En política, como en la vida, un elemento fundamental tiene que ser la capacidad de asumir responsabilidades sobre lo que se hace o lo que se deja de hacer.
Uno de los grandes males de la sociedad mexicana es, precisamente, que no se tiene responsables sobre hechos concretos y dolorosos de la vida nacional y, sobre todo, no se asumen consecuencias. En el mejor de los casos, se sanciona a simples chivos expiatorios que sirven para entregar un culpable al público dejando intactas las responsabilidades de personalidades más importantes en los temas políticos.
Así, por ejemplo, pudimos ver la pérdida de vidas humanas en el socavón del Paso Express, obra recién inaugurada por el gobierno federal, con responsabilidades mínimas para la empresa que efectuó las obras pero con una impunidad casi absoluta para los altos funcionarios que la llevaron adelante, como una obra importante de infraestructura nacional, que colapsó al poco tiempo de haber sido puesta en marcha.
Podemos seguir hablando de proyectos mal realizados, como la línea 12, la nueva sede del Senado de la República, la Biblioteca Vasconcelos, sin mayor responsabilidad para quienes los ejecutaron y los funcionarios que debieron supervisarlas, o incluso de elementos aún más graves como el desvío de recursos por parte de gobernantes o dependencias de gobierno, en cantidades escandalosas, pues se habla de miles de millones de pesos que salieron de las arcas públicas sin que “nadie se enterara” y sin sanción para los principales responsables.
En algunos casos, gracias al cambio en los gobiernos, se ha logrado encarcelar a ex gobernadores, pero, evidentemente, los desvíos de sumas tan importantes de dinero no se pueden entender sin complicidades al más alto nivel de la autoridad federal, en dónde no ha habido sanciones más que para funcionarios menores.
Todo lo anterior va generando un país en donde todo pasa y no pasa nada.
Hoy, la mayoría de las encuestas presentan un claro puntero. No soy de los que crean que su triunfo es inevitable, pero me parece que, como aquel que ahora encabeza las preferencias electorales, debe ser sometido a un escrutinio minucioso por parte de la sociedad para tratar de visualizar, con la mayor claridad posible, que representaría su triunfo electoral, en caso de concretarse.
Particularmente, en la parte de la no corrupción, es donde muchos encuentran la mayor fortaleza de Andrés Manuel. Decía en una mesa de debate Héctor Aguilar Camín a quien, por supuesto, nadie podría tildar de obradorista, que es su mayor carta de presentación, no ser corrupto.
Los que comparten esta idea la basan en que, en años de escrutinio público, no se ha podido comprobar a Andrés Manuel un enriquecimiento desproporcional, vive en la medianía en comparación con una clase política, en muchos casos voraz, que, a partir de su paso por el poder público llegan de pronto también a las listas de nuevos ricos de México y argumentan además que no se ha podido demostrar un acto de corrupción directo por parte de AMLO.
En lo particular, difiero de quienes sostienen esta teoría. Me parece que no se sostiene y que no profundiza en lo esencial.
Por un lado se argumenta que AMLO no vive una vida de lujos sin entender, a mi punto de vista, que no todos los seres humanos ocupan la riqueza para los mismos fines, lo argumento en un ejemplo.

Imaginemos que a dos personas les pueden dar, por poner una cifra, cien mil pesos. Sigamos imaginando que una de ella lo emplea en la compra de joyería. Esto sería evidente a todo aquel que pudiera verla utilizándola. La otra lo utiliza, por ejemplo, en un viaje al extranjero, incluso se hospeda en hoteles austeros para ampliar los puntos que pueda conocer y recorrer. Al regresar del viaje, no queda una sola huella “visible” del uso de ese dinero. Pero ambas recibieron la misma cantidad, sólo que los intereses definieron en que la utilizarían y que tan notorio sería esto.
