25-01-2025

La visibilidad de Kaplan

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La atención del gobierno mexicano a la pandemia de covid, según diversas evaluaciones y comparaciones, fue trágico fracaso autoimpuesto. Los responsables históricos y morales son el expresidente Andrés López y el exsubsecretario Hugo López, pues ambos sistemáticamente minimizaron la amenaza y sostuvieron una retórica propagandística de supuesta cercanía con el pueblo. La circunstancia les ofrecía oportunidades para ocuparse del cuidado de los ciudadanos y las perdieron una a una. Llegada la vacunación se estableció un orden por grupos de edad que fue acompañado de más propaganda que, aunque absurda, convenció a muchos: que el ser universal y costeada con impuestos sería virtud del presidente; aunque fuera el esquema mundial. Mientras en otros países se debatía el problema real de priorizar a trabajadores esenciales —como los de limpia que nunca detuvieron sus actividades— en México se discutía un atavismo ideológico que quiso excluir de la vacunación inmediata a médicos privados. Ante circunstancias de personas indispensables, pero comúnmente despreciadas, Luciana Kaplan (1971, Argentina) ha dirigido un nuevo documental, Tratado de invisibilidad (2024), que se proyecta estos días en la Ciudad de México. En el filme, sin melodrama ni otra política que la de observar situaciones de personas de limpia, una de las informantes dice: “El sector más vulnerable somos nosotros”.

Con apego a los hechos del México actual la cineasta Kaplan exhibe por qué en casos generalizados la subcontratación —trabajar en una instancia y formalmente ser empleado de otra— es un grave problema. Al final del documental un texto cuenta que a pesar de una reforma laboral sobre subcontratación —del 23 de abril de 2021— tal práctica no desapareció. La contradicción es que propagandísticamente el gobierno, sus medios afines y sus intelectuales orgánicos celebraron la reforma como el fin de la subcontratación (según el texto esto no habría sucedido por rechazo del “sector empresarial”). No obstante, en Tratado de invisibilidad se documenta la subcontratación en instituciones y servicios públicos de la Ciudad de México, es decir dependientes del gobierno federal y local: barrenderos y recolectores de basura, así como personal del Metro, del aeropuerto Benito Juárez y de la Cineteca Nacional.

El documental presenta a personas de limpia en diversos lugares. Cinefotografía de Gabriel Serra Arguello.

La película registra protestas de trabajadores de limpia subcontratados en el Metro —quienes no habían recibido su pago hasta por dos meses— y que no eran escuchados ni por su empresa ni por los encargados del Metro o la Ciudad. Además, otro agravio hacia ellos es la constante desaparición o reconstitución de las empresas que subcontratan el servicio de limpieza, lo que deja a los trabajadores sin pagos adeudados y, por supuesto, sin indemnizaciones ni prestaciones. Con frecuencia los afanadores ni siquiera saben dónde se ubican las empresas para que laboran (sin jamás, en rigor, contratarlos). Las empresas cambian de razón social para que los trabajadores no generen antigüedad ni otros derechos laborales. Los informantes de Tratado de invisibilidad expresan que los fingidos cambios en las empresas se reflejan sólo en verse forzados a vestir nuevos uniformes. Esto y más es parte de la cara social de este documental de Kaplan, realizadora de quien es posible esperar un tema de interés, tratado con suficiencia y gracia, así como mucho más.

Un cliché —que no carece de fundamento— entre directores de documentales mexicanos es enfatizar la necesidad de crear un lazo de confianza con quienes se hace el documental, lo que parece lógico. Sin embargo, hay que tomar en cuenta que nunca la filmación —como tampoco la observación de un antropólogo— podrá pasar desapercibida, es inevitable que la intervención altere en algo movimientos, apariencia, lenguaje, gestos de las personas que son objeto de atención. En esto Kaplan encuentra una salida: sus imágenes y palabras son recurrentemente entrevistas explícitas, así busquen en ocasiones cierto aire de improvisación. Asimismo, la directora se muestra responsable ante las circunstancias de sus entrevistadas (la mayoría de quienes salen a cuadro son mujeres), pues vuelve evidente la conducción de audiciones con actrices para repetir lo dicho por sus fuentes y así proteger su identidad ante autoridades y subcontratistas. La materia que Kaplan busca está clara y por eso la película ofrece una visión coherente.

