En México es moneda corriente escuchar hablar de “tejido social”, una idea muy nebulosa, indefinida y nostálgica que generalmente hace referencia a una sociedad que en algún momento parece haber sido casi idílica.
Un significativo avance en el campo de las definiciones lo ha realizado Germán Pérez Fernández del Castillo en su libro La sociedad rota. Elementos para entender la violencia en México (México, UNAM, Gedisa, 2019), en el que resalta el concepto de cohesión social y sus cinco principales componentes, entre los que destaca el capital social.
Sobre la importancia de ello el autor considera lo siguiente: “La mayor igualdad e inclusión social, la legitimidad de autoridades, la cultura de la legalidad y la intensidad de redes sociales densas, tendrán como fruto una mayor cohesión social y, por lo tanto, un panorama más favorable para las relaciones que procuran la participación social en las políticas públicas de un Estado y que inciden en su evaluación”.
¿Cómo se encuentra la cohesión social en México? Sobre diversos aspectos del asunto conversamos con Pérez Fernández del Castillo (Ciudad de México, 1949), quien es doctor en Filosofía Política por la Universidad de Fráncfort y profesor-investigador de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Antes fue director académico de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales y profesor-investigador invitado en la Universidad de Hamburgo, además de consejero magistrado del Instituto Federal Electoral y miembro del Sistema Nacional de Investigadores.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué publicar un libro acerca de la cohesión social? Dice usted que ha sido un tema muy desatendido y que no hay un diagnóstico de la relación entre la sociedad y el gobierno desde esta perspectiva.
Germán Pérez Fernández del Castillo (GPFC): La cohesión social es esencial no sólo teóricamente para entender por qué una sociedad está unida y por qué funciona como una maquinaria en donde todo mundo colabora, sino también por el bienestar de las personas —con esto quiero decir que las personas se sientan cómodas en una sociedad, con identidad y sentido de pertenencia, elementos que hacen que una persona se encuentre satisfecha al interior de una sociedad.
El tema reviste mucha importancia porque vivimos en una sociedad no solamente dividida en términos políticos y económicos, sino decepcionada de sí misma, abandonada, humillada en muchos aspectos.
La verdad es que el libro es una crítica fuerte a 30 años de neoliberalismo, y ya estamos trabajando en otro texto el desafortunado desarrollo del gobierno actual en sus intentos por resolver este problema. Pienso que no es por ahí, aunque su diagnóstico no está del todo errado si es una sociedad en donde se responsabiliza a los individuos de sus propios actos, como si no existieran estructuras y condicionantes sociales que, en buena medida, determinan el éxito o el fracaso de una persona.
AR: Al respecto, en el libro hay una reivindicación del papel del Estado para lograr la cohesión social.
GPFC: Es muy importante la intervención del Estado porque regula, compensa, repone y dignifica; cuando se retira totalmente y piensa que los individuos deben valerse por sí mismos en todos los aspectos y en todos los sentidos, pues tenemos una sociedad desigual y llena de discriminaciones.
En términos políticos actuales, en la degradación del lenguaje político contemporáneo tenemos a los fifís, que discriminan a los chairos, pero también estos a aquellos, por lo que la exclusión es mutua.
Como digo en el libro, es una sociedad en donde se excluye y discrimina al indígena, al moreno, al rubio, al protestante, al extranjero, al que goza de diversidad de géneros, a quien vive de forma distinta, a quien habla otro lenguaje, a quien tiene otra simbología. No hay multiculturalismo ni interculturalismo en el país, y a las mujeres, a los homosexuales y a los que tienen capacidades diferentes no les va bien.
