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domingo 13 octubre 2024

Mundo dron

por Juan Villoro

“Yo no era así, los aparatos me cambiaron”, confiesa un amigo. En efecto, hace veinte años todos éramos no solo más jóvenes sino distintos.

La tecnología brinda experiencias que antes parecían contradictorias, por no decir imposibles. Una de ellas es la “intimidad remota”. Se habla mucho de la adicción que causan los teléfonos celulares y de la dificultad para prescindir de ellos; sin embargo, hay indicios de que se trata de algo más que un nuevo vicio. La empresa de neuromarketing Mindsign, con sede en San Diego, California, realizó un revelador estudio con ocho mujeres y ocho hombres de 18 a 25 años. En esa investigación, las áreas del cerebro estimuladas por el iPhone no mostraron los patrones habituales de la adicción sino algo más complejo: amor. En palabras de Martin Lindstrom, autor de Brandwashed: Tricks Companies Use to Manipulate Our Minds and Persuade Us to Buy: “Sus cerebros respondían de la misma manera como lo harían a sus novios, novias, sobrinos o mascotas […] puede no tratarse de una adicción en el sentido médico, pero es amor verdadero”.

Esta es la premisa de la película Her, donde el protagonista se enamora de su sistema operativo. Gracias a los algoritmos, Samantha, la chica que “habita” el teléfono y habla con la sedosa voz de Scarlett Johansson, anticipa los deseos del dueño del teléfono.

Entré en contacto con las ideas de Lindstrom gracias a Mundo dron, excelente libro de Naief Yehya sobre el cine de ciencia ficción y ciberpunk. La “pantalla grande” prefiguró las transformaciones que hoy ocurren en las pequeñas pantallas que alteran la conducta humana. A propósito de Her, escribe Yehya: “Un aparato que satisface tantas necesidades ilusorias o reales como el smartphone [representa] un dispositivo cuya compañía no sólo nos parece aceptable sino a veces preferible a la de otros seres humanos”. No es casual que la competencia de iPhone reciba el elocuente nombre de Android.

Tener un amigo auténtico es como tener un pez dorado: la relación depende de cuidar la pecera; cada tanto hay que lavar las piedritas donde se acumulan inmundicias. El celular responde a las exigencias sin pedir nada a cambio; en todo caso hay que reiniciarlo.

Nuestros afectos se involucran cada vez más con aplicaciones intangibles y aparatos que nos representan a distancia. En Mundo dron, Yehya se concentra en la nueva extensión de la mirada humana: “La palabra dron comenzó a usarse en 1946 para referirse a un RPV (vehículo piloteado de manera remota) y proviene del ruido o zumbido que hacen ciertos modelos y que evoca a abejorros o abejas zánganos (drones en inglés)”.

En mi novela El disparo de argón un oftalmólogo se queda ciego y utiliza a sus discípulos como si fueran sus ojos. Los ha formado con tal rigor que cada uno de ellos es una prótesis de su mirada. Escrita antes de que los insectos artificiales tomaran el cielo, la novela se ocupa de “drones culturales”, personas que ven para que otro pueda hacerlo.

Hoy todo acontecimiento es seguido por una nube de ojos. Las oficinas de gobierno y otras zonas restringidas se protegen de la mirada intrusa con cazadores de drones en las azoteas.

Los medios audiovisuales ya abusan tanto de las tomas aéreas que por mero contraste la fotografía a ras de tierra parece “cine de autor”.

El dron sirve para mirar, pero también para mandar mensajes; como las palomas mensajeras, puede llevar cartas o explosivos. Yehya ofrece un lúgubre panorama de los aparatos que vigilan y persiguen desde el cielo: “El asesinato del general Qasem Soleimani, líder de la unidad de élite Fuerza Quds, en un ataque estadounidense con un dron MQ-9 Reaper, el 2 de enero de 2020 […] puso en evidencia [que] todo mundo puede ser ahora víctima potencial de un asesinato por dron”. Cualquiera puede morir en un día despejado; el desprotegido ciudadano no cuenta con otro auxilio que la lluvia.

Como el celular, los drones fomentan la “intimidad remota”. La lejanía está en nuestras manos y permite intensas reacciones afectivas.

El reverso del amor es el odio, y ambos buscan alterar al otro. Del mismo modo en que puedes amar al sujeto imaginario que anima tu teléfono, puedes borrar a un enemigo a distancia, como si fuera un sujeto imaginario.

La inteligencia artificial aún no nos domina, pero tampoco dominamos los sentimientos que depositamos en los aparatos.


Este artículo fue publicado en Reforma el 07 de mayo de 2021. Agradecemos a Juan Villoro su autorización para publicarlo en nuestra página.

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