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jueves 26 diciembre 2024

Las lecciones de Kennedy

por Pedro Arturo Aguirre

Este mes de octubre se cumplen sesenta años de la Crisis de los Misiles de Cuba. Durante dos abrumadoras semanas (del 16 al 29 de octubre de 1962) Estados Unidos y la Unión Soviética trepidaron al borde de la guerra nuclear. Hoy de nuevo las tensiones entre los principales ejércitos del mundo son incómodamente intensas. Putin amenaza con utilizar “todos los medios disponibles” para ganar una guerra a la cual el dictador ruso ya le ve tintes de lucha contra “el demonio de la decadencia occidental”. Biden declaró su preocupación por ver “por primera vez desde la crisis de los misiles” una amenaza directa al uso de armas nucleares. Cuando se llega a este nivel de tensión cualquier escalada incontrolada podría terminar en una catástrofe global. Precisamente, la crisis de los misiles de Cuba sugirió a tal posibilidad a través de errores de cálculo, mala información y accidentes. Famoso es el incidente del oficial naval soviético Vasili Arkhipov, quien vetó la decisión del capitán de un submarino nuclear ávido de lanzar un torpedo con armas nucleares en respuesta a un ataque con cargas de profundidad no letales disparadas por las fuerzas estadounidenses. Y según muchos especialistas en temas militares actualmente la inteligencia artificial y otras nuevas tecnologías como el desarrollo de las “armas autónomas”, si se implementan irreflexivamente, podrían aumentar aún más el riesgo de accidentes y errores de cálculo. 

Photo by National Archive/Newsmakers

Los trece días de la crisis de los misiles acarreó una profunda conciencia de la fragilidad de la condición humana. Fue un tiempo de pánico generalizado. La experiencia demostró como riesgos catastróficos globales pueden tener efectos impactantes en la salud mental y el bienestar de la población mundial. Por eso, entender las lecciones supuestamente aprendidas de la crisis de los misiles resulta vital para el futuro del planeta. Para el experto en geopolítica Graham Allison (autor de un interesante libro sobre la rivalidad entre China y Estados Unidos: La Trampa de Tucídides) la crisis de los misiles cubanos se ha convertido en el estudio de caso canónico en el arte de la “gobernanza nuclear”. A lo largo de las décadas transcurridas desde entonces, las lecciones clave de la crisis han sido adaptadas y aplicadas por los sucesores de Kennedy y Khrushchev. De las muchas disertaciones sobre este episodio casi apocalíptico Graham destaca varias ideas atemporales para lograr el control de armas. Ideas tales como la autolimitación de las potencias nucleares intimidadas frente a la Mutua Destrucción Asegurada (MAD, por sus siglas en inglés), concepto utilizado por los estrategas de la Guerra Fría para capturar la esencia de las condiciones objetivas donde una potencia nuclear no puede atacar a un adversario dueño de un arsenal nuclear robusto sin desencadenar una respuesta devastadora. 

Aquel octubre cubano llevó a las potencias a establecer una coexistencia pacífica. Una guerra nuclear no se puede ganar. Kennedy resumió en su propio intento de internalizar este hecho: “Si no podemos terminar por el momento con nuestras diferencias, al menos trabajemos por la subsistencia de un mundo seguro para la pluralidad”. Incluso Reagan entendió esta verdad radical, disruptiva y profunda sobre la imposibilidad de imponerse en un conflicto nuclear. Aunque Estados Unidos fuera “muy bueno”  y el “Imperio del Mal” (como Reagan célebremente llamó a la Unión Soviética) fuera terrible, estos dos enconados adversarios no podían combatir en una guerra nuclear o una guerra convencional a gran escala. 

Photo by Votava/brandstaetter images via Getty Images

Otra lección fue la necesidad de establecer comunicación eficaz y perentoria entre los líderes de los Estados con armas nucleares. Kennedy y Khrushchov desarrollaron un canal mediante el cual intercambiaban mensajes secretos utilizando a Bobby Kennedy y al embajador soviético en Washington, Anatoly Dobrynin. Gracias a ello se establecieron los términos de un acuerdo secreto para la resolución pacífica de la crisis, e inmediatamente después de haber zanjado tan delicado episodio se estableció una línea directa para permitir la comunicación telefónica directa y secreta entre los líderes (el famoso teléfono rojo).

Kennedy consideró como la lección más importante de la crisis de los misiles, la necesidad de evitar arrinconar al adversario: “Sobre todo, mientras defendemos nuestros propios intereses vitales, las potencias nucleares deben evitar confrontaciones donde se corra el riesgo de obligar a un adversario a optar entre una retirada humillante o una guerra nuclear”. Al mismo tiempo, urgió a encontrar formas de restringir las actividades unilaterales de las potencias con acuerdos explícitos. Así comenzó la política de distensión, caracterizada por la aplicación de restricciones en el despliegue de armas nucleares ofensivas (conversaciones sobre limitaciones de armas estratégicas y los tratados de reducción de armas estratégicas) y e las defensas contra misiles balísticos (Tratado de Misiles Antibalísticos). Además, como una lección adicional, se requería encontrar formas de prevenir la propagación de armas nucleares a otros estados. Kennedy estaba obsesionado por el fantasma de “la posibilidad enfrentarse a un mundo donde unas 15, 20 o 25 naciones posean armamento nuclear”. Por eso las Naciones Unidas lanzaron una serie de iniciativas enfocadas a crear un régimen de no proliferación, cuya pieza central es el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). 

Pero ni Kennedy ni los líderes de la Guerra Fría imaginaron el increíble sesgo actual de la confrontación entre las potencias. Cierto, la disputa ideológica entre comunismo y capitalismo fue lo suficientemente grave como para temer un desenlace fatal. Pero ahora para el gobierno ruso la rivalidad tiene características de “supervivencia civilizatoria”. Putin y los sectores más duros de su coalición de gobierno (los Siloviki, los ideólogos de la eslavofilia, los miembros actuales y anteriores de los servicios de seguridad y las fuerzas armadas, etc.) ven en la crisis de Ucrania una pugna para defender la civilización rusa frente al perverso Occidente y por eso brindan un fuerte apoyo para la continuación de la guerra y llaman a recurrir a todos los medios posibles…a todos. Estos líderes a menudo están estrechamente alineados con la Iglesia Ortodoxa Rusa con una relación respaldada por un compromiso común con el patriotismo y los principios religiosos conservadores, a menudo místicos, los cuales califican el progresismo occidental como inmoral y agresivo y a su influencia global como una forma de “guerra híbrida”. Estos grupos han impulsado durante mucho tiempo la necesidad de lidiar un conflicto cultural con Occidente, así como fomentar conflictos dentro de él. Contra la irracionalidad, los “cruzados”,, las lecciones de octubre riñen en vano.

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