En uno de los pasajes del gran y lúgubre “Ensayo sobre el principio de población”, Malthus afirmaba: “Cada ciclo (de uno o dos siglos en su tiempo), contiene ya un segmento de población que, en unos años, se convertirá en el futuro de casi toda la sociedad”.
Profecía demográfica que se cumple, puntual, entre nosotros, pues dentro de muy pocos años ¿dos, cinco, acaso siete? los viejos pobres serán (seremos) el factor decisivo, pesarán ya demasiado y definirán el perfil y el gasto de México en el siglo XXI.
Pero ¿quiénes son los viejos de hoy? De acuerdo con información del último trimestre de la ENOEn (INEGI https://tinyurl.com/4jehns6d), en México hay poco más de 18 millones de personas con 60 años y más, el 14 por ciento de la población. De ellos poco más de diez millones viven en pobreza (55.5 por ciento).
¿Se dan cuenta? Si seguimos por la senda de los últimos veinte años, creciendo a tasas tan decepcionantes o de plano, decreciendo como en el tiempo de López Obrador, la proporción de viejos en nuestra sociedad seguirá ensanchándose pero sin que ellos hubiesen tenido en el curso de su vida un empleo bien pagado, sin haber acumulado ingresos, patrimonio, ahorro y fondos para sostener su propia vejez.
Así que, en estos mismos años, estamos atravesando las puertas hacia una sociedad de viejos empobrecidos, una sociedad que nunca alcanzó a subirse en el tren del desarrollo y a la que alcanzó el futuro.
No hay truco en estas cifras: las generaciones más numerosas que habitan hoy el territorio nacional, nacieron (nacimos) entre 1960 y 1980, por lo que empezamos a engrosar el grupo de edad de 60 años y más, a partir del 2020. Y lo que vendrá después es conocido ya, en Japón o algunas sociedades de Europa: una gran población de viejos gravitando sobre la parte productiva de la sociedad, solo que aquí, nuestros mayores nunca vivieron la prosperidad que trajo el Estado de Bienestar, fueron unas generaciones que nunca conocieron el crecimiento económico, la mayor parte de ellos trabajaron en la informalidad o en el empleo precario, sin ahorros ni pensiones y una seguridad social insuficiente.
Durante esta década y definitivamente, en el 2030, lo normal en México será ser viejo y no hay la suficiente conciencia de ese futuro; futuro que será aún más agudo, porque nuestra transición demográfica está siendo también muy rápida y acusada: esa generación será la primera en nuestro país que habrá vivido más años como viejos que como jóvenes, lo que aumenta su peso y costo en el conjunto de la renta nacional.
Para países cómo México ese costo adicional requerirá un aumento del gasto médico y de pensiones del 25 por ciento del PIB (en términos absolutos, se ha disparado cada década a partir del 2010, en una escala de decenas de billones de dólares en todo el mundo.
Hay dos tipos de respuestas para esta situación: la de las “reformas estructurales”: retrasar la edad de la jubilación, recortar las prestaciones y aumentar las cotizaciones. Es decir, peor calidad de vida durante más años de la existencia. Y la populista: pequeñas pensiones que mantienen en la pobreza a una clientela electoralmente fiel y bien localizada.
Y aunque es posible que parte de esa medicina amarga sea inevitable, existe otra ruta más practicable y aceptable: fuerte crecimiento económico en el plazo de esta misma década para producir empleos, riqueza, ingresos y por lo tanto, ahorro para el futuro.
Si los siguientes ocho años, la economía creciera a una tasa promedio de 3.5 por ciento (nivel que parece altísimo después de las últimas 3 décadas) podríamos aspirar a que en el año 2030, llegásemos a un ingreso por persona equivalente a 17 mil 430 dólares, es decir, el 55 por ciento del nivel de vida que tienen hoy los españoles, equivalente al nivel actual que ya posee Corea del Sur.
De alcanzarnos así el futuro (2030) ceñidos al tipo de sociedad que imagina López Obrador, de “pobres dignos” y no de clases medias, entonces ya se habrá agotado el bono demográfico y la limitada riqueza generada no alcanzarán para cubrir el compromiso de pensiones suficientes, en una época que los viejos representarán ya, más de la cuarta parte de la población.
Gracias al neoliberalismo de tres décadas y a su prolongación populista, habremos sido, entonces, una sociedad que se hizo vieja, antes de haber podido hacerse rica. Otro fracaso histórico, imperdonable.