No hay nada más peligroso que un imbécil con poder.
Orencio Puig.
La estultocracia domina México. No sólo es ineptitud, es algo peor: una forma de organización donde se mezclan la incapacidad, la prepotencia y el abuso. Recortar gastos esenciales, hacer rapiña de los recursos públicos, cancelar obras de infraestructura “porque se puede” y legislar sobre las rodillas, son facetas de la misma cabeza de idiocia que dirige los asuntos públicos nacionales.
Pero la vocación hacia el control excesivo, que pierde tiempo y esfuerzo en detalles irrelevantes, pero que saca la última gota del tuétano de la gente, no es privativo del Ejecutivo federal, es común a todo tipo de funcionarios, aun los burócratas más chiquitos. Hasta parece que su pequeñez intentan compensarla con esta forma de gestión machista.
Sí: machista. El micromanagement es pariente del manterrupting, el mansplaining y el detestable bropropriating, con el que un hombre usurpa y roba las ideas de una mujer. No es circunstancial que en los equipos de trabajo haya muchos supuestos hombres brillantes y, a la vez, abunden las mujeres silentes: o las callan… o las roban. Pero siempre las explotan.
¿De qué sirve la paridad de género en un gabinete donde el primer macho del país no admite otra voz y opinión que no sea la suya? Su modelo se replica en cada oficina pública de México y en muchas del sector privado. Porque el encaje con los subordinados también es machismo, sin importar si el destinatario es un hombre: todos los jefes se sienten alfas y ejercen su poder sobre la manada.
Y en medio de esa testosterona simbólica —porque una cosa es alardear y otra ser— se encuentran esas mentes enanitas, que ahogan talentos y asfixian vidas, que viven como vampiros, de succionar el talento y esfuerzo ajeno.
Mientras el presidente se la pasa de gira en gira y de fonda en fonda, el empleado que sí trabaja no tiene tiempo ni de tomar un vaso de agua. El slogan pejista sostiene que no puede haber gobierno rico con pueblo pobre… salvo que se trate del camarada presidente y su sagrada familia: para ellos, el lujo sí se justifica.
Y el primer estalinista del país, con “sus” 17 libros, pero que suelta “dijistes” que evidencian su incapacidad de escribir una carta de amor sin faltas de ortografía, es la encarnación del macho vividor, del cinturita profesional, mantenido por el erario y cuya “obra” no es propia.
Pero, eso sí, recorta sueldos, quita herramientas de trabajo, hambrea empleados, hace de la administración un suplicio y depreda los recursos que estaban destinados a la cultura, salud y ciencia. Vaya, en su obcecación asnal, decretó la muerte de la semana inglesa, impuso que la gente dejara de descansar los sábados y se atrevió a pontificar sobre el monto de los salarios y ganancias privadas.
En suma, López se siente Juan el Bautista. Pero él no vive en el desierto, sino en un palacio, no come saltamontes, sino langosta en El Cardenal, no denuncia al poder con riesgo de perder su libertad y vida, sino que hizo de la autocracia su modus vivendi.
En tiempos de la 4T, el micromanagement machista es el evangelio de la idiocracia. Y el reino de Belial no es para los esforzados y creativos, sino para los bullies que los explotan. Bienaventurados los que no aguantan a los frustraditos con poder, porque de ellos es la paz, tan escasa como la justicia…
Autor
Doctor en Derecho por la Universidad San Pablo CEU de Madrid y catedrático universitario. Consultor en políticas públicas, contratos, Derecho Constitucional, Derecho de la Información y Derecho Administrativo.
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