La percepción contra la realidad en las elecciones

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Han arrancado ya las campañas electorales en México. Desde el primer minuto del sábado 31 de marzo se comienza a vivir una etapa que, en la realidad, nunca ha estado suspendida. México, por su composición, vive en campaña casi permanente. Por ello las últimas reformas legales han buscado, entre otras cosas, homologar los tiempos electorales.

Precisamente este es uno de los ejemplos de cómo en México se combate día a día entre la percepción y la realidad.

Otro de esos ejemplos son las encuestas en medio de las campañas electorales. Resulta increíble cómo, si se supone que los ejercicios demoscópicos se apegan a una metodología científica, pueden arrojar resultados tan distantes entre sí. No parece haber una explicación más allá de la clásica que nos dice que las encuestas son pagadas al gusto del cliente y por tanto colocan una realidad a modo de quien las haya contratado. En ese sentido, más que reflejar la realidad, las encuestas buscan influir en la realidad a partir de la percepción.

La arena de las redes sociales, novedosa en las campañas como un escenario de gran influencia no se escapa a esa lucha entre percepción y realidad.

Desde escándalos internacionales como los de Cambridge Analítica, que buscó generar a partir de noticias falsas una percepción que influyera y manipulara la realidad hasta orientarla en un sentido determinado, el incremento en las Fake News y otras metodologías elaboradas se dan muchos intentos por engañar la realidad o modificarla a partir de la percepción.

Por ejemplo, vemos candidatos con miles de seguidores en redes sociales, pero cuando lo sometemos a un análisis riguroso nos damos cuenta que, en muchos casos, gran cantidad de ellos son de países o regiones distintas a donde están compitiendo. En verdad, ¿resulta creíble que en un país asiático, por ejemplo, haya miles de personas interesadas en seguir las propuestas de algún candidato a un cargo de elección popular en México? Por supuesto que no. Esto se debe a que se contratan empresas que “dan seguidores” a los candidatos.

Estos seguidores no darán votos a los candidatos, pero dan la percepción de popularidad y aceptación, a partir de la cual pretenden construir un discurso mediante el que se impacte la realidad a favor de los candidatos.

Hace unos días, el periódico Reforma dio a conocer la proporción entre seguidores reales y bots de los candidatos en Twitter, siendo todos ellos partícipes del uso de este tipo de seguidores falsos para alterar la percepción de su popularidad y con ello la realidad de su campaña. En particular, por ejemplo, en el caso de Andrés Manuel, estas empresas no solo dotan de perfiles falsos para apreciar una supuesta supremacía del candidato en las redes, además se presume la existencia de centros operativos donde sistemáticamente se acosa y ataca a quienes cuestionan al candidato o resultan críticos a sus propuestas.

Este mismo juego de la lucha entre la percepción y la realidad se da en los aspectos tradicionales de las campañas. Eventos, por ejemplo, de todos los candidatos y partidos que se llenan a reventar sin importar si la gente es trasladada de regiones distintas o si acuden por simpatía con el candidato o por alguna compensación por su asistencia.
Se da también en el manejo de cifras, donde resulta, por ejemplo, que algún candidato puede afirmar, con los mismos datos, que con los gobiernos de su partido creció la economía mientras otros fundamentan que fue un caos. Lo mismo en delincuencia, inseguridad o cualquier otra variable que resulte importante a los ciudadanos.

Tenemos también los juegos en donde se hacen renuncias de personalidades o grupos a institutos políticos o su incorporación a nuevos proyectos, aun cuando todos puedan saber que dichos personajes cuentan con una imagen desgastada o que no representan lo que dicen representar, se busca generar la percepción de un desfondamiento de los adversarios a la par que se vende la ilusión del crecimiento propio.

Este juego de lucha entre lo real y lo imaginario se lleva, por último, al terreno de la propuesta y de la oferta política, en donde los candidatos son capaces de prometer casi cualquier cosa con tal de obtener votos.

Es ahí donde los ciudadanos tenemos que aprender a diferenciar los proyectos, aunque no es una tarea sencilla.

Cuando un candidato nos oferta alguna propuesta política tenemos que analizar en qué sentido corresponde con su historia, con su trayectoria, con las figuras que lo acompañan, para así poder entender que tan viable es que esa propuesta se materialice en una política pública.

Tenemos que tener también la capacidad de abstracción para ubicar los espacios políticos en los que ha actuado dicho candidato para preguntarnos si hubiera podido o no abonar a que dichas propuestas fueran una realidad y, en caso de que así sea, es válido preguntarnos por qué no lo hizo antes.

Se requiere también analizar la propuesta en sí. Entender que vivimos en un mundo material donde todas y cada una de las propuestas en materia de política pública tienen que tener una referencia presupuestal si queremos que se concreten. Es decir, en cada propuesta tenemos que preguntarnos, cuánto cuesta, si se tienen los recursos para realizarla y si no se tienen de donde pretenden obtenerlos, de lo contrario es demagogia pura.

Vamos a vivir campañas intensas. La legislación electoral aún prioriza los spots ante otras formas de campaña que pudieran resultar más profundas y propositivas, de mayor contraste. En spots de treinta segundos, todos los candidatos nos dirán que acabarán con la delincuencia, la inseguridad, que mejorarán la salud, la educación y la economía, que sacarán a México adelante y que construirán un mejor mañana.

Poco alcanzará ese tiempo para que nos digan lo sustancial, por ejemplo, en qué lo harán distinto a sus adversarios, cómo lo lograrán y qué garantías tenemos de que lo cumplan.

Ante esa carencia proporcionada por el mismo formato de las campañas, tenemos que aprovechar las nuevas tecnologías para exigirlo a todos los actores políticos y tomar nuestra responsabilidad ciudadana de votar más allá de simpatías y lugares comunes, tomándonos el tiempo de informarnos y desarrollar análisis más profundos que nos permitan emitir un voto orientado.

Lo que está en juego es México, nuestro futuro y el de nuestros hijos. Eso es lo que se disputa, no quién de cuatro aspirantes ocupa un cargo. De ese tamaño es la seriedad que le debemos dar.

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