Quizá muchos ya no lo recuerdan, no lo conocen ni lo han leído, pero Miguel de Unamuno fue un muy destacado filósofo y escritor español de la llamada Generación del 98, aquel grupo de jóvenes vigorosos y críticos, donde estaban, entre muchos otros, Ramón del Valle-Inclán, Jacinto Benavente, Pío Baroja y Antonio Machado.
Unamuno escribió ensayos, novelas, poesía y teatro. Además, fue un hombre valiente y apasionado por la política; como tal fue diputado de las Cortes Constituyentes de la Segunda República y rector de la Universidad de Salamanca, ciudad en donde nació. Y viene hoy al cuento este intelectual vasco por un momento histórico y, diría yo, heroico que le tocó protagonizar.
En 1936 irrumpió la revuelta militar contra la República que dio como resultado la terrible Guerra Civil española. Y he aquí que el 12 de octubre de ese año, en su calidad de rector, encabezó una ceremonia a la que acudieron cercanos, amigos y militares del Generalísimo Francisco Franco. No estaba previsto que don Miguel hiciera uso de la palabra pero, ante los discursos encendidos que convocaban a la revuelta a los “muchachos de España” y llamaban a los republicanos “antiespañoles”, se decidió a hablar.

En ese momento muy delicado y tenso, he aquí algunas partes de sus palabras improvisadas:
“No puedo permanecer en silencio ante lo que se está diciendo. Callar a veces significa asentir, el silencio puede parecer aquiescencia. Vencer no es convencer. No puede convencer el odio que no deja lugar a la compasión, ese odio a la inteligencia que es crítica y diferenciadora, inquisitiva”.
Mientras Unamuno pronunciaba estas palabras, un general del franquismo, José Millán-Astray, se levantó e irrumpió para decir:
“¡Muera la inteligencia!, ¡viva la muerte!”, ante los vítores de los falangistas que se encontraban en el recinto.
Pero Unamuno no se arredro y continuó:
“Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque para ello se necesita persuadir, y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha: razón y derecho. Me parece inútil pediros que penséis en España”.
Afortunadamente, en México aún no ha muerto la inteligencia, a pesar de los denodados esfuerzos por destruir la ciencia y la cultura. Con reciedumbre, con razón y vehemencia muchos mexicanos no nos damos ni nos daremos por vencidos ante tales acciones devastadoras.
Integrantes del Cinvestav, del CIDE, más de 700 científicos de las prestigiosas universidades de Harvard, Oxford, Yale, Cambridge, Stanford y Princeton, además del MIT y muchas instituciones más han levantado la voz para llamar a no extinguir los 109 fideicomisos públicos, incluidos ahí también los fondos del Conacyt. Todo fue inútil.
Siete fideicomisos, entre muchos otros, fundamentales para el apoyo a las artes, el cine, el teatro y los museos, también pasaron ya a mejor vida.
Las dictaduras, los totalitarismos, los autoritarismos y los populismos detestan la ciencia, y no comprenden ni les importa un carajo desmantelar la cultura.
Una pareja presidencial que se hace “limpias” sin cubrebocas, en uno de los patios de Palacio Nacional, es la mejor muestra de que vivimos un gobierno de la superchería y la sinrazón. Muchos nos negaremos siempre a que la inteligencia descanse en paz.