Es una sociedad que se golpea mucho a sí misma y en todas direcciones, y es porque no ha tenido un centro de atención de los problemas sociales y económicos. Pongo, por ejemplo, la violencia, que no es sólo un elemento que nos indica la falta de Estado y su incapacidad para someter a la delincuencia organizada; es también, sobre todo, la expresión de sectores sociales muy importantes que no quieren este sistema, que no quieren vivir como sus padres y como sus hermanos porque saben que si estudian no van a ser remunerados adecuadamente, y que sus padres y sus tíos trabajaron 50 años literalmente como burros y ahora no tienen qué comer. No hay una recompensa por el trabajo ni reconocimiento social.
Entonces quizá pudiéramos empezar a entender con una perspectiva distinta cómo es que 350 mil efectivos, entre Marina, Ejército, Guardia Nacional, policías estatales, etcétera, no pueden con la violencia. Pareciera ser que es, más que delincuencia, una rebelión contra la normatividad, contra la forma de convivencia que hemos tenido en las últimas décadas. No es una cuestión estrictamente de pobreza, como la entiende el gobierno actual; no, es mucho más que eso porque este país siempre ha tenido pobres y desigualdades muy fuertes, y no tenía la violencia que tiene ahora, que en buena medida se debe a un rencor social, a un malestar.
AR: El concepto clave que se desarrolla en el libro y se analizan sus cinco componentes es cohesión social. Muchas veces escuchamos aquellos del “tejido social”, pero el concepto que usted maneja es mucho más claro y definido. ¿Qué es y cuál es su relevancia?
GPFC: Hay una confusión permanente entre cohesión social y capital social. Este último es muy importante: es aquello que nos da confianza y seguridad en la sociedad del riesgo: si yo me caigo, alguien me va a levantar, sean mis amigos o mi familia. Tengo certidumbre de esto, pero no es suficiente el capital social frente a la debacle de la legitimidad de autoridades, de la procuración e impartición de justicia, de la exclusión.
Entonces la cohesión social manifiesta el arreglo social, cómo está el convenio social, cómo es que funciona nuestra sociedad en su conjunto, con el sentido de identidad, si defendemos a nuestro gobierno, a nuestros patrones, a nuestros obreros, al campo. Si no hay transgresión permanente, si no hay desigualdad y discriminación extremas, entonces tenemos a una sociedad que está contenta, que se defiende y se protege, que quiere que las cosas sigan más o menos así aunque siempre habrá que corregirlas y mejorarlas, y donde no hay por qué intentar agredir a los semejantes.
La cohesión social es el señalamiento del bienestar, de estar bien con uno mismo en la sociedad. Tenemos sociedades que están económicamente muy bien, que patentemente mejoran, donde las instituciones funcionan pero a las que, sin embargo, les falta algún tipo de componente, como el capital social, por lo que la gente no está a gusto sino sola, aislada e insegura por el hiperindividualismo.
Norbert Lechner hizo estudios en Chile, en donde la economía y las instituciones funcionaban muy bien, pero la gente no estaba a gusto porque no tiene capital social, un componente importante pero no suficiente.
Ninguno de los cinco elementos que yo menciono son condiciones suficientes, pero sí necesarias; en su conjunto, debieran dar como respuesta una sociedad satisfecha, con identidad.
AR: Dice usted que en lo sustantivo los requisitos para una democracia formal en México ya están resueltos. Dedica un capítulo a la crisis de representación: hay un Estado semisoberano porque ha asumido intereses particulares como metas sociales, como ocurre con la operación de los grupos de poder fácticos, especialmente empresariales, que hacen que prime el mercado, lo privado, en lugar de los intereses sociales. Incluso hace una defensa del corporativismo. ¿Cómo ha afectado al país esa crisis de representación?
GPFC: Este país era inentendible sin el tripartismo. Como forma de legitimación real y como forma de negociación de conflictos y de expresión de intereses reales, el tripartismo era absolutamente trascendente en el país. Estaba la formalidad del Congreso, de la división de poderes, pero sabemos perfectamente bien que eso no funcionaba. La representación de intereses reales no estaba en el parlamento sino en la forma de interrelación de los grandes actores políticos.