Traducido a lo político, pondré otros dos ejemplos:
Peña Nieto vivía en una casa de varias decenas de millones de pesos que le fue entregada por una empresa a la que asignó importantes contratos como gobernador del Estado de México y, posteriormente, como presidente de la República. Además, su esposa, presumió la mansión en una revista de sociales, importante en México, evidenciando la vida de lujo y de riqueza del matrimonio presidencial.
Las huellas de un acto de corrupción eran evidentes, vulgares. El lujo y la ostentación son ofensivas, más en un país con tantas desigualdades económicas.
Andrés Manuel no tiene, ni por asomo, una propiedad de esta naturaleza, pero lleva más de doce años, desde que salió del Gobierno de la Ciudad de México, sin comprobar de manera fehaciente de qué vive.
Pero más aún, lleva todo ese tiempo recorriendo el país, de manera tenaz e incansable. Cada recorrido implica gastos para él y la pequeña o gran comitiva que lo acompañe, traslados, gasolina, vehículos, refacciones.
No sólo eso, en los lugares a que llega realiza eventos más o menos masivos. Quienes conocemos del tema sabemos que cada evento requiere el montaje de una infraestructura mínima, además de traslado de gente a los eventos que, suponiendo que no reciban nada por asistir, al menos deben ser apoyados con transporte para sus traslados. Propaganda previa a los mismos y un sinfín de gastos.
La suma de todo lo anterior, nos sorprendería, seguramente sería mucho más elevada que varias casas blancas de Peña Nieto, una parte pagada con recursos públicos de partidos políticos que lo han apoyado, pero otra sin comprobar origen ni montos. Lo que pasa es que la mayoría de estos gastos no se reportan y muchos, la mayoría, son intangibles.
¿Cuántos operadores ha tenido todos estos años AMLO en todo el país para preparar estos eventos que, por supuesto, no se organizan solos? Incontable. ¿Cuántos reciben salario por ello? Incalculable. ¿Son salarios reportados o apoyos en efectivo?, ¿temporales o permanentes? Nadie puede tener ese dato.
Insisto, alcanzaría para muchas casas blancas. La diferencia es que Peña tiene la aspiración de vivir en un lugar así, Andrés no, Andrés tiene la aspiración de ser presidente y cada quien gasta en lo que a cada quien interesa, pero las cifras, en ambos casos, me atrevería a decirlo, son descomunales. Y, en ambos casos también, no tienen una explicación creíble en ingresos lícitos y bien documentados.
López nos dice entonces que, de llegar al poder, combatirá la corrupción con su ejemplo. Pero cuando el ejemplo no alcanza, su política es la del deslinde.
Se le ha permitido esta argumentación y eso permite que hombres de la talla de Aguilar Camín, crean que su fuerte es ser una figura no vinculada a la corrupción.
Gustavo Ponce, su Secretario de Finanzas en el GDF era cliente VIP en el Hotel Bellagio y en los principales casinos de Las Vegas. Jugaba cantidades descomunales de dinero cada semana. El ejemplo de Andrés no existió entonces o fue insuficiente. Lo que sí ocurrió fue una política de deslinde. Ponce a la cárcel y AMLO no asumió responsabilidad política, nos dijo que querían dañarlo, se victimizó. Jamás se nos explicó como un gobernante podía no notar estas evidentes ausencias de uno de sus hombres más importantes en el gobierno. Sólo se deslindó de él.
Su hombre fuerte en la primera etapa de su gobierno en el entonces Distrito Federal, su secretario particular, René Bejarano, captado recibiendo sumas importantísimas de dinero en efectivo, al igual que otro cercano, Calos Imaz, quien era esposo de la hoy candidata Claudia Sheinbaum, encargada de la construcción de los segundos pisos. El dinero provenía de Carlos Ahumada, quien narra que la ruptura vino, precisamente, a partir de que este dinero, que le habían dicho que le garantizarían la realización de dicha obra, fue tomado pero el compromiso no fue cumplido.
¿Qué vino de Andrés? El deslinde. Un ave que cruza el pantano y no se mancha, dice él.
