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sábado 28 septiembre 2024

Las Pequeñas criaturas cineastas

por Germán Martínez Martínez

Para hablar del cine de Giórgos Lánthimos habría que empezar diciendo que lo curioso es que capture tanta atención, porque sus filmes suelen ser llamativos, pero fracasan en ser radicales en cualquier sentido. Sus películas tienen por fórmula lanzar planteamientos que prometen poner de cabeza la realidad, pero resultan elaboraciones de mesa de producción: se notan los trabajados trucos, salvo que uno mismo sea truco. Por eso es curioso el revuelo alrededor de Pequeñas criaturas (2023) —el octavo largometraje, contando el primero que fue codirección— de Lánthimos (1973, Grecia), que sin duda encanta como lo hace la literatura infantil. Uno puede imaginar al director y a gente astuta discutiendo cómo volver atractivas las imágenes y la trama adaptada, pero encontrando su límite —probablemente sin saberlo— en su incapacidad para ir más allá de esa lógica. Por eso el público promedio siente que debe entrar en debates sobre ciertos acontecimientos y la interpretación del conjunto: en un filme repleto de anzuelos, cada uno se engancha de alguno.

Willem Dafoe interpreta al científico Godwin Baxter.

En Pequeñas criaturas la ciencia es cómicamente todopoderosa: antes de tiempo —en el siglo XIX— el médico, profesor y científico Godwin Baxter (interpretado por Willem Dafoe) tiene un vehículo con algún tipo de combustión interna, es capaz de crear perros pato, cerdos gallina; él mismo es parcialmente creación de su padre más allá de engendrarlo: es cruel experimento. Bella Baxter (Emma Stone) es un nuevo ser, creación de Godwin, quien quitó su cerebro a una casi suicida embarazada y le colocó el encéfalo del bebé recuperado. En su descubrimiento del mundo —que la llevará por diversos países, rompiendo corazones en el proceso— Bella se muestra a momentos desalmada, descubre el sexo, lo disfruta, busca aventuras, pasa de un lenguaje verbal deficiente a uno pleno y aun descubriendo su antigua identidad se reconoce como Bella Baxter —cruel experimento— que nunca deja de llamar God, dios, a su creador. Al esposo original de quien trató de suicidarse le colocan, por qué no, un cerebro de cabra. Bella quiere saber sobre el amor, pero que sea a través de “evidencia empírica”.

La realidad está repleta de ejemplos que muestran cómo es poco sensato tener expectativas de alguna revolución gracias a peligrosos payasos, aunque ellos gusten de propagar que lo suyo son las transformaciones (Johnson, López, Trump…). De un competente director como Lánthimos hay que esperar que sepa escoger y dirigir a la actriz Emma Stone —excelente para el papel de suicida reanimada, porque, aunque no conozcamos marcianos, sabemos que se parece a los marcianos, a gente diferente al común de la gente— quien, a pesar del vestuario ridículo, logra un notable desempeño con mucho de fisicalidad, una pizca de mímica y algo de payasa, pero no de las peligrosas ni de las detestables.

Los personajes recorren una Europa imaginaria.

A alguien con la pericia visual de este director hay que pedirle divertimentos como la creación de una Lisboa con tranvías colgantes, de un Londres y un París imaginarios y apastelados, porque de inmediato es apreciable que Lánthimos plantea un mundo irreal —no hay surrealismo alguno en sus creaciones carentes de arrojo— de cielos repletos de onduladas nubes. ¿Dice algo a través de su alejamiento del realismo? Más bien poco: para cuando los personajes llegan a la ciudad de Alejandría, la geografía y la urbe es plena fantasía y el enfrentamiento con problemas sociales una especie de melodrama con todo y escaleras rotas a la crudeza de la destitución. Son chistes, como comedia es Pequeñas criaturas. Las texturas son esmeradas, pero los encuadres y recursos como el recurrente uso de lentes de gran angular terminan siendo acartonados, como el pretendido tono caricaturesco. Visualmente —con un trabajo muy profesional— Lánthimos se acerca más a cuadros tipo meme que a las bellezas posibles de la imagen en movimiento. Un buen meme entretiene y hasta es guardable. ¿Qué es la innovación formal en el cine o, mejor, qué es el trabajo personal con imágenes y sonidos?

Si la crítica de las artes se tratara sólo de encontrar algo qué decir sobre las obras —y así la practican muchos, lo mismo comentaristas de espectáculos extraviados en su parloteo, que académicos abrumados por teorías salvíficas— entonces Pequeñas criaturas es una película que nutre a la crítica. Podría decirse, por halagar: esta cinta de Lánthimos dice que somos pequeñas criaturas arrojadas a la vida por un dios cruel, cierto momento de los descubrimientos de Bella equivalen a los paseos del príncipe Gautama en que descubre los horrores de la vida, los experimentos de Godwin Baxter son, por supuesto, semejantes a los del Dr. Frankenstein y nos enfrentan a similares dilemas sobre la libertad y la responsabilidad; o que estamos ante un pastiche gótico postgótico, victoriano postvictoriano. Pero esto casi tiene el nivel de enunciar: Stone es actriz, hay colores y blanco y negro en la pantalla, Dafoe está maquillado para ser monstruoso.

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Varios hombres se enamoran de Bella.

En algún momento de su odisea Bella es prostituta en París. Con gran filosofía su madrota la convence de experimentarlo todo pues sólo así llegará a ser “gente de sustancia”. Antes ha descubierto la filosofía —la de los libros— con lo que desarrolla su elocuencia; después es introducida al socialismo y al retórico dolor de la falsa solidaridad. Tanto Godwin como Bella son vistos como fuera de norma: él es llamado monstruo por sus estudiantes, ella calificada como “retrasada”; su madrota también la describe como víctima de algún padecimiento mental. Pero cuando alguien pregunta a Bella por qué es amante de un estúpido, ella responde con la sabiduría de los normales: “Siempre creo que las cosas estarán mejor”. ¿Experimentar la diferencia puede ser explorado con un personaje que no meramente difiere de convenciones, sino que es posthumano? En Pequeñas criaturas no hay espacio para la sutileza.

Pedirle la altísima moralidad izquierdista —que suele ser tan irreflexiva como un resorte— a películas de Lánthimos es como desear peras del olmo; aunque la perspectiva que evidencia el propio director a través de su cine sea esquemática. Lo suyo es otra cosa, probablemente las series de televisión, más películas de óscares o la producción de grandes espectáculos, como cuando cocreó las ceremonias de apertura y cierre de las Olimpiadas de Atenas 2004, por ser publicista. Al final, estas otras cosas son, quizá, la misma cosa. El humor a todos nos seduce: queremos ser chistosos en múltiples momentos. Con frecuencia en el intento fracasamos. Pequeñas criaturas está llena de juegos verbales, sean los de lengua que son besos, las descripciones desatentas a toda norma social, la metafórica alusión a escupir el desagradable objeto de la felación o el entrecruzamiento de palabra e imagen en la escatología del pepino, cosas que no se hacen en una sociedad “educadas”. Quizá el mérito de Giórgos Lánthimos no esté en su gracia, sino en asomarse a su frivolidad: quizá la conoce, la abraza y todos contentos por ver a Emma Stone.

La actriz Emma Stone interpreta a Bella Baxter.

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