El IMSS y el Infonavit eran tripartitos, y además estaba la Comisión Nacional Tripartita, donde estaban representados casi permanentemente tanto el gobierno federal como los intereses de los campesinos, de los obreros, de los profesionistas, de los empresarios, de los banqueros. Por ejemplo, se sentaban y debatían el salario en otra comisión tripartita, y veían por dónde iban los aumentos, el crecimiento, y en qué zonas y rubros.
Era un sistema autoritario, sin duda, porque la última decisión la tenía el Ejecutivo, pero participaban todos los actores políticos en las decisiones importantes.
Cuando se dio la democratización se exigió que se acabara con el corporativismo, sobre todo al interior de los partidos políticos (léase el PRI), con toda la razón, y no se dio una forma neocorporativa como la comentaba Philippe Schmitter, como sucede en Alemania, Francia y en muchos países, en donde sigue habiendo una representación de todos los sectores sociales además de la representación en el parlamento.
Aquí se borró el corporativismo y, además, con la privatización hubo un ataque sistemático a los sindicatos y se acabaron la CTM, la CROC, la CROM, etcétera, y tampoco los campesinos están en organizaciones. Pero los empresarios sí se fortalecieron y fueron el único sector que continuó teniendo representación ante el Ejecutivo, y de allí el enorme desbalance y la identificación entre los intereses empresariales y los del Estado.
Llegamos a tener situaciones ridículas, como ser la economía 14 del mundo y tener los salarios más bajos de toda América Latina, a excepción de Haití; la dimensión de la capacidad productiva de México iba acompañada de salarios de hambre. Ahora se van a tener que aumentar pero porque lo están exigiendo los sindicatos norteamericanos para ser competitivos.
Es increíble cómo golpearon a los salarios y a los sindicatos, que se volvieron en organizaciones para proteger a los empresarios. Tenemos en el grupo campesino, profesional, obrero, de empleados una enorme disparidad, muy injusta entre la mano de obra y el empresariado.
Otro ejemplo de la barbaridad fue el trato que se le dio a la educación. Hace 35 años no existían las universidades Anáhuac y del Valle de México, la Iberoamericana tenía 200 estudiantes, etcétera. Pero lo que hicieron los gobiernos fue cerrar toda nueva contratación en la universidad pública. El último presidente que la impulsó fue Luis Echeverría, que hizo la Flacso, el Ciesas, el CIDE, la UAM, el Colegio de Bachilleres, 18 universidades estatales y el Conacyt.
Después no se abrió una sola plaza en las universidades públicas y no se amplió la oferta. Los muchachos tuvieron que irse a universidades privadas o dejar de estudiar. Entonces quien no venía de una prepa oficial con el pase automático o semiautomático no entraba.
La tragedia no es que sólo hayan golpeado a las clases medias, a los estudiantes que entraban a la UNAM y que no podía pagar la barbaridad de colegiaturas de las universidades privadas, sino que ello también derivó en universidades privadas patito.
Lo más doloroso fue que ese proceso implicó la ruptura definitiva y total de las clases en México. Yo entré en la universidad en los años sesenta, y a finales de los setenta me encontraba con amigo del Patria, del CUM, del Cumbres, de cualquier preparatoria que usted quisiera, pero también me encontraba con mis amigos de las Prepas 1, 5, 8, y nos conocíamos, éramos amigos, nos protegíamos, nos entendíamos y nos dábamos empleo. Pero hoy ningún muchacho de clase media alta va a una escuela pública ni viceversa. Se rompieron el diálogo, la solidaridad y el entendimiento, lo que es un crimen social.
En el caso de la Ciudad de México ese proceso se dio simultáneamente con la partición de la ciudad: los gobiernos de Manuel Camacho, Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard crearon Santa Fe, para lo cual compraron los terrenos para venderlos en dólares. Se llevaron allá a empresas, le regalaron el terreno a universidades como la Ibero, la Anáhuac y el Tec, pusieron vías de comunicación, y allá creció la ciudad de las clases medias altas y ricas. Así, un muchacho de Interlomas nace, crece, estudia, se divierte, se reproduce y muere sin conocer Iztapalapa; vamos, ni siquiera Coyoacán.
