La migración y otros desafíos de Trump

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En muchas ocasiones la elección de una palabra es crucial para moldear la percepción sobre un acontecimiento; especialmente si los opositores también la hacen suya. Se ha analizado este fenómeno repetidas veces en este espacio con algunos términos y hoy toca a uno nuevo: el desafío.

El pasado martes 11 el secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, señaló ante su Congreso que había funcionado “el fantasma de los aranceles” a importaciones mexicanas con el que amagó Donald Trump para que nuestro país tomase acciones para frenar el flujo migratorio a nuestros vecinos del norte.

Dejemos a un lado cualquier consideración sobre si la estrategia que siguió el gobierno mexicano fue o no adecuada o si fuimos o no un blanco fácil al bravucón: al usar la palabra “fantasma”, se hace referencia a una amenaza más irreal que verdadera. Para tropicalizar la expresión, pensemos en el “coco” o “el tapete del muerto”. Es decir, bastó con esto para obligarnos a tomar acciones que, a final de cuentas, deberían ser parte de nuestra política de seguridad nacional.

TAPACHULA, CHIAPAS, 12JUNIO2019: Estación Migratoria Siglo XXI FOTO: ISABEL MATEOS /CUARTOSCURO.COM

¿Qué hacer para desarticular la idea de una imposición? Lo que hizo el ejecutivo al día siguiente: afirmar que se acepta el desafío migratorio de los Estados Unidos. Esto, prosiguió, siguiendo lo que llama la “vía mexicana”: atendiendo las causas de la migración. Dicha acción, en sus palabras, valora el derecho que tiene la gente a buscarse la vida, el derecho al trabajo y el respeto a los derechos humanos; apostando a dar alternativas a la gente en lugar del uso de la fuerza con motivos coercitivos.

Una vez más, debajo de la cursilería hay un uso hábil del lenguaje: si se habla de “desafío”, entonces hay alguien que no impone políticas, sino reta a nuestro país a ser mejor de lo que el otro ha sido. El objetivo: diluir toda sospecha sobre los efectos de las negociaciones y mostrar a un mecanismo de validación de política tan draconiano como las “certificaciones” de los años ochenta como un trabajo épico y a su coordinador casi como un nuevo héroe patrio.

Solo hay un problema: si la estrategia de apaciguamiento no es útil ante un bravucón que busca reelegirse y por ello con casi toda la probabilidad no pararán los ataques, podríamos tener una reedición de los doce trabajos de Hércules, pero bellamente adaptado a nuestra idiosincrasia.

Lo grave y trágico: tendrá éxito si insistimos en usar sus palabras para definir el debate público.

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