Recuérdese la campaña muy adelantada, los cientos de espectaculares por todo el país, las visitas de sus “corcholatas” pagadas con dinero público, el clientelismo basado en los programas sociales y recursos humanos gubernamentales (los ‘servidores’ de la Nación).
Así, en 2024 la oposición no se enfrentó a la coalición gobernante sino al Estado mismo (tal como lo decían los panistas en los años sesentas; ‘no competimos contra el PRI, sino contra el Estado’).
Se registraron también varios ilícitos durante la elección misma, si bien no parecen haber sido determinantes en el resultado (pero sí incrementaron la votación de Morena artificialmente).
Pese a lo cual, la oposición obtuvo un no despreciable 45 % del voto legislativo frente al 55 % del bloque gobernante.
Pero a la oposición se le arrebató cerca del 20 % de sus diputados cuando los ya cooptados INE y TEPJF, para darle mayoría calificada a Morena, utilizaron dos criterios distintos para interpretar el mismo artículo 54 constitucional (pues con cualquiera de los dos no se alcanzaba dicha mayoría), cometiendo así un abierto fraude constitucional (el ‘golpe de Estado técnico’ del que hablaba Amlo).
Y con eso se dejó a la oposición sin el porcentaje para impugnar ante la Corte leyes anticonstitucionales (33 %).
No es pues la oposición la única responsable de su actual impotencia y debilidad. Es que ya no existe la democracia – hasta nuevo aviso-, y eso debilita y margina a la oposición y la disidencia, al margen del apoyo ciudadano que tenga. Y con la próxima reforma electoral, quedará aún más borrada.