Lo que hicieron en estos años fue un ataque a la colectividad, a la identidad, al sentido de pertenencia de las generaciones jóvenes, lo que es pésimo para la cohesión social. No encuentro elementos a partir de los cuales un muchacho de Interlomas pueda tener sentido de identidad similar al de un muchacho de Iztapalapa, de Tláhuac o de Xochimilco; vamos, ni siquiera del Pedregal. Son ciudades y culturas distintas, hasta racialmente inclusive. Rompieron la convivencia, crearon desigualdades, pero eso fue desde el gobierno. Fue una maldición, pero sí quiero dejar muy claro que eso no implica ni justifica las acciones del actual gobierno.
AR: Sigamos por allí: ¿cómo nos encontramos en materia de capital social? Usted menciona problemas muy serios, de los que menciono dos: la tremenda desigualdad y la hiperindividualización.
GPFC: Lo que hizo muy bien el gobierno actual fue darse cuenta de eso; lo que apena y me enoja es que, pese a tener ese diagnóstico en la mano, en lugar de decir “vámonos juntos, vamos a reconstruirnos como país, como sociedad”, dice “no, yo tomo partido por el otro sector”. Entonces divide a la sociedad entre buenos y malos, pueblo bueno y pueblo perverso, chairos y fifís, entre estos y los otros, de tal manera que caemos en un maniqueísmo estúpido porque no es negando al otro como se van a resolver las cosas, sino de forma conjunta: rehaciéndonos, no deshaciéndonos.
Eso es lo que promueve el gobierno, y es una discriminación, una exclusión, un racismo, todo al revés, y eso no nos va a llevar a ninguna parte. Eso no va a crear cohesión social porque el pueblo no se acaba en los desempleados, en los indígenas: este país tiene clases medias, y allí está propiciando movimientos peligrosísimos, como Frenaaa, que está dando pauta a una confrontación abierta con una derecha igual de ciega y violenta. Por allí no.
No se va a lograr con quitar el aeropuerto, con pensar que con las becas ya está, con confundir el clientelismo con la igualdad social y con la destrucción de instituciones. En nombre de la lucha contra la corrupción este gobierno ha hecho pedazos instituciones que costaron muchísimo tiempo hacer para bien de la sociedad, para defendernos del autoritarismo gubernamental, para pulverizar el poder. Todo eso fue un esfuerzo de mucho tiempo que este gobierno, con su centralización del poder, intenta romper y eso no nos va a llevar a la cohesión social sino a un rencor mayor.
A mí me da miedo ver las miradas de las personas en algunos barrios de la ciudad por llevar un coche, por vestir de cierta manera. Están llenando de rencor a la gente. No es bueno para una sociedad; no es que me ponga yo en términos éticos o morales, pero así no puede funcionar bien una sociedad.
AR: Usted pone énfasis en la sociedad civil para resolver esa situación, para crear contrapesos y restablecer el equilibrio entre lo político, lo económico y lo social. Debe haber una unión entre ella y el Estado. ¿Cuál ha sido la importancia de la sociedad civil en la democratización mexicana?, ¿cómo la ve hoy y cuáles son sus perspectivas?
GPFC: La sociedad civil es entendida, teóricamente, como la sociedad que no es Estado, a diferencia de la sociedad política; es la que está organizada en torno a ciertos intereses. Eso es lo importante: el Estado no atiende a las personas sino a los intereses, y los intereses deben estar organizados. Esa organización para defender los intereses sociales de un grupo, ese conjunto de sociedades que defienden sus intereses, que tienen sus ámbitos, es la sociedad civil.