Tratado de invisibilidad aborda casos en que la subcontratación es un problema. Cinefotografía de Gabriel Serra Arguello.

Otro elemento de discusión propiamente cinemática es la elección del blanco y negro. Encuentro sospechosa cualquier producción contemporánea que toma esa decisión, pero en Tratado de invisibilidad hay una cuestión que salta a la vista: eliminar el color —en conjunción con el trabajo de montaje que pasa de un espacio a otro— dificulta la identificación de locaciones, lo que favorece el propósito de hacer notar que el documental refiere un problema generalizado, no algo que ocurra sólo en cierta área de la ciudad o a pocas personas. El recurso también le resta presencia a la variedad de la basura y desplaza lo que podría funcionar como reiteración del racismo mexicano, pues la tonalidad de piel y los rasgos étnicos se ven desplazados por situaciones, diálogos y acciones. Una de las trabajadoras afirma los contrastes: “Hay una gente que es muy amable […] me han dicho muchas veces que soy una india, que soy una patarrajada [..] o sea, nos agreden de una manera discriminación [sic]”. El uso del blanco y negro en Tratado de invisibilidad es un filtro para que prevalezcan las emociones y la empatía social sobre potenciales distractores.

Hay entrevistadas que revelan estar en calidad de “voluntarias”, es decir que dependen de propinas e incluso pagan por sus materiales de limpieza. Sin que se ahonde —pues no hay narración explicativa— esto apunta a eventuales actos de corrupción, pues aparte de la falta de salarios se habla de sustancias para limpieza escatimadas, rebajadas con agua, caducadas y de origen dudoso: “te queman las manos”, limpiadores probablemente comprados a proveedores cuestionables por subcontratistas en complicidad con burócratas, con manejos discrecionales de presupuestos. Así las trabajadoras terminan comprando sus “líquidos” ellas mismas, no como excepción sino como circunstancia constante.

Para proteger a informantes en algunos casos se las sustituyó por actrices. Cinefotografía de Gabriel Serra Arguello.

El documental recoge testimonios como el de una trabajadora que dice: “Me gusta aquí trabajar porque, pues, no es todo el día, no tienes quién te diga nada […] me gusta, pues, que nadie me mande, ¿no?, prácticamente, entonces ser dueña de mi propio tiempo”. Tratado de invisibilidad muestra también que las trabajadoras enfrentan supervisores gentiles y otros que las presionan, que padecen horarios extendidos al grado de imposibilitar la vida o que hay gente que las acosa sexualmente. Kaplan da espacio para lo que suele considerarse el lado humano: las relaciones familiares, el cuidado de mascotas, la esperanza del regreso del esposo migrante que ha vivido por un cuarto de siglo en Estados Unidos y sueños como “tener un puesto de comida” o ir a Houston como solución de salud. La directora documenta sin romantizar: reúne testimonios de lo que han pensado algunas afanadoras.

Al cine de Luciana Kaplan no se le reconoce un lugar central en la cinematografía documental mexicana. En esto juegan un papel tanto su origen nacional —lo que la coloca en condición extravagante— y que sus creaciones fílmicas no se rinden a rasgos acostumbrados en documentales para festivales, como la espectacularidad visual o la contemplación que resulta forzada aun cuando es hecha virtuosamente. No obstante, en el cine de Kaplan hay una inteligencia ordenadora y una sensibilidad palpable que son infrecuentes en el cine documental mexicano. En una de sus conversaciones, la interlocutora de Kaplan responde que si son atropelladas mientras barren avenidas muy transitadas nadie se hace responsable de su atención médica: “Nadie, nadie, a nadie le importa”. En contraste con burócratas, electos o designados, que construyen la farsa de la cercanía con el pueblo o de compatriotas que menosprecian y maltratan a las trabajadoras de limpia y son capaces de dejar basura doméstica en el Metro o su ropa interior entre butacas de la Cineteca; hay que celebrar que Kaplan —mexicana por decisión— haya vuelto su mirada, atención y trabajo hacia personas esenciales para la Ciudad de México.

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