Lo mismo ocurrió con Nico, su famoso chófer, quien adquirió notoriedad al ser un chófer mejor pagado que la mayoría de los funcionarios de la administración de Andrés. Tan cercano a él que, aún en 2012, decidía por encima de los partidos quien subía al templete en los eventos del candidato presidencial. Posteriormente acusado de muy diversos actos de corrupción. Y vino de Andrés el deslinde.
A AMLO se le advirtió en su momento por pobladores de la zona, y está documentado, que los Abarca estaban logados al narco en Guerrero, dijo que no se podía meter, pese a ser candidato presidencial y una figura sin duda influyente en la toma de decisiones de candidaturas. Incuso acudió a hacer campaña con ellos, hay registro fotográfico de ello. Al estallar el escándalo de Ayotzinapa se deslindó y responsabilizó al PRD (del que ya se había salido) pese a que todos sabían que Abarca era propuesta de Lázaro Mazón, a quien Andrés impulsaba en ese momento para gobernador de Guerrero. Lázaro quedó sin candidatura y Andrés se deslindó.
Hoy, todos los involucrados en la trama de Ayotzinapa, que pagó el PRD políticamente, están en MORENA, Lázaro Mazón, Ángel Aguirre, Sebastián de la Rosa (a quién una comisión encabezada por Pablo Gómez, quien también ya está en MORENA, responsabilizó de apoyar a Abarca), todos con Andrés, todos de los que se deslindó y de los que, de ser necesario, se volverá a deslindar.
Eva Cadena es exhibida recibiendo dinero, en sus propias palabras en el video, para la campaña de Andrés, y, después de haber sido defendida a capa y espada por AMLO unos días antes cuando la gente en un mitin la acusaba de corrupta, vino lo que se podía esperar de Andrés, el deslinde. De nuevo era la mafia del poder que lo quería dañar.
No sólo pasa esto en temas de corrupción.
El nivel de deslinde y paranoia es tal que, hace unos días, Andrés publica un post en que dice que en sus eventos hay carteristas enviados “por la mafia del poder” para robar carteras y despojar a la gente de sus credenciales de elector.
No puede asumir siquiera la seguridad de sus eventos. Sí hay robos, tiene que ser una conspiración política al más alto nivel para dañarlo. Ni en eso puede tratar de asumir alguna medida de seguridad, de ser responsable. Es la mafia.
Lo mismo sí en sus eventos la gente cuestiona que designe como candidatos a personajes que en otros momentos combatieron y a quienes el propio Andrés llamó mafia del poder. No puede concebir que sea la molestia natural de una militancia indignada por decisiones que podrían ser incorrectas. No la gente, la que lo siguió desde el inicio, son infiltrados para dañarlos. ¿Quién los mandó? La mafia. Aun cuando cuestionan las candidaturas de los que antes eran esa mafia (según el propio Andrés) y hoy están con él. Deslinde de todo y de todos.
Bueno, deslinde hasta de sus hermanos cuando apoyan a un partido distinto al suyo.
Andrés presume a los cuatro vientos su alianza con la CNTE, pero si ésta agrede un evento de otro partido político ya no es responsabilidad suya, vino el deslinde.
¿Qué gobierno se puede esperar en estas condiciones?
¿Alguien recuerda una autocrítica de Andrés, algún momento en que reconociera, al menos, la posibilidad de un error suyo, ya no el error como tal?
¿Alguien recuerda a AMLO haciéndose responsable de sus decisiones, y de los personajes que ha impulsado?
Un gobierno así sería, sin duda, la continuidad de la ausencia de responsabilidades políticas y la creación de chivos expiatorios para que éstos sean los responsables de cualquier cosa que pueda salir mal. Un gobierno así, a mi entender, no sirve a los mexicanos ni para rescatar a México de la difícil situación en que se encuentra, menos aún para que el país crezca.
Necesitamos políticos que asuman responsabilidades en sus actos y una sociedad que los haga rendir cuentas y no acepte la salida fácil de: “hay aves que cruzan el pantano…”