La sociedad civil está compuesta de asociaciones que van desde los clubes deportivos, las iglesias y de profesiones hasta las de empresarios y obreros. Debe interactuar con el Estado. Hay que fortalecerla porque cuando su intervención en los asuntos del Estado es pertinente le da control a la sociedad y legitimidad a los actos de gobierno porque son resultado de consultas permanentes con los intereses que serán afectados.
Es absolutamente vital para el buen funcionamiento de la cohesión social y de la representación de intereses; no podemos tener los intereses representados en el Congreso y con un sistema de partidos como el actual porque entonces tenemos la bancada de los camioneros, de las televisoras, de los mineros, etcétera.
Eso es muy claro en la Constitución: el diputado no es de su región ni de su sector. No: el diputado no representa a su distrito sino los intereses nacionales, y está bien que así sea. Es una perversión que piensen que yo represento a mi colonia, y si esta se ve afectada porque va a pasar el Metro por allí y eso beneficia a 500 colonias más, pues primero están estas, y no debo oponerme al bienestar general por defender el interés individual.
Lo mismo sucede con los congresos corporativizados: están llenos de representaciones e intereses egoístas, particulares, porque compran diputados. La representación de intereses en la Cámara de Diputados debe ser para los asuntos generales, lo que nos afectan a todos, como las políticas económica, salarial y educativa, por ejemplo. Los diputados no tienen por qué estar metiéndose en el presupuesto etiquetado en los municipios; no va por allí; deben atender asuntos generales porque son representantes de la nación, y los intereses específicos deben ser representados por la sociedad civil.
Ahora bien: no funcionan la representaciones general ni específica de intereses, porque la sociedad civil, los sindicatos, las organizaciones obreras, campesinas y de comerciantes fueron destruidas, y lo único que quedó fueron las asociaciones de los empleadores.
Finalmente esas negociaciones son parte de la representación de intereses del Ejecutivo sólo cuando se transforman en leyes del Legislativo, pero las políticas del Ejecutivo están dadas (o debieran estar) en función de la negociación específica; pero no es así porque el gobierno decide para dónde jalar sin la participación de los actores que se van a ver afectados. Por eso sigue siendo autoritario.
Insisto en que hay una crisis de representación porque no hay una sociedad civil que haga representar sus intereses ante el Ejecutivo y porque en el Legislativo no se han logrado hacer políticas sociales eficientes de representación de las grandes mayorías, ni en el manejo presupuestal ni en el manejo de las leyes.
AR: Usted destaca en el libro el reconocimiento y respeto a las instituciones, y también le da importancia a ciertos elementos culturales, como la corrupción y la legalidad. ¿Cómo han afectado a la cohesión social estos dos aspectos?
GPFC: Son dos caras de una misma moneda la cultura de la legalidad y la corrupción. En el sentido formal, si hay algo que pudiera estar haciendo bien este gobierno es la lucha anticorrupción, lo que no justifica que la Unidad de Inteligencia Financiera esté a la orden para que cualquier crítico del Ejecutivo, en cualquier rubro, tenga sus cuentas congeladas como una amenaza. Eso no, pero sí pondría el dedo en la corrupción porque este país no podría seguir con la dinámica de sexenios pasados.
Los países civilizados han logrado combatir la corrupción a través de la supervisión de actos y presupuestos, y esto ni siquiera a cargo del gobierno federal en forma directa sino de organismo independientes y con una prensa libre.
Aquí el IFAI fue fundamental para la Casa Blanca y para la Estafa Maestra, para obtener información y hacer investigación sobre el manejo real de los presupuestos. Sucede ahora que, en nombre de la honestidad, hay que destruir esos organismos y la sociedad se queda sin dientes frente a la corrupción gubernamental porque ya no se da información: el gobierno dice “no tengo información”, y se acabó. Y no da la información porque se siente atacado porque lo van a criticar.
¿De qué se trata? ¿Se quiere destruir al INEGI porque saca estadísticas que no le gustan al gobierno? El IFAI, la Cofepris y las comisiones Reguladora de Energía y de Competencia han sido arrasadas. En lugar de corregir a esos organismos si ganaban demasiado dinero o incurrían en corrupción, de meter a la cárcel a las personas, se les destruye.
La experiencia internacional absolutamente demostrada aquí no importa porque el gobernante es honesto. A los organismos vigilantes del comportamiento estatal, que nacieron en Francia, que se han reforzado y que existen en todos los países, aquí se les ataca, se les aniquila porque, en nombre de la honestidad, el gobernante es capaz de destruir cualquier proyecto que no le guste y, simultáneamente, está en posibilidad de hacer lo que piense que se debe hacer, con o sin vigilancia, con el cumplimiento o sin el cumplimiento de la ley, con eficiencia presupuestal o no. Así ocurre con las licitaciones hechas para que el mejor postor, con el mejor proyecto y el mejor presupuesto las ganen, pero que aquí se entregan a quien el gobernante crea (y, con más frecuencia, cree que son sus amigos).
No sé a dónde vamos a parar.
AR: Tras repasar los cinco componentes principales de la cohesión social, encontramos un país desastrado, excluyente, desigual, con ineficiencia de las autoridades para representar los intereses sociales, con una escasa cultura de la legalidad, una baja calidad de la democracia y un capital social en peligro. ¿Qué perspectivas hay para mejorar la cohesión social?
GPFC: Lo primero que hay que hacer es defender la democracia porque ahora sí pudiera estar en peligro en México, y es un esfuerzo social histórico que podemos enmarcar desde 1977, y desde 1968 inclusive.
Hay que salvaguardar la democracia; no como lo dice Frenaaa porque no se pueden tener estrategias antidemocráticas para defenderla y no se va a dar golpe de Estado para que se vaya este gobierno. No, lo que se tiene que hacer es derrotarlo democráticamente.
¿Quién, cómo y cuándo? Son estrategias estrictamente partidistas. Lo que sí es que entre intelectuales y en la teoría hay un posicionamiento cada vez más importante para demandar los elementos de la cohesión social, el reforzamiento del capital social, mejoras en el sistema de procuración de justicia y un sistema anticorrupción. Pero aún está fraccionado.
Creo que se va a necesitar una revolución teórica que está iniciando. El capital en el siglo XXI, de Thomas Piketty, es un ejemplo de ello, así como las teorías y los análisis del populismo de izquierda, que son brutalmente críticos y que exigen políticas sociales más activas, no clientelares, el salario universal y otros temas.
Hay gente en México que en ese sentido se ha estado moviendo muy bien. En el Programa Universitario de Estudios para el Desarrollo tienen trabajos muy valiosos en términos de política económica y política social. En lo referente a la reconstrucción del capital social, hubo un intento al inicio del sexenio pasado para procurarla en los polígonos más violentos del país, como ha ocurrido en Sao Paulo, en Río de Jeniro, en Bogotá y otras ciudades sudamericanas importantes, que han bajado el índice de violencia a prácticamente cero. Pero son políticas permanentes y activas, que recuperen el espacio público y la comunicación social y creen capital social, lo que, aunque no es fácil de hacer, sí se puede.
Son temas mundiales que trabajan teóricos como Richard Sennet en su libro Togheter y Robert Putnam en Better Togheter. En muchos lugares se está haciendo teoría para la recuperación del capital social.
Las acciones para la reconstrucción del capital social no dan un fruto inmediato y no le ponen la medallita a nadie. Son como las políticas educativas, que son razón de Estado a mediano y largo plazo, y que no le retribuyen a un político en especial, aunque todos tienen prisa por ponerse la medalla.
Esas políticas son las que verdaderamente tienen efecto en el mediano y largo plazo en la paz social, en la productividad económica, en la formación tanto de capital social como, finalmente, de cohesión social.